De camino a casa.
Pasear a oscuras cada noche, por el mismo sendero que llevaba
hasta mi casa, deteniéndome a acariciar cada esquina donde me besabas,
descubriendo en cada paso, la luz de ese farolillo que odiábamos, por desnudar
nuestro amor ante la noche.
Perdiendo mil horas, en solo cien metros, pidiéndonos besos, robándonos.
Aquella noche en la que descubriste que yo no llevaba ropa interior, en la que te rogué, hacerme el amor en mitad de la calle.
Perdiendo mil horas, en solo cien metros, pidiéndonos besos, robándonos.
Aquella noche en la que descubriste que yo no llevaba ropa interior, en la que te rogué, hacerme el amor en mitad de la calle.
Salimos del trabajo, completamente sudados, aquella cocina
nos agotaba, todo el día entre fuegos, mirándonos entre estanterías,
prometiéndonos con esas miradas, abrazos y caricias, mientras adornábamos
platos, o fregábamos cacerolas.
Tu mandil blanco teñido de manchas de chocolate, las gotas de
sudor que rodaban tu frente, como cuando me hacías el amor hasta el amanecer.
Te adoraba...
Se me escapaban piropos sin querer, sin llegar a
pronunciarlos... guapo, que guapo me parecías, tu espalda el muro de mi deseo,
tus brazos fuertes, agarraban mi trasero, me elevaban hasta engancharme
completamente a ti, tus ojos, esas caprichosas miradas, que disfrutaban
torturándome, provocaban vaivenes en mi estomago.
Adicta a ti, a tu boca, sabrosa, fresca, dulce, y capaz de
morderme hasta el punto justo de pedirte que me tragaras entera.
Esa noche disfruté cambiándome en el vestidor del
restaurante, ponerme esas botas de tacón altas, ese minúsculo vestido de
algodón. No llevar braguitas, ese abrigo largo, con el que poder enredarte y no
dejarte escapar.
Estabas como siempre apoyado en la baranda de la puerta
trasera, esperándome, sonriendo de medio lado, con el pelo mojado, y ese
cigarrillo a medio terminar. Entre penumbras, con tu abrigo gris con el cuello
subido, y esa mirada picara que me lanzabas, justo antes de oírte silbar.
Ya solo verte allí, me humedecía, recorría por mi espalda ese
escalofrío que reconocía ya tan bien, mis pasos se volvían rápidos por la
impaciencia y el primer abrazo, beso de
cada noche, acompañado de gemidos... me volvías loca.
Te besaba impaciente, me habían parecido eternas las doce
horas... deseándote, mientras te miraba trabajar, discutir. Moverte en ese
mundo que tanto amabas, en tan poco espacio, creando maravillas al paladar. Tú
sabias que sabor tenia exactamente cada cosa, mis orgasmos a caramelo, eso me
juraste.
Caprichosa la noche, que cuando más nos deseábamos, más la
iluminaba la luna, quería hacer testigos de nuestros deseos, a las criaturas, a
los fisgones, borrachos, prostitutas y algún gato callejero, lleno de miedo y
curioso, que sabía porque éramos capaces de maullar... gimiendo, y casi nos
reconocía tan animales, como él.
Me dabas la mano, y tirabas de mi, a la vez que con la otra,
te apoderabas de mi cintura, hasta llevarme a ti, hasta tu boca. Apretabas
fuertes tus dedos y me advertías, eres mía, haré contigo lo que quiera, te
desnudaré si quiero en mitad del frío y te penetraré cuando yo quiera, esas
palabras me hacían aun más esclava a ti.
Me ataban las ganas, mi cuerpo dejaba de ser mío, me regalaba,
a veces dulcemente a ti, otras, cargada de desesperación.
Siete pasos y un beso..., tu lengua jugaba con la mía,
adentrándose en mi boca, persiguiendo, devorando, arrancándome súplicas, sentía
caer mi alma al suelo, y elevar mis pies al cielo.
Apretabas fuerte contra ti, sentía tu pecho latir, justo
encima... de mis pezones. Gemías, lamías y prometías morir dentro de mí.
Siete pasos y un te quiero, siete segundos en miradas y
caricias suaves por encima del algodón del vestido, despertando, haciendo florecer
mis pechos, que se elevaban, querían llegar hasta tu boca y con tantas ganas,
casi llegaban.
Siete minutos y ya era tuya, rendida a tus pies, soñando con
tu pene dentro de mí, esperando ansiosa devorarlo con mi boca, palpitaba,
deambulaba, drogada de ti.
Había un pequeño recodo en una de las calles, totalmente
oscuro, siempre me empujabas hacia él, apoyabas mi espalda arañándola con los
viejos ladrillos, pero a mí ni me importaba. Elevabas mis piernas hasta tus
caderas, empujabas fuerte, rozabas mi clítoris con la cremallera del pantalón,
casi sentía dolor, te rogaba y aflojabas y todo eso sujetando mi pecho y
apoderándote de mi culo.
Lo descubriste, no llevaba braguitas, reíste divertido, aquel
gato se asustó, se asusto tanto que erizo su lomo, como erizada estaba mi
espalda.
.- Ayúdame a desabrochar este maldito pantalón.
Y eso hice con una de mis manos, el botón se resistía y la
cremallera parecía de cemento, pero tus ganas, y el miembro completamente
erecto, hicieron el resto, oh.
Nació, emergió, salió a la noche, tan dura, tan imponente,
tan exquisita, que se me hizo la boca agua, rozaste suavemente el camino que
debía seguir, la guiaste con tus manos, adelantados tus dedos, jugaban a buscar
el camino, lo encontraron, se adentraron y yo grité, no pude evitarlo, me moría
de ganas, sentía puro dolor de ganas, métela ya, por favor...
Y eso hiciste, la sentí entrar llenándome por completo,
cubriendo cada hueco en mi, y tuve que agarrarme a ti para no morir en ese
justo instante. Empuja suave amor, me besabas a la vez que introducías tus
dedos en mi boca, para que yo los chupara, lamiera.
Tiraste del algodón del vestido hacia abajo, hasta descubrir mis pechos, a la vez que me penetrabas para torturarme, mordiste mis pezones, dibujaste el cerco con la lengua y otra vez morder.
Tiraste del algodón del vestido hacia abajo, hasta descubrir mis pechos, a la vez que me penetrabas para torturarme, mordiste mis pezones, dibujaste el cerco con la lengua y otra vez morder.
Me transformé en agua, líquido, gel suave, mantequilla,
completamente derretida ante ti.
Cabalgamos en aquel recodo, te adentraste en mi, hasta quedarte sin aliento, hasta que nuestros corazones casi explotan. Paramos en seco al llegar juntos al orgasmo, y yo no pude evitar llorar.
Cabalgamos en aquel recodo, te adentraste en mi, hasta quedarte sin aliento, hasta que nuestros corazones casi explotan. Paramos en seco al llegar juntos al orgasmo, y yo no pude evitar llorar.
Tus besos suaves en mis pupilas, en la cara, en la nariz, aún
dentro de mí, tus te quiero casi en silencios, amor...
De camino a casa cada noche recuerdo un poco más. Ese recodo
me llama, recorrerlo a solas me hace temblar de pena, luchar por olvidarte
teniendo que recorrer día a día las mismas calles, imposible.
Siete años intentando olvidarte, siete vidas harían falta.
"SoloAlas".
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