Fotografía de Cristina SoloAlas Sánchez.
Playamar, Málaga, 31-12-2012.
Bailar para ti... 11.
El
amor se baña o se debe bañar a diario. Al amor tienes que peinarles trenzas,
cogerle lazos o cepillarle el pelo.
Al
amor si lo bañas en el mar, tienes que enseñarle a nadar como a un bebe, arrojándole
de a primeras, para que se le pase el miedo al agua y aprenda a bucear incluso
entre las mayores mareas.
Que
explore las profundidades de ambos, que descubra la belleza de flotar y de sumergirse.
La sensación de saltar como lo hacen las ballenas, danzándole al sol y a la
vida, elevando bien alto, cogiendo el mayor impulso, para cuando vaya a
regresar a su medio, lo haga con la suavidad y el estilo que, lo hace cualquier
delfín y así no sufrir lesiones a la entrada en el agua.
Al
amor se le enseña a hacerse el muerto, dejando que flote, experimentando con los
ojos cerrados, lo mágico de ser la mejor tabla de surf, aunque haya olas que lo
zarandeen, incluso que lo resquebrajen.
Y
eso hicimos con nuestro amor, bañarlo en el mar.
La
luz del día, el gentío, eran demasiados testigos para seguir entregándonos a la
pasión y te juro que yo iba decidida a ello.
Pero
fue pisar la arena, los dos juntos, de la mano, con el fuego ese que se te mete
en las entrañas y encontrarnos de cara con la sonrisa de un niño, que descarado
y pícaro, nos echó un puñado de tierra, que a ti te cayó en el ojo y se acabó
la pasión para convertirlas en risa.
Ese
niño me encantó desde que le vi alzar el brazo, coger impulso y arrojar la
arena, directamente contra ti, teniendo la mejor puntería que jamás había
visto. Con cara de defender su territorio.
Te
descubrió en el primer instante, ibas a poner los pies cerca de su castillo,
sin tener el cuidado que se deben tener con las obras de arte. Más si quien las
crea, no tiene apenas tres años y está seguro de que su castillo está
construido como la mejor fortaleza, la más resistente o por lo menos, él se
encargaría de defenderla.
No
pude evitar partirme de risa, te veía intentando escupir los granitos, quitarte
de los ojos los restos de arena, sin saber de dónde venía el ataque,
maldiciendo y escupiendo groserías a la vez que restos de saliva y tierra.
La
imagen era tan divertida. Un enano, un David, frente a Goliat, con pala de plástico
amarilla en mano, el pecho elevado por la sensación del reto a duelo, seguro
que si hubiera tenido un guante, te golpea el rostro con él, sus piernecitas
abiertas y la mirada fiera de un temible corsario.
Contra
un Goliat, protestón, sorprendido y abatido, encima ese Goliat aun iba vestido,
mientras que mi David, iba completamente desnudo, solo le vestía la valentía
que visten los niños, cuando ven las injusticias.
Yo
sintiéndolo poco, me uní a mi David, fui la dama de ese castillo, me querías
raptar claramente, para llevarme a tu fortaleza y hacerme prisionera para el
resto de los días. En la torre más alta, con promesas de amor eterno y al amor,
no se le debe ocultar en un torreón, esperando migajas del día o ratitos de la
noche, horas y horas, suspirando y meciendo el alma en la lejanía que admira,
desde la pequeña ventana de aquel torreón.
Y
agarré un puñado de arena, para estrellarlo con la misma puntería que mi David,
cosa que el celebró, saltando y chocando mi mano ofrecida.
La
fingida rabia, porque te lo estabas pasando pipa, hizo que aullaras como los
lobos, te desnudaras rápidamente, antes de que pudiéramos acabar con nuestras
risas y mis intentos de quitarme la poca ropa que llevaba.
Me
faltaba un pie por sacar del pantalón y viniste a mí, como un toro, embistiendo
para arrojarme al suelo sin miramientos. Escogiste al enemigo más débil, te
equivocaste, porque allí estaba mi David, para defenderme a palazos y con
gritos de advertencia, yo era su dama y aquel su territorio.
Tuve
que apiadarme de ti, aquel enano te hubiera dejado para el hospital con una
pala de plástico. Ahogándome de la risa y aplastada por tu cuerpo, tuve que
mediar y pedir tregua, ya que su madre, entretenida con la charla de sus amigas,
ni se había dado cuenta del acto heroico de su pequeñín.
Hicimos
un tratado de paz, arrodillados en el suelo, chocando nuestras manos y su
sonrisa, la de mi David, confirmó, que ya pertenecías a la corte, eras un
caballero más. No pudimos evitar reírnos y coger impulso para correr hasta el
agua.
Pensaba
ganarte en la entrada al agua, lanzarme con el salto de trampolín más hermoso,
salpicando todo el agua posible y mezclando la sal con mi saliva, aun riéndome.
Te
gané y pude observar desde el agua, que aunque te habías tomado tu tiempo, tu
entrada al agua era de mejor estilo que la mía, es más, creo que no había visto
mejor estilo en mi vida. Tan solo dos brazadas y estabas a mi lado, riendo
pícaro y prometiéndome que iba a pagar muy caro aquel descaro.
El
primer pago, fue una agarrada de cintura y un lanzamiento lejos, como si yo
fuera cualquier piedrecilla, te ibas a enterar, corrí hacia ti, perdona pero
soy más rápida que tú nadando...
Te
cogí el pie y aun superando mi peso en dos, fuiste un lazo de raso en mi mano,
tiré y estabas bajo mis manos, brazos al hombro, subida rápida y ahogadilla que
te crió.
Nos
lanzamos balazos en gotas de agua, algunos nos dejaban ciegos momentáneamente,
mis manos no eran suficiente para acabar con la fuerza de tu brazo y el arrojo
que producía ese medio giro, me llovían las balas por todas partes.
Así
que la mejor táctica era usar mis piernas de hierro, que como por arte de magia,
le habían desaparecido los calambres y ahora, eran inmensamente más fuertes. Pataleadas
contra mi enemigo, produciendo el efecto de cañonazos y lo siento... contra eso
las balas, no pueden.
Así
que tú, pirata de los mil valores, cogiste tu cuerda izada del palo mayor y te
arrojaste en el balanceo, hasta mi barco, para hundirlo en un solo segundo.
Y
luego rescatar mis tesoros ocultos de la bodega, besándome con la misma furia
del ataque.
Pero
yo estaba tan extasiada, tan cansada y tan maravillada, que solo pude
derretirme en tus brazos.
La
dulzura fue quien ganó y rescató los tesoros de ambos...
"SoloAlas".
muy tierno.. muy bonito
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