Fotografía y maquillaje de Myriam Franco Perez.
Mi
vieja historia..
No
he empezado con ella y ya estoy llorando, no veas la que me espera...
Mi
historia no es distinta a la de cualquiera, ni mejor, ni peor, pero me toca el
ala, porque es la mía propia, llena de gente a la que he querido y quiero con
el alma, muchos de ellos se han ido por la muerte, otros sin llegar a morir, en
el tiempo.
He
podido recuperar a muchos que me dejaron huella, a otros ha sido imposible y no
puedo dedicarles tiempo, esa es otra ironía de la vida, encuentras a gente que
te marcó y que desaparecieron de tus días y no tienes tiempo para ellos.
Voy
a secarme estás lagrimas con algún recuerdo bonito, gracioso, porque no quiero
que mi gente se hinche de llorar, leyéndome, siempre que hablo de aquellos
tiempos, todos los míos, lloran, porque saben que lo que cuento es la pura
verdad.
Mis
tíos y tías, mis padres, mis primos, todos, una gran y enorme familia, por
parte de mi madre, eran ocho hermanos... Y mi abuela María, nos íbamos al
campo los domingos.
Casi
todos, como decían mis primos de carretería, los de la carretera de Cádiz, aunque
no todos éramos de la carretera de Cádiz, la tita Rocío y el tito Juan, mis
padrinos, no. Faltaba mi tía Carmelina, pero siempre estaba en nuestro recuerdo,
ella venía una vez al año, en agosto, con sus hijos y era nuestra gran fiesta,
nuestra recompensa, venía cargada de regalos para todos, con caramelos
franceses, que estaban buenísimos, jamás he probado unos caramelos más buenos.
Con camisetas tan bonitas, recuerdo unas de unos globos, que me encantaba, yo
tenía cinco años y jarabes de fresa, limón o granadina, que se lo echabas al
agua y era el mejor refresco.
Mi
tío Juan, mi padrino, tenía un furgón enorme, en el que íbamos muchos metidos,
casi todos niños y mi abuela María con su silla. Alguna vez... mi padre, cuando
se le rompía su vieja lata del momento, ósea su coche.
Si
mi padre venía en el furgón siempre le encantaba ir cantando en el furgón, se
metía con mi prima Eli, jajajaja, le encantaba hacerla rabiar y cantaba
canciones como... En el coche de papá o mi barba tiene tres pelos.
Y
nos íbamos cargados hasta arriba al campo playa, con abuela y silla de ruedas incluido.
Mis
tíos preparaban sus mesa de jugar, jugaban al parchís, cartas, yo que sé la de
cosas. Mi madre y mis tías hablaban y se reían, mi abuela María, quería venirse
con nosotras a los arboles, pero se quedaba allí en silencio, oyéndolas y mirándolas,
disfrutando del momento familiar.
Por
nuestra parte, todos los primos, nos íbamos a los arboles, a subirnos y a soñar
con juegos, esperando deseosos a ver a quien le iba a tocar llevarnos a la
playa o colarnos en el hotel que había al lado, para poder bañarnos en la
piscina. Teníamos que decir que éramos del apartamento A3. Yo, solo entré dos
veces, con solo pensar que me iban a pillar, me moría de la vergüenza.
A
veces nos metíamos todos en el coche de mi padre, nueve o diez niños y él. Nos
acercaba los cien metros escasos que nos
separaba de la playa. Ese simple viaje, era el más divertido, el mejor, nos íbamos
quejando y riendo, porque nos aplastábamos las costillas o los pies, unos a
otros.
Y
nos íbamos a la playa, para mí, la playa, el mar y nadar, ha sido una de las
cosas que más me han gustado de esta vida, pero hay tantas, jajaja, que se irán
enumerando poco a poco.
Nos
bañábamos con el agua helada, con olas, las olas nos producían risas, tantas,
que casi nos ahogábamos. Mi hermana y yo, éramos dos nadadoras expertas, porque
solo con dos años, mi padre, que también adoraba nadar, nos tiró a la piscina y
nos dijo a nadar.
Fijaos
el detalle, mi padre siendo un fumador consumado, era capaz de bucear tres
largos de una piscina, que no sé cuanto medía, pero desde la séptima planta de un
apartamento, desde la terraza, por la noche y alumbrado con las luces de la
piscina, con los grillos de banda sonora y teniendo cinco años, parecía
inmensa.
Aquellos
días de campo, eran fascinantes, esperábamos deseosos el domingo, mi tía Paqui
era la que siempre producía las risas con sus cosas, tanto que mi abuela María
se reía a carcajadas, ella y todas mis tías. Mi tío Manoli, que nos daba cinco
pesetas por cada cana que le quitáramos y mi padrino, que esperaba el furgón de
los helados, para comprarnos uno a cada uno. Corríamos nada más que escuchábamos
la bocina, gritando, EL DE LOS HELAOSSSSSS, el de los helaooooos. Él se
compraba dos y hasta mi abuela María se relamía en su silla, por su helado.
También
estaban los paseos a caballo, esa parte fue emocionante, fue una de las más
bonitas. Nos montábamos a caballo, un señor los alquilaba allí e íbamos todos
los que queríamos montar, mi padre y mi padrino siempre eran los que nos
llevaban.
Dábamos
largos paseos, os puedo asegurar que con muy poquitos años, montábamos genial.
Aquellos caballos inmensos, enormes, sobre todo a los ojos de un niño, no nos
daban miedo, nada de miedo... Hasta que un domingo, uno de ellos, el más
bonito, el blanco, se desbocó con mi prima Ana, por aquella carretera medio
asfaltada, corriendo como un loco, con ella encima, mi padre y su padre... mi
padrino, consiguieron parar el caballo y que todo quedara en un susto, pero
para nosotros se acabaron los caballos, aquello me marcó un poco, me costó años
volver a montar uno y cuando lo hice, lo hice con miedo, pero fue bajarme de él
y ya estaba enamorada de aquél animal.
Subirnos
a los arboles, simulando que eran viejos castillos derruidos, buscar la
mariposa más grande y más colorida, orugas entre las moreras y bailar, era lo
que hacíamos todas, hubo alguna que otra trifulca, nos peleábamos algunas veces.
Pero se solucionaba sin grandes conflictos.
Nuestra
gente era gente de reír, de pasarlo bien, estaban tan unidos, que de verdad
creo que era envidiable. Eso lo hemos heredado todos los de esa gran familia,
aunque pasen meses, años, sin vernos, esa unión no se pierde.
Mi
Padre siempre traía algún invento nuevo, genial, maravilloso, junto con su
hamaca, que esa, era motivo de pelea por subirnos a ella, pero que se
solucionaba con turnos distribuidos. A la hora de la siesta, era intocable, esa
era de mi padre.
Recuerdo
un balón inflable, enorme, inmenso, que tuvimos que inflar en una gasolinera y
que pinchamos ese mismo día, jajajaja, con aquél balón, incluso hasta nos
bañamos en el mar.
En
las vueltas, estábamos tan agotados, tan satisfechos, que la mayoría nos dormíamos
en el camino. A mí me gustaba decirle a mi padre, papá la luna nos sigue, corre
más que ella. Creo que fue la primera vez que descubrí que la luna siempre te
sigue.
Llegábamos
a casa, mi madre nos hacía tortilla francesa y no recuerdo más, porque siempre
estaba agotada.
Todos
los días de la semana, deseaba que llegara el domingo.
"SoloAlas".
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