Imagen extraída de Internet, lo siento, no he podido encontrar el autor.
Bailar para ti... 2.
Mantenerme así, abrazada a ti, con el mundo
deambulando a nuestro alrededor y pasar de todo...
Mis jefes, clientes, , pasaron a ser imágenes
de cartón y la música House, la melodía
de un abrazo.
Abrazo, que necesité con la piel, pues estaba
desnuda y helada. Que rogué con mis manos, estaba hambrienta... era mi única
necesidad vital.
Tú calor me envolvió, hasta volverme loca,
convertirme en una mujer sin sentido, que ahora quería más, mucho más de ti.
Todo... Pero por el momento, me calmaría con mirarte a los ojos y besarte...
Idiota, nunca te conformas con tan poco, cuando lo sientes todo con solo un
abrazo.
Mis manos, arrastrándose por tu cintura,
adentrándose entre nuestros cuerpos, se posaron en tu cara. Mis ojos, en los
tuyos, pidiendo permiso para comerte la boca, devorarla, ahogar ese deseo y
esas ansías de ti... Mojé mis labios, los miraste sin perder en control.
Siseabas y tarareabas la canción de fondo,
contoneando tus hombros y mirando fijamente mis labios, pusiste un dedo en
ellos y...
.- Ni se te ocurra empezar algo que, no puedas
acabar. No me estabas ordenando, me rogabas no torturarte.
Nuestro primer beso, tímido, corto, leve, un simple
roce de labios, bastó para que supiera que, podías despertar... tormentas en mí.
Descarado, pícaro, que con media sonrisa me cantabas
toda la canción. Incluso te atreviste a despeinarme, revoloteando mi pelo. Y... besándome
la cara, te despegaste de mí, apartando mi cuerpo de tu espacio. Espacio que,
yo ya adoraba. Te despediste de mí, jurándome un...- Nos veremos.
Verte alejarte de allí, de mí, arañándote la
espalda con mi mirada. Queriendo atrasar los segundos, los minutos, hasta
volver a aquel abrazo, que ya parecía tan lejano, mientras alguien te susurra
un piropo en el oído, me dejó aturdida y abatida. Esa sensación me acompañó
demasiado tiempo para mí.
Días enteros, con sus noches completas, que
pasaban lentamente. Sintiendo que, era un día más, sin verte, uno que se sumaba
a ese calendario vacío de números y letras, tan vacío como me sentía yo, sin
ti.
En una de mis tardes en la playa, casi
anocheciendo, era mi día de descanso. Se me había hecho eterno, ya no sabía qué
hacer para dejar de pensar en ti. Cada gesto, cada mirada, era una búsqueda...
de ti y si no te encontraba, mi recuerdo o mis pensamientos, volvían a ti, una
y otra vez.
¿Cómo era posible que hubieras causado ese
efecto en mí?, ser capaz de recordar cada detalle, cada gesto, con la misma
nitidez con la que lo había vivido.
Canción: Liberanos, de la película el Príncipe de Egipto, Ofra Haza.
Sacudiendo la cabeza, harta ya de pensar en ti,
quise volver a mis recuerdos de la niñez, recordar sonriendo me calmaba.
A pesar de ser un ser solitario, incluso en mi
niñez.
Una niña llena de preguntas sin respuestas, de
miedos, sin nadie a quien preguntar, sin nadie a quien llamar cuando el miedo
se apoderaba de mí. Ver a todos tus compañeros en el colegio con sus padres, en
cada fiesta o reunión. De ver en cada actuación del grupo del ballet, a padres
y a familiares de las otras niñas, aplaudiendo y sonriendo entusiasmados, sin oír
un... qué bien lo has hecho. Yo robaba un poquito de cada uno de ellos, para
mí. Soñaba que mi mano, en cada entrada al colegio, estaba sujeta por la de mi
padre, que mi madre aplaudía, cada actuación y me besaba, diciéndome lo bien
que lo había hecho. Puede que ellos, me estuvieran acompañando, nadie sabe que
pasa después de morir, eso me decía cada noche mi viejita...
Mi abuela, tan mayor, tan cansada, tan derruida
por la vida, pero aun así, era mi fuerza, mi leona, mi sonrisa tierna, en
respuesta a cada lágrima o llanto, que con pena o impotencia, con rabia
incluso, me sacudían.
Mi viejita tenía los dedos torcidos, de
estrujar fregonas toda su vida, la espalda y el lomo partidos, de arrodillarse fregando.
