La copia total o parcial de los textos, sin identificación del autor, firma, nombre completo o seudónimo, en este caso, Cristina Sánchez Moreno o como seudónimo: "SoloAlas", es un delito contra la propiedad intelectual, llamado Plagio y está penado. No tengo ningún problema en que se utilicen mis textos completos o frases, siempre que se indiquen el autor, lo siento no me gusta que me roben. Gracias por entenderlo. Un saludo.
Muchas gracias a todos los que habéis leído parte de mi trabajo como escritora, sobre todo por demostrarme que no debo hacerlo tan mal. Para mi ha sido muy gratificante.
Dejo el blog durante una larga temporada, lo dejo aquí y así, por si algunas personas quieren leer algo mío, oír canciones que me gustan y las imágenes y fotos que he expuesto.
Tengo que seguir en la lucha, en el trabajo, en la educación de mis hijos y en la búsqueda de mi propia paz, para seguir. Un beso y millones de gracias, me habéis dado, siendo absolutamente desconocidos, mucho más de lo que esperaba, Gracias. Besos.
"SoloAlas".
PD: Si algún día publico algo, seréis de los primeros en enteraros. Sed inmensamente felices y dichosos. Puede que vuelva... conmigo nunca se sabe...
Poco a poco, gotita a gotita, mi cuerpo se
normalizó y fui asumiendo las perdidas, aceptándolas y adaptándolas a mi vida
de aquel instante.
A Anastasia, no la perdí del todo, solo su
cuerpo físico. Puedo sentirla en el centro del pecho. Y si quiero verla, solo
tengo que cerrar los ojos y acudir a nuestro amor, aparece y a veces hasta la
oigo olisquear.
A ti, te aparqué en un rincón de mi corazón, con
todo el dolor que produce cerrar la puerta y dejar dentro, todos los
sentimientos.
Si alguien no entiende la frase anterior, es
porque nunca ha cerrado puertas con amor, cualquiera que lo haya vivido, haya
sido él o no, quien dice adiós, sabe perfectamente de lo que hablo.
La impotencia es una constante, esa se te
cierra a las muñecas, impidiéndote actuar para que no haya más dolor.
La esperanza, está brillando intensamente y
lucha contra la realidad, sabiendo que debes matar a esa luz inmensa y cuesta
tanto matarla... está alimentada de ilusiones, de amor, de deseos, de sueños,
de sonrisas y suspiros... Similar a, matarte a ti mismo.
Eso lógicamente, produce rabia y la rabia, lleva
a la culpabilidad de sentirla. Son procesos muy difíciles de controlar, una
batalla cruenta, interna, que mantienes contigo mismo.
Hasta que llega la resignación y te entregas a
ella, desarmado y con las manos en alto.
Aceptar, aprender y avanzar. La verdadera vida.
Pero todo tiene un final, ese proceso también,
el famoso túnel, con la luz al final. Lo vivimos más de una vez y dicen que a
la hora de nuestra muerte, es nuestro último camino.
A veces el proceso dura toda una vida y hay que
retroceder continuamente, para solucionar el problema, porque si no, nunca
tendrás paz interior.
Por eso, calma, no hay que precipitar las
cosas, por muy largo y duro que se nos haga, tenemos que aprender...
Eso no significa que debes anularte, que no
debes ilusionarte con otras cosas, al contrario, cada ilusión nueva, es un
motivo más, para seguir viviendo y la vida, es un regalo, no lo malgastemos.
Eso me lo digo a mi misma, a diario, para no perder la fe.
El verdadero cambio del mundo, anular lo que
está matando a nuestro planeta, comienza desde nuestro interior, de a poquito,
hacia fuera.
No nos sirve de nada gritar injusticias
externas, si cuando nos ocurren en el pecho, no las queremos ni oír.
Cree en ti, en tu poder, en tu fuerza, en tu
belleza interior y hazlo real, día a día, tú sanarás, el mundo sanará.
Yo, escribo, porque a veces solo necesitas
expresarte. Intento matar mi miedo a hablar y hasta ahora, es lo único que he
encontrado para hacerlo.
Por eso debo continuar con mi historia...
