Dibujo e imagen de Luis Royo.
Bailar para ti... 15.
Ese día, no comimos comida, tampoco bebimos
agua, ni dormimos siesta.
Ni siquiera sentimos esas necesidades, llamadas
básicas. Pero teníamos que cumplir con nuestras obligaciones y salir de aquella
cama... bendita cama.
Entre silencios y miradas interrogantes, cuando
la cordura asoma despacito. Y te preguntas que ha pasado aquí. Quien es este
desconocido que ha conseguido esto de mi.
Que incluso puedes hasta sentirte incomodo,
porque la timidez va floreciendo con las dudas. La sorpresa del impacto
producido por el encuentro, se refleja en los ojos, sin saber donde esconder la
mirada, donde ocultarla, para no ser demasiado transparentes... Apenas os conocéis,
es imposible haber sentido así y sin embargo hace minutos, os intuíais y entendíais
perfectamente, tanto que no importaba ningún dato externo más.
Nace el día, con el sol, la luz de la claridad
y la mágica noche se oculta, devolviendo consciencia y junto a ella, la
cordura, la llamada madurez y tienes que volver a vestirte, de ropa y calzarte
la armadura.
Tienes necesidad de huir, de escapar de esa
mirada interrogante, que a su vez, está tan sorprendida como tú. Y eso
hicimos...
Intentando aparentar correctos, curiosamente,
eso nos había importado un bledo unos instantes antes. Simpáticos y amables,
sin saber que decir, para no estropear lo que habíamos vivido.
.- Tengo que marcharme... Quieres unirle a esa
frase, ni siquiera me acompañes, porque no sé muy bien qué hacer ni que decir y
me avergüenza que veas mi torpeza, que haya sido tan palpable mi debilidad, mi
rendición. Pero la acallas.
Y nos vestimos ocultando la piel, que
absurdamente antes nos habíamos comido vivos. La prisa se nos hizo una
constante y saliste de allí. Tú primero, yo, me regodeé en el baño, alargué la
ducha y me vestí sin siquiera darme cuenta que me estaba poniendo.
Totalmente arrasada, luchando por no dejarme
invadir por la coherencia, cuando solo quería seguir besando tu boca. Vagué.
Si vagué, el resto de esa tarde y aquella
noche, vagué. No estaba sumida en la tristeza, tampoco en la alegría, ni
siquiera sé donde estaba sumergida, pero todo lo que hice, fue automático, sin
un atisbo de pasión, pues me la había dejado entera, entre tus brazos.
Y hasta la media sonrisa que me producía
recordarte, me molestaba que el mundo la descubriera. No había sentido nada más
mío, más propio, que aquel recuerdo, que aquellas horas, mías, completamente
mías y no quería ni permitiría que el resto del mundo, intervinieran en ellas o
las disfrutara. Ni siquiera tú y yo tampoco iba a intervenir en tus
sensaciones, esas te pertenecían a ti y no sería yo, quien las invadiera.
Cuando llegó la madrugada, estaba tan cansada
de emociones y actuaciones, que dormí como un bebé y no me dio tiempo a
preguntarme nada, es más, pasé de preguntarme nada. Simplemente dormí y estoy
segura de que esa fue la única noche de mi vida, en la que no soñé.
Soy de dormir pocas horas, como mucho cinco
horas, aquel día dormí, doce horas. Gracias a Anastasia, qué harta de perrear,
me había esperado en el portal a que llegara de la disco y subió conmigo, la
miré y supe que ella tampoco quería preguntas, solo dormir. Y durmió las mismas
doce horas que yo.
Me despertó como siempre que regresaba a casa
abatida, mirándome fijamente, sin un ladrido, ni gruñido, solo apoyando su
cabecita y patitas en el colchón, sabiendo que las miradas fijas despiertan del
sueño, eso lo saben hasta los perros.
Abrí los ojos lentamente, los parpados estaban
completamente hinchados, tanto, que Anastasia parecía un unicornio, con alas
brillantes y juro que me sonrió.
Le devolví la sonrisa, una mueca tan enorme,
tan grande, tan completa, que Anastasia, giró su cabecita a ambos lados,
asegurando que yo estaba majara perdida y no se equivocaba.
Abracé al aire y a mi almohada, aspirándola,
aun olía a ti, la ilusión despertó conmigo. Y no pensaba ir a correr, no
pensaba castigarme, ese día iba a mimarme. Era mi día libre, así que lo quería
para mí y para aquella pelusilla que ya se estaba cansando de mi tontería. Creo
que me ladró regañándome, diciéndome...- Venga ya y espabila, que me muero de
hambre. Deja de volar estrellas fugaces y ponme el pienso de una puñetera vez.
