Bailar para
ti... 1
Siempre esperé a alguien como tú, a través del
tiempo. Jamás perdí las esperanzas, confiaba en que podría ser...
Podría calificarme como una mujer llena de
sentimientos, adicta de las sensaciones.
Por desgracia no fue para siempre, no, tu no me
pertenecías, eras ya de alguien.
Fue breve, intenso y pasional nuestro amor. La
dulce brisa fresca, en una tarde de un caluroso verano.
Creí que podría seguir sin ti, que con el paso
de los años te olvidaría. No podía pensar en otra cosa, aun hoy, a pesar de que
han pasado más de doce años, aquí estoy, recordándote, agradecida, fuiste...
muy, muy especial.
No se puede decir que antes de llegar a mí, no
hubiera conocido el amor. A mis veintisiete años, ya había tenido ciertas
experiencias.
Experiencias, con hombres muy guapos, hombres
de mundo, que realmente eran tan superficiales que terminaban por aburrirme.
Me resultaba tremendamente chocante que
estuvieran tan enamorados de sí mismos. Algunos eran muy buenos en la cama,
pero solo eso.
En cuanto a charlar o compartir momentos, me
quedaba con las manos vacías y con la sensación de que realmente les importaba
muy poco, que era yo, de que pasta estaba hecha, que era lo que me movía, me
alimentaba, me preocupaba.
Siempre les llamé la atención. Aludían a mi
figura esplendida, según muchos hombres tenía el cuerpo de una diosa... siempre
fui algo insegura en cuanto a esto.
No me consideraba realmente bella, aunque sí
que sabía, que mantenía un buen físico. Durante muchos años, mi profesión fue
la de bailarina y mis pasiones, la de nadar y escribir.
Impartía clases de ballet, para niñas, en un
colegio de mi pueblo, Mijas, en Málaga.
Mantenía mi nivel artístico y físico, con las
clases y mi trabajo go-gó en una discoteca de la costa del sol.
Por este trabajo, tuve que aprender a
defenderme en el mundo de la noche, mantener una máscara, con casi todo el
mundo, incluso con compañeros de trabajo.
Lo hacía porque me encantaba bailar, montaba
coreografías y luego las desarrollaba en la discoteca. Dejé el grupo de baile a
los veinticinco, ya era demasiado mayor. Y en el mundo, del día, aun peor, de
la noche, si destacas en algo y estás sola, ante él, te cortan la cabeza.
Puedo decir que me sentía realmente realizada,
hacia lo que me gustaba, vivía en la tierra que adoraba. Rodeada de niñas a
todas horas, que me regalaban sonrisas y mimos, sin pedir nada a cambio. Solo
un aplauso, un tú... si puedes.
Como una contradicción más de esta vida... bajaba
casi a diario a la playa, antes de acudir al gimnasio. Aunque hiciera un frío
tremendo o un calor agobiante, corría durante algunos kilómetros y luego me
zambullía en el agua. Lo hacía sin pensarlo, el frío a veces me cortaba la piel
y la respiración. Era mi propio castigo, era gritarle a la vida... Has sido
injusta conmigo, no me has dado el respeto y el amor que merecía.
Esa era mi sensación continua y constante,
cuando estaba a solas.
Me hubiera gustado ser cantante y desgarrarme
la garganta en una de esas canciones de soul, que tanto me gustan. Gritando con bellas melodías, mi
propia injusticia, pero miraba el mundo y no me creía ni siquiera, en el
derecho de quejarme.
Tiempos en los que solo importaba ser feliz, en
los que conocer a muchos hombres, era lo divertido. Eras joven, la libertad
sexual de la mujer, estaba activa... hipócritamente, pero activa.
Yo no quería eso, por eso quizá entre mis
amigas y mis compañeras de trabajo, estaba vista como un bicho raro, como una
solitaria empedernida.
Cuando consentí que algún hombre se acercara a mí,
lo hice por puro aburrimiento, por deseo físico, sexual. Jamás porque me
llenaran. Ellos no se descubrían, yo no iba a ser quien les respondiera con
tanta honestidad.
Físicamente, la mayoría eran perfectos, pero no
había más. O no vi más, incluso puede que, no les dejara mostrarse más.
Playa, gimnasio, clases, discoteca y algunas
relaciones, realmente aburridas y pasaron los dos últimos años. Hasta el día en
que te conocí.
Recuerdo exactamente, cada instante de aquel
verano, lo dejaste grabado en mi piel, en mis uñas y tatuado en mi corazón.
Yo lo definiría como un amor puramente...
pasional. El amor puede adoptar
tantas formas, tantas definiciones, colores, tonos, como cualquier cuadro en el
que un pintor plasme a la vida.
No eras el hombre más guapo que había visto, no
tenias la figura de un adonis, ni siquiera se podría decir que tuvieras buen gusto
a la hora de vestir. Llegado a ese momento de mi vida, eso, eran detalles sin
importancia.