Teníamos que montar el espectáculo y yo era la
encargada de elaborar primero un guión, la historia, lógicamente, lo que vive
en ti, es lo primero que aflora. Luego buscaríamos a los personajes de la
historia, en este caso bailarines especiales y por último el proceso comercial
y de marketing, para vendernos y lo mejor para ello, es creer ciegamente en lo
que estás haciendo.
Los vendedores de pócimas mágicas, que no eran
tales, solo duraban como mucho cuatro mercadillos, la gente no es tonta y acaba
reconociendo las mentiras.
Aunque curiosamente a nuestra historia, a la de
la humanidad, durante dos mil y pico años, nos han vendido una pócima mortal,
mintiendo continuamente y seguimos comprándola.
Quizá sea verdad eso de que, nuestro destino
sea, acabar con nosotros mismos...
La historia estaba clara, sexualidad, ya que
era un espectáculo erótico, toque de humor necesario para seguir sonriendo... y
yo, lo necesitaba más que nada en el mundo, y como no, nuestra historia, la que
acababa de vivir, camuflada en el interior. Era inevitable, cualquiera que sea
creativo, sabe que cuando las cosas afectan de verdad, de alguna manera afloran
en el trabajo y los hace reales y auténticos, creíbles, sobre todo, porque lo
son.
Cada madrugada, me despertaba creando. Es la
hora de mi musa y me dejaba llevar por el pecho, por las tripas, por las
lágrimas, por las risas, pero sobre todas las cosas, por el amor... Pues lo
sentía vital, en el pecho y no solo lo sentía por ti, lo sentía por el amigo,
por los niños, el mar, la vida...
Creía en mi y de nuevo, la esperanza renació,
pero por mí, por mi vida. Y mi meta, fui yo, sin dejar de perder mi esencia.
Aunque dudé de mi misma, muchas veces. Temblaba de dudas, tenía que volver una
y otra vez atrás. Revivir y reconocer los motivos por los que había actuado y
en todos vi la misma respuesta, amor.
Lo que yo llamo, acicalar mis alas.
Puesto que son las primeras que sufren, se
dañan, se estropean y a veces hasta se rompen del todo, mima tus alas... eso
hice.
Y nació el espectáculo, el nombre, estaba
claro... El "SoloAlas"...
Bailar para ti... 26. THE END.
Primero porque era un reto, un enfrentamiento
al mundo que, no quiere reconocer el erotismo y la sensualidad, como algo
natural. Es nuestro método de apareamiento, como lo tiene cualquier animal y
además es placentero, produce sensaciones únicas. ¿Por qué no tratarlo con el
respeto y la libertad que se merecía?. Sobre todo respeto, respeto entre
adultos. Siempre con el consentimiento de ambas partes. SIEMPRE.
No a la pederastia, no a las violaciones, no a
los chantajes para conseguir sexo, no a las mentiras para conseguirlo, no a la
prostitución infantil, no al comercio sexual obligado. NO.
Nunca te rindas, no, porque al doblar la
esquina, puede estar la respuesta, puedes tenerla a un paso, o a mil, pero sigue...
Es tú sentido... el propio.
La historia del espectáculo, será para otra
ocasión...
Bailar para mí, es lo que hecho desde entonces.
Bailé y disfruté de la isla. Me enamoré de ella
y con ella, de sus amaneceres, de los acantilados, de sus gentes, de su mar,
recordando en cada instante el mío, de sus pueblos, llorándole al mío. Doce
años...
Durante mucho tiempo, te lloré a ti, por la
perdida. Porque me reconocí a mí misma, que por lo que fuera, ya daba igual.
Había perdido a un gran hombre, que vi, durante
aquellos meses, entregar y entregarse a los demás y a la vida, claramente.
Perdí a un gran amante, que se dio a mí, con la
misma intensidad y fuerza, que lo hice yo.
Perdí al amor, aunque fuera yo sola la que lo
sintiera, me costó mucho rendirme ante la evidencia, no quería verlo.
Al amigo, aquel que me apoyó, consoló, ayudó,
oyó y me abrazó, aunque fuera a escondidas, me abrazó.
Y a la persona, al padre, hermano, hijo, hombre
luchador, agradable, simpático, risueño, que se derretía con sus hijos, que
creía y tenía su propia fe.