Siempre me decía, jamás te agaches en presencia de otros ojos, porque solo se
baja la mirada por dos causas, por pena o por vergüenza, mientras que no
sientas eso, la mirada a la misma altura del otro.
Yo era, lo que hoy en día se llama hiperactiva,
no solo físicamente, si no también, emocional y mentalmente. Ella, se dio cuenta de que solo dos
cosas alimentaban mis ansias y siguió trabajando a pesar de sus tantísimos años,
para poder pagarme aquellos únicos deseos que, sin pronunciarlos, me hacían tan feliz. El baile
y los libros.
Se sentía en deuda conmigo, culpable de algo
que ella jamás hubiera podido evitar, la muerte de mis padres en accidente de
coche. Perder a su único hijo, tan joven y a la mujer que ella había aprendido
a adorar, por el amor que mantenía con mi padre, la dejó muerta en vida.
Ella siempre me sonreía diciéndome.- Tú me
salvaste la vida, sin ti, yo, aquel día me hubiera rendido.
Agradecida encima a mí, cuando yo era la que le
debía la vida a ella, cada gesto, cada abrazo que tuve, cada mirada de amor,
venía de ella, en las noches, en la cena y antes de dormir, pero había tanto
amor, tanta verdad, que los poquitos años que ella resistió junto a mí, me
marcaron para el resto de mis días.
Esa mujer, no tenía estudios, no había tenido
la posibilidad ni la oportunidad de ir a la escuela, ni un solo día de su vida.
Desde pequeña a ella, lo único que le tocó fue luchar, luchar por sobrevivir y
a pesar de quebrar sus huesos en esa lucha, jamás, ni un solo día de su vida,
dejó de soñar en que... el mañana sería mejor. Y con su actitud, con sus
valores, con su fortaleza, sin dejar que la pisotearan jamás y agradeciendo
cada gesto sincero, hizo de mí, una copia de ella.
Ella jamás ordenaba, enseñaba y aconsejaba.
Muchas veces la palabra enseñanza, no es tal,
es ordenanza. Realidad pura y dura, que vivimos en todos los colegios y casas
de este mundo. Tanto que ya se ha convertido en algo usual, una costumbre, yo ordeno,
pero señalo que te estoy enseñando.
Aunque hoy en día pienso, que la que más te
enseña, la que más te hace ver lo absurdo de tantas cosas, lo bello de muchas
más, lo injusto, lo verdadero, lo coherente, lo que te expande y te contrae, es
la vida... para algunos la puta vida, para otros, la bella vida. Para mí, la
vida simplemente.
Mi abuela fue mi madre, desde los dos a los
doce años, tiempo en que la vida se la llevó, poco, demasiado poco, pero era su
mejor descanso, ya estaba bien y con eso me quedé, con eso y con todo lo que me
enseñó, sobre todo, el valor y la lucha, las ganas de superarme, llorar, si,
llorar e incluso gritar, maldecir, pero siempre asumir, para poder seguir. Lo
de perdonar es falso, hay cosas imperdonables, pero esas se rechazan, se
tachan, se borran y palante, como decía mi viejita.
Una de las lecciones que me dio y que pasados
muchos años he entendido.
Unos críos me subieron la falda y bajaron las
bragas, para ridiculizarme ante los demás, que reían divertidos, yo me quise
morir en aquel momento, tenía nueve años.
Mi viejita secando mis lágrimas, decía
lentamente, enseñar el cuerpo y el alma, no es pecado, pero hay que estar
preparados para el ataque, porque te van a atacar, eso puedes jurarlo. El
pecado, es el ataque a esa muestra, si es una muestra sin herir, ni dañar a
nadie. El que se sienta atacado con tu cuerpo o incluso con tu alma, tiene un
grave problema, gravísimo, consigo mismo.
En aquella playa, recordándola, me vinieron lágrimas
a los ojos y el recuerdo de llorarla a solas, abrazando mi almohada.
La asistenta, los tutelares de menores, el
ayuntamiento y mis vecinas, bueno las de mi viejita... se adoraban entre ellas,
se encargaron de mi, fueron mis tutores. Nunca me faltó un plato de comida, ni
unos zapatos, ni mis clases de ballet, ya en el conservatorio de Málaga, me
sentía tan importante, pensando que yo era buena en el baile y lo era, pero
eran mezcla de ambas cosas, pena y reconocimiento.
Aquella lección de vida, hizo de mi... una adolescente
silenciosa y soñadora.
"SoloAlas".
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