Bailar para ti... 5.
Subí las escaleras como alma que lleva el
diablo, saltando escalones de dos en dos, al igual que, cuando volaba con mis
zapatillas de ballet, pero por esta vez, eran botas de tacón de veinte centímetros...
Y cuesta arriba, aun así, me comí esa escalera.
Entré a los vestuarios, quitándome el sujetador
y tiré de la falda, dejándolos caer en el suelo. A toda prisa, sin importarme
si había alguien, no había nadie.
Cogí mi toalla y el gel del macuto y me solté
el pelo, me hacía cosquillas en la cintura, mientras corría a las duchas.
En la puerta del baño, me di cuenta de que no
había cerrado la de los vestuarios y justo cuando iba a darme la vuelta. El
portazo y el cerrojo...
Antes de girar, porqué no podía hacerlo, mi
cuerpo adivinó que quien cerraba, eras tú. Estabas loco y a mí, aparte de
acojonarme, me encantaba...
Conseguí girar, quedarme frente a ti, los dos
en pie, con la desventaja de que yo llevaba el pecho descubierto, solo me
vestían el culote y las botas y me adornaba, la brillantina.
Mis pezones, solo por saberse observados,
admirados, porque eso hacías... admirarlos directamente. Se endurecieron,
incluso provocándome, un chispeante dolor por el deseo. Provocabas tal deseo en
mi, que me dolía el cuerpo, cada poro de piel
y aun no habías sido mío...
Eso se llama química, es mucho más química que
las formulas científicas practicadas en los laboratorios. La explicación de por
qué unos cuerpos nos producen estas sensaciones y otros la contraria o la
indiferencia, aun no se ha estudiado siquiera, pero es tan real, tan
demostrable, que cualquiera que haya vivido esa química explosiva, no la olvida
jamás.
Se produce cuando deseas y ves el mismo deseo
reflejado, en el otro. Cuando la locura te consume la piel y en los ojos del
otro, hay esa misma locura atormentada. Quien se niegue a la existencia de que
eso existe, de que es energía pura, se niega a disfrutar de una de las mejores
sensaciones que puede sentir, en su propia vida.
El cosquilleo es evidente, el nerviosismo
latente, el dolor es consumible y lo consumes a besos, te lo tragas, lo
devoras, con impaciencia, con deleite, con ternura y bailando el cuerpo del
otro.
No hay mala intención, no hay nada guarro, no
es perjudicial para la salud, no es hiriente, no es atacante. Es simple deseo
entre dos seres humanos, llegados a una cierta edad, se produce sin más. Sean
del sexo que sean, físico, color, raza, tamaño, posición social, rango, país,
etc. Es la batalla más honesta entre dos seres, de igual a igual, desnudos sin
límites, solo el que impongan ellos mismos, importándole al resto del mundo...
un carajo.
Criticando este acto, señalándolo, lo único que
haces es negarte a vivirlo y créeme, el único que te lo pierdes, eres tú
mismo...
Parada frente a ti, decidida a enfrentarme al
mundo por ti y aun ni tan siquiera sabía tú nombre, ese detalle, en bragas...
no tiene importancia.
Dejándote acariciarme la piel con los ojos,
cada curva, cada parada, podía identificarla en tu iris y eso que estábamos a
media luz.
No corriste hacía mi, ni yo hacia ti, no era
necesario, nos estábamos acariciando sin la piel, sin las manos.
Me di cuenta del color de tus ojos a oscuras,
tan oscuros como los pecados que pensaba cometer contigo. De la dureza de la
vida contigo, por la tensión de tu mentón. De lo controlador e incontrolable
que podías llegar a ser, por el cierre con presión de tus puños y la apertura
de tus dedos, cuando te rendías por segundos.
De lo pasional, por el volumen que adoptaba tu
pecho al respirar, te tragabas el aire, con ganas de aspirarme entera.
Eras mucho más fuerte que yo, inmensamente más,
pero no me asustabas en absoluto. Siempre he sido de las que piensan que, la
música, amansa las fieras, las caricias, derrotan los golpes y los besos,
acallan los insultos.
No pensaba bajar la mirada, aunque mi batalla
estuviera perdida, ni siquiera en mi último suspiro, me iba a permitir cerrar
los ojos ante ti. No por retarte, si no por... disfrutarte.
Observar en unos ojos la sed, el hambre, el
desconsuelo y consuelo, me estaba calentando los motores, poniéndome a mil. Despertando
mi propia sed, mi hambre, mi desconsuelo y consuelo.
Tu pantalón vaquero, me estaba raspando la piel
a tres metros de distancia. Esa camisa sin cuello, naranja, viva, tan viva como
tú, me llamaban a besar, a lamer, a explorar con mi boca, con pequeños
mordiscos, tu garganta. Y mordí mis labios, imaginando que te hincaba el diente
suavemente en los hombros.
Señalaste mis botas...- Te ayudo a quitártelas.
Fue una orden pronunciada con tal suavidad, que parecía una súplica.
Cada paso que dabas hacía mí, cada centímetro
que recorrías hasta mi espacio, era un centímetro más de deseo, de ganas, de
locura... y sabía que, ni en mil años, podría controlar aquello, ante ti.
"SoloAlas".
Interesante.
ResponderEliminarme encanta tu sinceridad cuando te expresas. eres sensual y directa
ResponderEliminarGracias de verdad
ResponderEliminarQue continúe Cristina, excitante!!, tus fotos preciosas, que cuerpo!!, un saludo.
ResponderEliminarEsta el seis y hoy cuelgo el siete, gracias por todo, un beso.
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