Las alas negras, aquellas de las que tú me
hablabas, no eran tan negras créeme, llevaban corazoncitos rojos. Aunque tardé
en verlo.
Lo nuestro duró seis meses, seis días, tardé en
olvidar al hombre, seis semanas, al amante, seis meses, al amor, seis años, al
amigo y harán falta por lo menos seis décadas, para olvidar a la persona.
Ayer paseando por mi pueblo, a mi regreso, te
volví a ver y volví a sentirme orgullosa de ti, tú no me viste...
Paseabas abrazado a tu amor, ella sonreía
abiertamente, me gustó su cara y la tuya... sobre todo. Había niños, guapos y
risueños. Me recordó al instante de tus canciones, esos en los que te
entregabas cantando y sin querer, no pude evitar sonreír abiertamente, incluso
reí.
Si sirve de algo, me perdoné y te perdoné... Te
deseé lo mejor y me lo deseé, desde el corazón, porque ambos, lo merecíamos.
Y me consoló ver tu felicidad. El dolor que
pudimos causarnos, se redujo a nada. Éramos
los únicos que teníamos derecho a ello, tu y yo, nadie más.
Bajé de allí para besarte directamente, importándome
el mundo, sinceramente... una mierda.
Besarte, comerte la boca, delante de todo el
mundo.
Quería dedicarte mis propios espectáculos
eróticos y como único escenario, tu cuerpo.
Retiraste mi abrazo, apartándome de tu cuerpo
por primera vez, con control y seguridad, no querías demostrar por lo que yo
había luchado, apostado y tú... simplemente disfrutado. Eso creí, puedo
jurarlo.
Así que no había más que decir, no pensaba
mover un dedo más, por algo que no tenía, me había dejado sin... sentido.
La rabia tuve que comérmela con patatas, la frustración
colgármela de serpiente en el cuello y por primera vez te odié.
El odio es el cielo nublado, el día de playa. La
rabia, el paraguas y la venganza, bañarte en el mar, a pesar de caer el
chaparrón del siglo.
Pero la satisfacción por ello, dura muy poco,
no merece la pena para quienes tienen conciencia. Y sobre todas las cosas, yo,
conocí al hombre, persona, amigo y amante. No quería que mi odio, manchara a la
persona que realmente eras, un hombre bueno y, a mis propios sentimientos,
aunque los desteñí, sin poder evitarlo.
Y dije que sí, me marché de allí, dejándome el
corazón, las preguntas en el aire y los porqués pintando calles.
Decir adiós a mis pequeñas, fue todo un drama,
lagrimas silenciosas y controladas, decorando la clase y reflejándose en el
inmenso espejo de la pared.
Cerrar mi casa, mis recuerdos y sobre todo, mi
azotea, sin saber si querría o no, volver.
De ti, no pude despedirme para siempre... así
que me fui de allí, sin decírtelo.
Recuerdo el viaje en el avión, Tenerife, era
nuestro primer destino, había posibilidades de montar el espectáculo allí.
Y nos fuimos los tres... locos y Anastasia, sin
nada en las manos, con los bolsillos repletos de ilusiones y dinero de la venta
de la disco. Sin nada más, ni una sola idea clara, de lo que íbamos a hacer, una
vez más, dejábamos que la inspiración e improvisación, aparecieran en escena.
Con el corazón roto, dejando sumar segundos a
minutos, estos a horas y así, continuar los días, para saber de pronto que uno
de ellos, en aquel momento... demasiado lejano, recuperaba la ilusión, las
ganas y se apagaba el dolor.
Alquilamos un apartamento en la costa de Adeje,
playa de las Américas. Ni siquiera pude apreciar el paisaje, hasta pasados
muchos días. Habíamos decidido que el primer mes lo íbamos a dedicar a
descansar y recopilar ideas, pero Anastasia, no estaba bien. Yo, preocupada por
mi dolor, no me di cuenta de que a Anastasia no le invadía la tristeza como a mí,
si no, una enfermedad. Y se fue, en tres días, no me dio tiempo ni a reaccionar.
No puedo narrarlo, lo siento.