Eras sumamente encantador, puramente
sentimental, todo un ángel y diablo, que hacia retorcer mi estomago, vibrar mis
entrañas, que provocaba en mí, suspiros y unas ganas incontrolables, de
verte...
En aquellos días, la tristeza habitaba en mí,
de una forma continuada. Incluso me planteaba dejarlo todo, nada me consolaba y
bailaba en la discoteca sin ganas.
La primera vez que me di cuenta de que estabas
allí... Estabas sentado al final de la barra lateral.
No parabas de mirarme, te mantenías en silencio
y mirabas fijamente mis ojos.
Extrañada... Los hombres solían mirarme el
culo, la minifalda o el pecho. En varios años, jamás ninguno, había mirado mi cara,
mis ojos... mientras bailaba.
Sentí cierta curiosidad y bailé mirándote descarada,
casi provocativa, retándote a que te dieras cuenta de que había más. Y aun así,
seguiste mirándolos fijamente. Varios minutos que se hicieron segundos y
alzaste tu copa, brindaste por mí y te marchaste de allí, con un saludo,
bajando la cabeza y la mano en el corazón. Al igual que los antiguos caballeros,
al despedirse de las cortesanas.
No pude seguir bailando. Paré en seco. Se oía
la música a tope, para mí dejó de sonar, los clientes comenzaron a silbar, despertándome
a la realidad de cuajo y sin miramientos.
Con una disculpa, me retiré de la barra de
baile...
Subí a los camerinos, lo hice girando la vista
siguiendo el rastro por donde te habías marchado. No sé, esperaba verte volver,
arrepentirte y correr hacía mi.
Aquella noche, no baile más. Puse una excusa,
me cambié y salí corriendo a los aparcamientos.
Fue triste, demasiado... ver que no había nadie
junto a mi coche. Aquella sensación de vacío, que era ya, mi compañera de
juegos y un... eres idiota.
Ese simple insulto, nos lo decimos tanto las mujeres, que se convierte en una costumbre casi diaria.
Pasaron algunas semanas, hasta volver a verte.
Seguía bailando casi a diario, lo hacía, como siempre, aunque he de reconocer, que demasiadas veces, mis ojos viajaban a la entrada de la sala o a aquel rincón de la barra, esperando...
Deseo concedido, creo que insistí tanto, que Dios, por no oírme más, me dijo... toma ahí lo tienes hija, calla ya!!!. Y eso que ni una sola vez, pronuncié el deseo en alto.
La peor de todas las noches de aquél verano.
La disco abarrotada. Helena, una de mis compañeras
y yo, habíamos discutido acaloradamente.
El motivo, el orden de salidas a la barra de
baile.
Los jefes, querían que yo estuviera en las horas
punta, eso despertaba envidia entre compañeras. Yo a veces, cedía para que no
hubiera demasiada tirantez. Pero estaba harta, harta de tener consideración con
quien no se lo merecía, con quien no se preocupaba de no pisarte, para subir.
Reconozco que, estaba de un pésimo humor, ya me
había ganado varias broncas por parte de los jefes, por ceder, señalándome que ellos
mandaban, que decidían los turnos, no me quedó otra que defenderme y mantenerme
firme. Eso a las personas cautas, ni nos lo permiten, ni nos lo perdonan. Y
tienes que gritar más alto y más fuerte, fijar los pies en el suelo y mirar
fijamente, para demostrar que no es... únicamente una advertencia.
Para sumar más pequeñas complicaciones, Nacho,
el último fichaje como camarero, con el que mantuve una relación fugaz, de fin
de semana, solo sexual. Me acusó de haberle utilizado sexualmente... No supe ni
que decirle, tenía razón, era menor que yo cinco años y eso le dejaba es
desventaja. Dejó de interesarme instantáneamente, en el momento que se cronometró
en el acto, para demostrarme cuanto duraba empujando...
Tenía un récord me dijo... y quería superarlo
conmigo. Eso me pareció tan digno de chiste, tan superficial, como es posible
que entregándote a alguien, puedas medir el tiempo, el espacio, la forma,
jamás he sido capaz de controlar esas cosas, ni tan siquiera he sido capaz de
controlar mi propio cuerpo, cuando la pasión ha sido total...
Sonaba, The Voice Whitin, Cristina Aguilera,
una canción que desgarra, que transporta y eso hacía conmigo en aquella barra.
Me elevaba, me evadía en solos dos metros cuadrados, transportándome a un
escenario sin público, con luces cegadoras, escenario donde mis alas se extendían
y encogían al antojo de las notas musicales, difuminándome con ellas.
La barra de baile, es un elemento muy útil,
para las bailarinas que queremos encauzar cualquier sensación. La de escapar
del mundo, te hacía girar y girar, con la sensación de que volabas mil
universos, llenos de estrellas, sin el sol acompañándote.
