Bailar para ti...20.
Aquel sábado, fue de día para mi pueblo, por la
tarde para mi, comprarme ropa, velas perfumadas y disfrutar de mi ternura
interior. La noche te la había prometido...
Me sentía tan bella por dentro, como por fuera,
no tenía ni una sola duda de ello. Me lo decían tus manos cada vez que, me
acariciaban y tus ojos cada vez que, me mirabas.
Te esperé, nerviosa e inquieta, porque sabía
que se me notaba demasiado y estaba muerta de miedo, no quería decirte... te
quiero, con palabras, pero era idiota, todo mi cuerpo y mis ojos, lo gritaban y
hasta mi pelo, se le notaba.
La casa, iluminada entera hasta la azotea, con
velas. Subir hasta allí, el equipo de música no me costó nada, comparado con el
colchón. Que lo extendí allí, en mitad del suelo de cemento, cubierto con
sabanas blancas de lino, pétalos de rosas rojas y estrellas de la noche.
Como compañía, una botella de cava y el aire
fresco de la noche.
Pegaste a la puerta, con la misma suavidad que,
me besaste al abrirte. Tus ojos, estaban tan brillantes como aquel cielo negro.
Tu beso, solo, ya me hizo estremecer de por
entero.
Suave, tu boca, que me quemaba viva, lenta tu
lengua, que me curaba las heridas.
Tu mano en mi cuello, deslizando lentamente tus
dedos, la otra en mi cintura, apretando fuerte contra ti, tanto que, tu calor,
traspasó nuestras pieles y me llegó hasta las entrañas.
Tuviste que sujetarme fuerte, porque volaba, me
elevaba y me iba a esa azotea antes que nuestros cuerpos.
No había creído jamás en las fronteras, aquel
día, le hice juramento de lealtad a la frontera de tu abrazo. No quería estar
en ningún lugar distinto, no quería otra tierra, no podía, ni creía, que sería
capaz de vivir en otros brazos, durante el resto de mis días.
El mundo entero dejó de existir... en aquel
instante.
Hubiera jurado, lo hubiera apostado, aunque a
día de hoy, tenga que tragarme todas esas promesas y juramentos, que tú tampoco
querías estar en otro lugar, jamás...
Te tapé los ojos, para llevarte hasta la mesa,
esa noche íbamos a cenar antes... Y viste la mesa y sonreíste, una simple
ensalada...
Una ensalada, encima de un mantel de plástico,
sin adornos, sin flores, tan natural como un cuerpo desnudo. Tan simple como la
piel. Pero con el amor como ingrediente principal y con ese ingrediente, el éxito,
estaba asegurado.
Cenamos, mirándonos, con sonrisas cómplices,
charlas amenas, sin prisas y sin risas.
Observando uno a uno, cada uno de nuestros
movimientos, el miedo volvía a mi continuamente, cada palabra la medía y la
controlaba, para que no se me escapara, para que no se colora el... te quiero,
entre ellas.
Y cuando recogimos la mesa, ayudándonos
mutuamente, besándonos en cada visita a la cocina, con el miedo de ser
sorprendidos por Anastasia, que, cada vez que venía a vernos, nos pillaba y se
marchaba con la cabeza gacha, sin saber que ladrar, incluso desistió de
movernos la colita, se iba derecha a su cama, se tumbaba triste, pensando que
me había perdido para siempre y hacía un uhmm perruno, en el que demostraba que
intentar seducirnos, era inútil.
Y cuando ya no quedaban más excusas, te di la
mano, subimos los escalones de la azotea, en cada escalón una vela y salimos a
la noche, para encontrarnos de frente con la belleza de las luces de las velas
y las de mi pueblo iluminado, en mitad del negro profundo de la sierra.
Te mantuviste quieto e inmóvil, mientras yo
dejé caer el vestido de lino blanco, al suelo, resbalando lentamente por mi
piel, el tejido imitó el recorrido de tus ojos, acariciando mi piel lentamente.
No había nada más, mi piel entera, mi cuerpo
completo, sin perfumes si quiera, mi cuerpo y mi alma, sin más, para ti,
aquella noche y todas las que tú quisieras...
"SoloAlas"...
It was beautiful. Touching.
ResponderEliminarThank you very much from Spain, I had to use the translator, kisses.:).
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