Cuando la muerte actúa, todo lo demás, todas
las lágrimas extras, te avergüenzan y te hacen sentir una injusta. Era irremediable
hundirme en la pena, como yo me vi en aquellos días, arrastrando los pies,
buscando algo, lo que fuera, que pudiera consolar mi dolor. En esos casos,
creedme, vale cualquier cosa, todo es justificable, porque mal no puedes hacer,
no tienes ni energía, ni fuerza, para levantarte, mucho menos para empuñar un
arma...
Menos mal que tuve a Gery y Antón, que me
secaban las lagrimas a besos, no dejaron de abrazarme, ni tan siquiera para
dormir. Era la primera vez en muchos años, que yo sentí el amor de mi viejita,
en otros brazos.
Soñé con ella y con Anastasia, paseando, por el
paseo por el que yo me torturé, durante años.
Cada día me despertaba con una única obsesión,
agarrarme a que la vida no se acaba, que las sentía en mi pecho, que estaban
incluso, más vivas que yo. Y puedo asegurar, que si no llega a ser... que las
sentí de verdad, que aprendí a ver mejor, porque me abrieron más los ojos,
ellas, yo, me hubiera rendido...
El dolor se hace constante, en el pecho, te
duele el alma, de veras y a veces el desconsuelo, se hace tan vital, que
incluso te ahogas.
Los ganadores de esta vida, no son los
triunfadores. Ser triunfador es otra cosa, los verdaderos ganadores, son los
que caen al suelo y sienten la fuerza en sus brazos, el impulso y la necesidad,
de levantarse...
Hay que dejar llorar y si se quiere consolar,
solo abrazar, no pedir que se mueva en el acto, que no se hunda, porque si no,
el proceso se alarga. Todos tenemos nuestros propios tiempos de recuperación,
que sumados a ellos, están las circunstancias y la actitud ante la vida.
Si quieres sacar a alguien del dolor, cuéntale
de lo bello de la vida, canta canciones suaves y baila con esa persona, al
tempo de su música interna.
Me
saludaron cariñosamente, ósea que bronca no había...
.-
Siéntate Criss. Y eso hice, con toda la tranquilidad del mundo.
La
sensación de estar como en casa, siempre, aunque me regañaran, me acompañaba
con ellos. No sentía miedo, no ocultaba mis pensamientos, ni mi cuerpo, no
media lo que decía y tampoco yo les media a ellos.
Eran
espontáneos, sinceros, habían perdido demasiado en el camino, como para pararse
en esconder nada y eso, es genial.
Siempre,
desde chica, he querido rodearme de gente así, como yo solía decir...
Si
te van a apuñalar, que sea de frente, así tu puedes esquivar la puñalada.
.-
Nos han hecho una propuesta... fantástica, vamos a vender la discoteca. Serio
Antón. Gery, asentía con una media sonrisa y la nariz roja, eso era buena señal...
.-
Vamos a realizar nuestro sueño, montaremos una compañía de espectáculos y
danza, erótica...
Sus
sueños, a mí, siempre me daban envidia sana, por lo locos y espectaculares que
eran para el resto del mundo y lo sensibles y sensuales, para mí... Yo, quería
irme con ellos, lo tuve claro, en el segundo cero.
.-
Te queremos con nosotros... esto lo dijo Gery, mirándome directamente y
abriendo entera su sonrisa, sabía que yo me moría de ganas por decir que sí.-
Pero... tendrás que dejarlo todo, no tendremos hogar fijo, es una decisión difícil,
así que piénsatelo.
Era la primera vez que tenía que frenar a mi lengua
con ellos, quería decir si, si, si, si, pero tenían razón, mis niñas, mi
pueblo, tú. Sobre todo en aquél momento, tú...
Así que les pedí un par de días y bajé a la
disco, a buscarte, me tocaba actuar en cinco minutos, poco podía contarte.
Te encontré apoyado en la columna de la disco,
sonriente. Fue verte y mi corazón decidir que... quería estar contigo. Sonreías
de medio lado, mirándome de arriba a abajo, con unas ganas locas de hacerme el
amor.
Había aprendido perfectamente el lenguaje de
tus ojos. A tu boca, a veces no quería ni oírla, solo, besarla, no sé porqué,
pero más de una vez te callé a besos, para oírte de verdad, con las manos y con
las caricias, ese era nuestro mejor lenguaje, ese y la música, bailarnos...