En unos de eso giros, a mitad de la canción,
abrí los ojos. Siempre cierro los ojos en esos momentos astrales, no puedo
evitarlo... Y estabas allí.
En el mismo lugar, con la misma postura, con
tus ojos directos a los míos. Esta vez sonriéndome. Una de dos, o te alegrabas
de volverme a ver o te divertían mis viajes tridimensionales.
La canción acabó y con ella mi viaje, te sonreí
abiertamente y esta vez, fui yo quien te saludó, mi mano fue directa al corazón
y di dos golpes, bajé la cabeza, saludo de bailarina...
Sonaron un par de canciones más hasta terminar mi turno. Temí
y esto puedo jurarlo, que te marcharas de allí, sin darme la oportunidad de
oírte, de verte de cerca, de olerte y si seguía pidiendo... que no te asustaras
de mi.
Solía cambiarme después de cada actuación, no
me gustaba pasearme por la discoteca medio desnuda. Pero no me iba a arriesgar
a que te largaras, jamás me había acercado a ningún cliente, allí, ese día y en
ese justo instante, todo me daba igual, todo menos, ir a por ti.
Besé en la mejilla a Tami, la chica que
actuaba, justo tras de mí, lo hice sin dejar de mirarte. Si escapabas, iba a
saltar sobre ti como una leona, te lo estaba jurando con los ojos.
Que tonta soy a veces, empujé, me ladeé para
que no me tocaran el culo, casi caigo en el intento, rodeada por algunos chicos
e incluso recibí un tirón de pelo, de una idiota, envidiosa, que ignoré
completamente, para... para llegar a ti y quedarme sin palabras.
Situada frente a ti, sin mucho o nada que
contar, solo mantenía la mirada, esperando que fueras tú quien rompiera ese
silencio empañado con el tum, tum, musical.
Segundos eternos, hasta mi rendición, intimidada,
bajé los ojos al suelo. Tu mirada melancólica, seria y firme, sin titubear ni
un instante, me ganó. Me desarmó de valor, tanto que me sentí, completamente
desnuda.
Una de mis manos, se había posado en el
corazón, en el mío. Me di cuenta del detalle, avergonzada y rendida, la bajé.
Me había invadido la timidez.
No puedo recordar que le pasó a la noche, a la disco. El mundo,
dejó de sonar, las figuras contaminantes desaparecieron y solo estábamos tu y
yo, solos en un mundo íntimo, secreto, que solo habíamos descubierto nosotros,
por primera vez y en aquel instante.
Tu mano, tomó la mía y la guiaste hasta tu corazón.
Tu mano quemaba y el latido fuerte de ese pecho,
de ese corazón, se convirtió en la música, la única música que deseaba bailar.
Te miré y me suplicabas con los ojos, quien podría negarse a cualquier cosa,
con aquella mirada. Asentí y ni tan siquiera sabía que pedías.
En mis veintisiete años, jamás me había pasado
algo así, nadie, ningún ser, me había desnudado y traspasado el alma, con tan
solo, el simple hecho de mirarme fijamente.
Dejé de tener esos años, para convertirme en la
Criss de mi niñez, en aquella niña llena de miedos y de ilusiones, que a su vez,
mataban aquellos miedos, con tantas ganas de amar, como de ser amada, de
bailar, como de ser, bailada...
Una lágrima rodó por mi mejilla, se escapó
sola, sin mi permiso, sin miedo y murió en mis labios.
Fui tan pequeñita en ese instante, que
cualquiera podía pisarme. Y lo viste tan claro, que solo me abrazaste.
Abrazada a ti, me sentí protegida, habías
llegado a mí. Podía jurar sin conocerte, que borrarías cualquier pena pasada,
cualquier dolor, para sembrar flores en mi corazón.
Si te aprovechabas de mi, si me engañabas, si
me utilizaba, luego lo lamentaría, pero luego, hoy y allí, me juré que aquello
me importaba una mierda.
Y pasó mucho tiempo así, abrazados, acariciándome
el pelo, susurrando mi nombre. ¿Cómo sabias mi nombre?, me di cuenta que tú lo sabías
todo de mi y yo nada. Aquel detalle, tampoco me importó.
Tu pregunta clara...
.- ¿Dónde has estado durante toda mi vida,
Criss?.
"SoloAlas".
Hola Cristina...no sé por qué tu blog tiene eso de "contenido no sé qué más". Una lata, porque cuesta más entrar. Oye me gusta como relatas, eres muy femenina, y a pesar de los temas, se trasluce en tu escritura una cierta ingenuidad. Me queda la duda: ¿es literatura, o sea, ficción, o son experiencias personales? No importa. Lo narras bien.
ResponderEliminarEs una mezcla de todo, experiencias vividas con algo de imaginación. Por otra parte lo del contenido es porque si sigues leyendo la historia lo entenderás, besos.
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