MORNING- Leonid Afremov.
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Bailar para ti... 21.
Yo hubiera dado mi vida por ti...
La hubiera sacrificado sin dudas, en el aquel
instante. Si me pides mis sueños, en aquel momento, te los hubiera dado todos,
no me hubiera quedado ni uno, tan solo el de... amarnos.
Cualquier cosa que me hubiera alejado de ti, la
hubiera matado... menos a ti.
Te tuve en aquella azotea, mirándome en
silencio, embelesado, con la luz de las velas reflejadas en tus ojos.
Con la timidez del niño, que aun habitaba en
ti. Temblabas acariciando mi cuerpo, con miedo, con sorpresa y fuiste más tú
mismo, que jamás en toda tu vida.
No te avergonzaste de ti, ni mucho menos de mí.
No te importó que, el ángel del amor, nuestro ángel, estuviera allí con
nosotros aquella noche, espiando desde ese inmenso cielo, nuestras caricias, enseñándonos
a explorarnos y acariciándonos a la vez... a ambos.
Y aquella noche, rozando el límite de lo que
muchos consideran impuro, fuimos más puros que nunca.
Como el dulce de leche, sabía tu piel...
Mi lengua pionera de mis caricias, paseó tu
cuerpo, de arriba abajo y de abajo arriba, parando a deleitarse en tu pene, que
me encantaba. Sí, me gustaba comerte, no podía evitarlo, me sabias a gloria.
Y con ganas me tragaba una y otra vez, esa
gloria. Si eso es pecado, iré al infierno mil veces, porque mil veces me la tragué,
comí y bebí, llena de ganas, tantas, que nunca se saciaban.
Mi cerebro se evaporó, no habían guerras en el
mundo, no existía el hambre, ni el dolor de las madres, que pierden a sus hijos.
Las palabras... miseria, pena, llanto amargo, angustia, egoísmo, invasión,
manipulación y sobre todo, sobre todas, la palabra mentira, desaparecieron del
vocabulario mundial, para convertirla en una única palabra, en negrita y
subrayada, mayúscula... AMOR.
No sé si fue el aire fresco de la noche o tus
manos, pero sentí perfectamente como, cada poro de mi piel se erizaba, lentamente,
a tu paso, adormeciendo mis dolores, mis penas. Entregándome lánguidamente y
por entera, a la paz, al placer, al olvido de los millones de años que tiene
este planeta.
Fuimos Adan y Eva, en el momento en que se hicieron
el amor por primera vez.
Tu pecho fue mi néctar y tu cuello, la puerta
del cielo, el cielo... tu boca.
Besarte y comerte el aliento, mientras nuestras
pieles se entretenían, centímetro con centímetro. Nuestras manos, dedo con dedo.
Incluso entre nuestras alas, se acariciaban la una a la otra, confundiéndose,
sin saber cuáles eran del uno y del otro. Besarte era morir, morir, morir en
paz y con la satisfacción de la plenitud de la vida.
Y hasta mis pechos, florecieron, porque toda mi
piel, quería salir a tu encuentro, recibirte antes de adentrarte en mi. Y mis
pezones atrevidos, fueron más duros, más punzantes, perfectos en las caricias,
la dureza acariciando con infinita ternura... como jamás en mi vida los había
sentido.
Me subí a ti, porque no podía frenar a mi
cuerpo, no me podía, ni podías dominar.
Y te cabalgué, a la vez que te sentí entrar en
mi, lentamente, suave y dulce, con el ritmo perfecto que me marcaba tu cuerpo,
sin palabras, sin gestos, solo una mirada intensa a tus ojos.
Una mirada infinita, de esas que no saben, que
no pueden mentir, de esas que no conocen el miedo, que son atrevidas hasta
morir, la misma que comparte una madre con su hijo, la primera vez que se ven. Esas
miradas, son más honestas, que la vida misma.
E hicimos el amor, entregados al destino,
rendidos, sonriendo tímidamente al placer de vivir y sabiendo perfectamente que
podía finalizar, pero aquella noche, nada ni nadie, en el mundo, en todo el
universo, ni siquiera las brujas malas de los cuentos, pueden robárnosla, ni a
ti, ni a mí, ni a nuestro ángel testigo, del amor.
Dormimos al raso del cielo, desnudos, abiertos
al mundo, con nuestros cuerpos entrelazados para protegernos el uno al otro,
hasta que el día nos cegó y despertó.
"SoloAlas"...
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