Fotografía y maquillaje de Myriam Franco Perez.
Bailar para ti... 8.
Estabas allí, en el aparcamiento de la disco, mirándome
llegar, sonreías abiertamente. Una sonrisa sincera y lo primero que pensé al
meterme una nube de golosina, en la boca y andando hacía ti, se acabó lo de
hacer el amor... hoy.
Lo vi en tus ojos, querías hablar y te mostraste con la simpatía de un amigo que recibe a otro, no había ni una chispa
de picardía en tu mirada.
Increíble, los dos con esa simple sonrisa, que
te devolví por supuesto, habíamos pactado aplazar el tema ducha, por el
momento.
Me ofreciste uno de los cascos y subiste a la
moto para colocarte el tuyo, arrancando y mirándome a través de él. Yo ya tenía
puesto el que me tocaba y alcé la pierna agarrándome a tu cintura, elevándola
mucho más de lo que debía. Llevaba falda corta, pero tú no podías ver, lo que
los chicos de frente vieron...
Acelerón y a subir a visitar las estrellas.
Nunca canto o casi nunca, pero estar subida a
una moto, de paquete. Sentir el aire, la velocidad y ese hormigueo de miedo,
provocó que cantara soul, gospel e incluso rock, nadie me oía con el rum rum y el casco o eso creía, así que canté con más ganas que nunca, inventándome
incluso las letras, la melodía y con un gran poder en el pecho. No sabía que
tenía esa gran voz... lo acababa de descubrir.
Sabiéndote en manos de alguien desconocido,
pero que solo con los gestos al conducir, gestos llenos de seguridad, de
destreza, te tranquilizaban.
A lomos de ese caballo de hierro, similar a
los que un día acompañaron en sus últimos momentos a algunos conocidos, un
amigo... Ángel y a mi José Antonio, con solo dieciocho años. No había querido
motos hasta entonces, pero a esas alturas el miedo es solo una traba más, que
tienes que superar. Sin más.
Y fue alucinante, excitante. Las estrellas
fueron fugaces, todas a la vez. Las líneas entrecortadas de la carretera, se pintaban
ellas solas, uniéndose unas con otras.
Mi fuerza se multiplicó por tres, haciéndome
creer peligrosamente, que era inmortal. Seguramente con esa seducción, con ese
amor al peligro, la adrenalina inyectada y sin el control de todos y cada uno de
los agentes externos e internos, tu fin, esté escrito en alguna carretera. Por
eso o por culpa de otras causas o personas.
Corrimos kilómetros hasta que me adapté al
nuevo paisaje en movimiento, hasta que mi cuerpo se tranquilizó y mi respiración se normalizó, dejé de cantar, para sentirte.
Idiota fui, te tenía por primera vez, en
nuestras vidas, entre mis piernas y hasta ese instante, no me había dado ni
cuenta, la moto y su velocidad, me habían drogado alejándome de lo que tenía
más cerca y entregándome a lo que estaba fuera de ese círculo.
Mis manos agarraban fuertemente tu camisa, la
tensión de mis dedos podrían haberla rasgado o incluso, arañado tu cintura. Aflojé
y rodeé tu torso con mis brazos, apoyando el casco en tu espalda, sabiendo perfectamente
que no debía hundirlo. Si hubiera podido, me hubiera quitado el casco para
sentir el calor de ti, en mi cara y abrazarte más y más cerca, hasta adaptarme
a ti completamente, siendo los dos, uno solo encima de ese caballo de metal
forjado.
Tu culo, entre mis piernas y acelerando, me
unía mas a ti, cerré con fuerza los muslos, te estaba atrapando y tú, tú ni te habías
dado cuenta...
Me llevaste hasta un sendero que conducía a una
playa virgen, cercana. Paraste cerca, invitándome a bajar, me pregunté.- ¿De dónde?
de la moto o de las nubes...
Por el momento bajé de la moto y mi risa,
descubría claramente que aun estaba allí, arriba, en ese cielo oscuro de la
noche, donde las nubes juegan a esconderse.
Dejaste los cascos correctamente guardados. Por
favor, que control, que orden, yo los hubiera tirado a la arena directamente. Hasta ese gesto me hablaba de ti.
Y me tomaste de la mano para guiarme hasta la
playa. Mal asunto, me llevabas a mi medio vital, a mi territorio, a mi espacio
en la tierra. Acuática por naturaleza...
Quien no conozca el mar, menos puede conocerlo
por la noche, unas de las mejores horas del día para disfrutar de él, esas
y el amanecer. En realidad el mar es seductor a todas horas...
El olor a mar, es más constante, el sonido de
las olas, más intenso. Cualquier piedrecilla al enfrentarse a otra o a la misma
arena mojada, por el efecto del agua adentrándose en la tierra, se identifica,
se rescata. Y si oyes atentamente a todas a la vez y a la ola pidiendo más tierra, el
resultado a tus oídos, es una melodía sublime. Repetitiva, tranquilizadora, reconocible
entre eras y eras de nuestro planeta, ya que todos, todos, comenzamos nuestra
vida, en el mismo mar y la reconoces como a tu propia madre.
Nos sentamos cerca de la orilla, alumbrados por
la noche, aspiré y cerré los ojos, al abrirlos tú estabas allí, mirándome
sorprendido.
Era hora de hablar, de contar lo que quisieras
contar.
En estos casos, creo, que lo mejor es dejar
hablar y si hay demasiada timidez por parte de la otra persona, hablar tú
mismo, lo que digas o hagas, no importa, se trata solo de romper el hielo, hacértelo
y hacérselo más fácil. Aunque os juro, que yo por nerviosismo, por miedo al
silencio, en esos instantes, en ese primer encuentro o reencuentro, la he
cagado más de una vez. O me callo aportando datos de vez en cuando, absurdos,
sin lógica o parloteo demasiado sobre mí.
Como dice mi Sara, se me ve venir a leguas, ya
en el primer instante.
Quiero ser misteriosa, quiero ser una Marlene
Dietrich o una Margarita Cansino y simplemente soy una... Criss, que saca sus
alas en cuanto siente algo de confianza, las muestra y asume el riesgo de que
se las corten de cuajo. Más de un tijeretazo me he llevado...
Comenzaste tu relato, con serenidad, mirando el
mar de fondo, jugando con tus manos, lentamente.
Si hubieras tenido una copa en la mano y otro
par de ellas en el cuerpo, en un chilao, en un chiringuito de la playa, tumbado
sobre una cama de bambú, con cojines, con música de fondo, conmigo más cerca y
la decisión de acabar con nuestras vergüenzas con un beso, hubiera sido
infinitamente más fácil...
Tu voz sonó forzada, pero sonreías...
Estoy segura de que pensabas lo mismo que yo,
es increíble, estoy aquí, ahora, con ella... Porque eso pensé yo, es increíble,
estoy aquí, ahora, con él...
Tu narración fue extensa, yo no había
pronunciado pregunta alguna, pero decidiste que lo más simple era hablar de
nosotros. De cómo y cuando me viste la primera vez, cuánto tiempo hacía de
aquello, etc.
Oírte sonriendo, era lo único que quería y
necesitaba hacer, justo en aquel instante y aquello que me estabas contando, lo
más importante que quería saber de todo el universo, en aquellos minutos.
"SoloAlas"...
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