Fotografía y maquillaje de mi bella... Myriam Franco Perez.
Bailar para ti... 7.
Intentaba retener mi mano, me sabía observada,
una parte de mi, queriendo ser la controladora y la otra, totalmente
incontrolable.
Tapé con lo que pude mis vergüenzas. Esta vez eran
gotas resbaladizas por mi piel y los restos del cuerpo que, esconden mi sexo.
Apoyada en la pared, dejando el agua caer, por
delante de mis ojos, malgastándola, si, condenadas al desagüe. Litros y litros,
filtrándose por él y junto a ese agua, entremezclada, se escurría mi dignidad.
Algo tenía que ahogar mis pequeños gemidos y el
sonido de esa ducha, era mi tapadera.
Acaricie mi clítoris, con una mano, con la otra
mi pecho...
Cada sacudida, cada espasmo de placer, lento,
avaro, egoísta y perverso, producía en mi, reacciones y movimientos, similares
a los de quien se entrega a la muerte, dejando escapar su alma y rogando que su
cuerpo deje de sentir el dolor.
Engañé a mi mente, declarándome... totalmente
culpable e hice de mi mano, tu mano, de mi dedo, tu pene...
Te quería dentro de mi...
Introduje con la misma lentitud con la te
quería sentir invadiéndome, con idéntica profundidad.
No era suficiente, me sabía a poco y quise más.
Ya no un dedo, fueron dos... Aumentando la cantidad interna y con ello, el
volumen de mis gemidos. Ahora eran gritos de agonía ahogada.
Sentí a mil kilómetros de allí, como tú gemías
a la vez. Te tocabas o eso quise creer.
La mano que acariciaba mi pecho, se adaptó
siendo ahora, tu lengua, tu boca, que mordía y bebía de mi, loco e invadido por
la pasión.
Así, haciéndome el amor a mi misma, pero convencida
de que eras tú quien me penetraba. Llegué a liberar mi orgasmo, intenso y
profundo, con la contrariedad de morir en segundos y estar más viva que nunca,
en otros.
Si me hubieras pedido quitarme la vida en aquel
instante, te hubiera jurado que... ya lo había hecho.
Caí resbalando lentamente por la pared de
azulejos, sentándome en el suelo de la ducha. Intentando recopilar fuerzas,
fuerzas para mantenerme de nuevo en pie y, mirando fijamente el desagüe, rogándole...
devuélveme la dignidad, para tener el valor de mirarle a los ojos, después de
aquello.
Necesité tu abrazo.
Cuando el cuerpo se entrega al placer, deseando
intensamente al otro y lo consigue, sin saber porqué, acto seguido, lo que
quieres es el arrullo, el abrazo, el consuelo que solo te dan los gestos de
amor. Imagínate yo, que aun no te había conseguido.
A veces la realidad es aplastante.
La toalla extendida de tu mano, el cierre del
grifo, mirándome fijamente, serio, pero sin un gramo de serenidad, hizo que
regresara del maravilloso infierno, para enfrentarme al cruel cielo, mirando de
frente al mismo Dios y sintiéndome ante él, más desnuda de lo que jamás me
había sentido.
Ahora la vergüenza estaba activa, me enmudeció,
me cubrió los pechos con la toalla e hizo que me levantara a duras penas y no
pudiera despegar del suelo, mi mirada.
Y no por la desnudez, por haberme masturbado
ante ti, si no, por la certeza de que, tú ya habías descubierto que, era
totalmente vulnerable a ti.
Y no te aprovechaste de ello, no en aquél
instante...
Te apiadaste de nosotros, de ambos, secándome
lentamente, con amor, con pequeños golpes de toalla, que más que golpes, eran
caricias. Arrodillándote ante mi incluso, para secarme los pies.
Fue la muestra de que tu también me venerabas
con las misma pasión.
Me cubriste la espalda con la toalla y con ella,
tu abrazo, me oliste el pelo, murmurando...- Mala, perversa, te hubiera
arrancado la piel, con esta toalla, uhm. Y pude notar tu erección, apuñalándome
la espalda.
A pesar de esa puñalada, jamás me había sentido
más protegida.
Significó un pacto, una alianza, una
promesa...- Si hay que morir de placer, lo haremos juntos, la próxima vez...
Me ayudaste a vestirme, lentamente, con sumo
cuidado. Con dulces besos en la cara, en los pezones, uno en uno, otro en el
otro y después el sujetador, por si acaso, nos arrepentíamos.
Antes de colocarme el tanga, me besaste en el
pubis y al lado, justo encima de mi SoloAlas tatuado. Y tintineaste mi piercing
del ombligo, con un dedo...
Infinita ternura, restregando la cara en mis
hombros al cubrirlos con aquella camiseta.
Si algo sentí, aunque fuera momentáneo, un
instante fugaz, era que ya estaba completamente... enamorada de ti y, seguía
sin saber, ni tan siquiera tu nombre. Pero te intuía.
Y la intuición, cuando no hay certezas, es la
mejor aliada. Con irrealidades, que misteriosamente, luego se revelan realidades,
la intuición, acalla a patadas a la razón.
Me sorprendí suspirando en alto, a lo que
respondiste con una carcajada y un abrazo fuerte, muy fuerte, tanto que casi me
rompes las costillas.
Me invitaste a terminar de vestirme sola.-
Termina tú, te espero fuera, nos tomaremos un café, necesito... espabilarme.
Y saliste de allí, dejándome una sonrisa tímida
en los labios y pensando, que pensando, jurando, que iba a follarte hasta
quedarme exhausta.
Así de malvada, con esa oscura intención, me
vestí, lo más provocativa que podía, con lo poco que tenía.
Falda muy cortita de vuelo, camiseta ancha,
descubriendo mi tatuaje del hombro, un cinturón para enmarcar la cadera,
tacones atados al tobillo, cabello suelto y sin acabar de secar totalmente y
como único maquillaje, brillo en los labios.
Y abandoné lo vestuarios, convencida de
aquello, pensaba cumplir esa promesa a mí misma, aquella noche o cualquiera. Promesa
de que iba hacerte el amor, lento a veces, con furia otras y dejarme follar y
follarte.
Reí mientras bajaba las escaleras, no había
límites...
"SoloAlas".
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