Me acerqué a ti, apoyé mi frente en la tuya y
cerramos los ojos, bailamos la música lenta que salía de los bafles, sin
tocarnos, solo apoyados por la frente.
Y nuestro ritmo era tan igual, tan perfecto,
tan compacto que, nos acariciamos todo el cuerpo, lentamente, en cada click de
dedos de la melodía, sin rozar nuestras pieles.
En aquel rincón, que parecía oculto, de la
discoteca, demostramos al mundo, que no había sitio para esconder nuestra
pasión, que no hacía falta hacer el amor, directamente, en mitad de la calle,
para demostrarlo, así, con toques suaves de música, se demostraba y se daba por
hecho, que lo nuestro era fuego puro.
Acabó la canción y abrí los ojos, para ver tu
boca respirar, lentamente, parecía que, acababas de descubrir lo que sentías y
te estaba ahogando, te presionaba el pecho y estuviste apuntito, te faltó nada,
para gritarlo en mitad de la disco. Tus ojos me dijeron, te amo... y tu boca...
maldita charlatana...- Sube ahí arriba, te toca, guapa...
Que mosqueo cogí, tanto que, cuando iba directa
a mi posición, no me di cuenta de que ella, nuestra amiga, nos había estado
mirando, aunque, ya en la posición la miré y ella me miraba directamente, con
ojos interrogantes y una mirada sería, preocupada, no me gustó ni un pelo
aquella mirada, siento si fui injusta, pero no me gustó nada, que precisamente
ella, supiera lo nuestro.
Eran las horas de casi el cierre, así que las
canciones eran lentas y sensuales, que dejaban que la gente pudiera tener
conversaciones íntimas, las parejas o posibles amantes, se atrevieran a más,
motivados por la intimidad de la música y los solitarios, miraran mi baile,
para irse a casa suspirando, soñando y recreados con la visión de una mujer que
le hace el amor, a la música.
Y eso hice, el amor, moviendo lentamente el
cuerpo, las caderas y acariciando mi pecho y mi estomago, sin vergüenza alguna,
dejándome llevar por el son.
Mi culo, podía verse por el vuelo de la faldita
corta y lo movía, provocativa, sabiendo qué eso a la canción, le producía
erecciones fantásticas y a mí... sensaciones únicas. Nunca he podido abrir los
ojos en esos momentos de entrega, entrecerrados, a veces cerrados, pero
abiertos completamente, jamás, porque, yo no estaba allí, yo no era la
bailarina de la tarima...
Era la danzarina de un lugar entre el cielo y
la tierra, con los siete velos de la magia, extendiéndolos al aire y regálandolos
sin mirar a quien.
Aquellos días fueron maravillosos, pero la
rutina tenía que volver a nosotros. Y con septiembre ya entrado, yo retomaba
las clases con las pequeñas y mi trabajo en la disco.
Volver a las clases me costó demasiado, adoro a
las pequeñinas, pero me había acostumbrado a la paz de tus brazos y al placer
de tu silencio. Los gritos y risas, eran adorables, pero no seductores. Aunque
eso me devolvió un poco de realidad.
Así, tomando consciencia de que hay una vida,
de que, hay que lucharla, salir adelante, crecer y aprender, cuesta menos... la
hora de decir adiós.
Y yo, ya intuía que nuestro amor, tenía fecha
de caducidad. En realidad no sé si fue intuición, mis propios miedos o tu frase...-
Te quiero mucho, como amiga.
Curiosamente, esto me lo decías con los ojos brillándote
de amor y con frases alternadas de...- No quiero y no puedo frenarlo.
El amor, dicen por ahí, que es una gran amistad,
con encuentros sexuales. Lo nuestro, en realidad fueron, grandes encuentros sexuales,
con una posible amistad.
Pero mi forma de sentir y la tuya, al igual que
las formas de pensar, son distintas. En eso no se equivocaron, aunque acertaron
de puñetera casualidad, porque ni te conocían a ti, ni mucho menos a mí.
La primera realidad, visible que tuve, fue
despertarme en mitad de la noche, contigo y ver claramente, que tú tenías tú
espacio definido, que no me buscabas en mitad de la noche, para abrazarme. Un
simple abrazo, te dice tantas cosas.