Ah! y me estoy haciendo pis, levanta o me meo en tu alfombra nueva.
Anastasia, no entendía de tontunas, ella sabía
del cariño, pero después de satisfacer el cuerpo, lo demás le sobraba.
Le serví su sabroso desayuno de las cuatro de
la tarde, me serví un té, intentando no bailar y saltar, que era lo que quería,
de hecho algún saltito pegué y salimos a la calle a que la vida nos diera tortas
para despertarnos del todo.
Hacía un calor horroroso, a pesar de estar bajo
la sombra. Torturante y aplastante, tanto que, quise volver a casa en el primer
segundo de la entrada de mi cuerpo al aire caliente de la tarde.
Pero Anastasia no iba a permitírmelo, aparte de
hacer pis, ella tenía que entrenar a su olfato a diario y su ladrido. Ella, era
de las que entrenaba el ladrido, creo que por su tamaño. Era tan pequeña, que
lo ensayaba con cualquier cosa o persona, para atemorizar por si se daba el
caso de tener que defenderse. Eso y las carrerillas contoneándose, esto lo
hacía por pura coquetería, porque el ejercicio real no le gustaba, adoraba el
contoneo. A los vecinos que eran sus amigos, les contoneaba incansablemente su
colita, creyendo que así les iba a encandilar y lo gracioso del tema, es que lo
conseguía...
Nunca olvidaré que, gracias a aquella pelusa
llena de vida, yo fui inmensamente más feliz y que mi responsabilidad para con
ella, era simplemente un acto de amor y la de ella para conmigo un acto de
fidelidad eterna.
"SoloAlas"...
"SoloAlas"...
Bailar para ti...16.
No pude dejar de pensar en ti, cada segundo,
cada minuto, cada cosa que hacía, llevaba de pendientes tus besos en el lóbulo
de mi oreja.
Me deleitaba con tu torso, repetía incansablemente
el timbre de tu voz, mientras pronunciabas aquellas palabras entre gemidos.
Oyendo música, imaginaba a tu voz, cantándola y
tus manos acariciando la guitarra. Solo para mi, a oscuras, mirándome y
sonriendo, dedicándome, esa canción.
Sin testigos, hasta parar para que me abrazaras
por la espalda con el cielo estrellado presente. Me besaras, buscando mi
cuerpo, con ganas, con un deseo imposible de controlar, si eso no es amor, que
baje Dios y lo vea.
Era imaginarte tocándome y lo vivía realmente.
En esa imagen vital, buscabas adentrando tus
manos por mi pantalón vaquero, como apoderarte de mi trasero y besabas mi
cuello, recubriéndome entera. Hablándome de lo que te gustaba mi culo. No hacía
falta jurarlo, se notaba, se palpaba y se sentía, sobre todo cuando rozabas con
tu pantalón en el mismo sitio en el que buscabas.
El tejido vaquero no puede disimular las erecciones
llenas de deseo que consume.
Me di la vuelta para apoyar mi frente en la
tuya y cerramos los ojos, estabas tan cerca, que aun hoy y a pesar de ser un
sueño, solo recordarlo y me duelen hasta los huesos.
Incluso jugué con la posibilidad de que hasta
tu misma madre, podría vernos hacer eso y sonreímos en mi sueño, bromeando
sobre ello. Saludándola con las manos y diciendo, buenas noches señora, estoy
intentando violar o que me viole su hijo.
Justo al otro lado de los besos, en ese levitar
del sueño, dirigí la mirada e imaginé que nos veían mis fantasmas y les saludé
sonriendo, para que vieran que era muy feliz. Que había conseguido y habías
conseguido, hacerme estremecer y vibrar más que nada ni nadie, en mucho tiempo.
Las ganas eran tales, que a pesar de estar
imaginando, vi realmente el sitio donde estábamos. En una terraza, acristalada,
pero abierta al frescor de la noche y como testigo a nuestra espalda, tu
cama...
Y si no hubiera sido porque solo fue un soñar
de aquel día, yo hubiera apostado, que tu corazón latía tan fuerte como el mío,
que jugaste a que solo era deseo físico y lo creíste, porque te lo juraste y lo
creí porque me lo juraste...
Y el juramento fue tan de sangre, de esos que
nunca se rompen, que consiguió romperme el corazón, en tantos pedazos, como
estrellas y luces de la ciudad, habían en aquel maldito sueño...
"SoloAlas"...
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