Tenía que ir haciéndome el cuerpo a ello y eso
hice, adaptar mi cuerpo y mi mente a la posibilidad de perderte. Hoy en día, no
sé si fue un error o un acierto, porque quizá mi miedo, provocó el desenlace...
o no. Eso, solo lo saben los magos del destino.
Mi regreso a la disco, fue más llevadero, podría
expresarme encima de la tarima.
La primera noche, una casualidad, una chica
nueva con la que había compartido clases de ballet, de pequeña. No recordaba
demasiadas cosas de ella, solo que me parecía sincera, directa y buena
bailando.
Nuestro encuentro fue muy especial, me ilusionó
volver a verla, habían pasado un montón de años y ella, sentía la misma ilusión
de verme.
Y curiosamente, zas, apareciste, la abrazaste y
besaste en la mejilla. Os conocíais, es más, erais grandes amigos. Charlamos riéndonos,
los tres, dando por sentado que entre nosotros tres, había amistad, sin más.
Quedó claro para ella, que tu y yo, éramos
amigos, como me dijiste entre risas.- No voy a decirle que follamos como locos,
no?. Me dieron ganas de decírselo yo. Hasta tú frase, me daba igual, pero
después de oírla, me pareció hasta... ofensiva. No porque no fuera real, era
una realidad constante, era porque acababas de abofetearme con ella y sin
importarte una mierda, lo que yo estaba sintiendo.
Y no me guarde mi enfado, te lo dije y cerré el
tema.
Ella actuó una hora antes que yo, pero no pude
mirarla, estaba tan... en mi mundo, que no aprecié su baile, pero creo que fue
bueno, por la ovación.
Tú aplaudías encantado, entonces si sonreí,
porque te vi generoso con ella y eso me puede, la gente que va regalando
palabras amables, gestos cariñosos, me pueden. Un poco de mis miedos se
evaporaron, para bailar encima de la tarima.
Mis jefes, me llamaron al despacho antes de actuar
y subí sin sospechar siquiera, para que me necesitaban.
Abrí la puerta gris de metal, dura y pesada, en
la parte trasera de la disco. Aquello no era un despacho, era las entrañas del videojuego,
comecocos, los mismos colores, chirriantes, dañinos y el fuerte olor a taller mecánico,
que nunca he comprendido pues se trataba de un despacho, no de las mazmorras
del infierno.
Y contrastaban con las caras amables de mis
jefes, Antón y Gery, una pareja adorable.
Antón, gallego de un metro ochenta, corpulento, sonriente, enternecedor,
que dejó su tierra y su familia, porque no entendían que un hombre de su tamaño
y volumen, quisiera en realidad ser, una princesa de cuento. Lo era sin dudas,
no he conocido miembro de la realeza,
con tanto estilo, glamour y toques sensuales, andando encima de plataformas de
cincuenta centímetros y con peluca estilo Lolita, que aquella pedazo de
princesa encantadora.
Y Gery, Gery era para comérselo, sensible, de
tierra fría y corazón ardiente, Irlandés. De pequeño soñaba con ponerse la
falda escocesa, con botines de tacón y punta. Teniendo que usarlos para
apuñalarse el corazón y dejar a los suyos, por falta de comprensión.
No os dais cuenta del dolor que supone para un
ser humano, gritar al mundo quien es y ponerse con ello, a los suyos, por
enemigos. Ver el rechazo en un hermano, la mano que le señala, de su propio
padre, que se avergüenza de él. Cuando tiene un interior más bello que un campo
minado de amapolas rojas. Quedémonos con las cosas buenas, no es tan difícil
amar al ser, es lo que debemos amar, el resto son adornos.
Los adornos:
Paseamos por esta vida, a
veces con pasos lentos, otras tan rápidos que le ganan el pulso al tiempo.
Vamos adornándonos el cuello... con collares engarzados de
lágrimas.
Con broches que nacen del pecho, broches brillantes llenos
de latidos.
De pendientes... besos perdidos.
Como Carmín... las bocas que a veces incluso ni deseamos, ni
amamos.
Te llegas a vestir con el orgullo, con la pena, con la
ilusión y la maldita desilusión...
Por zapatos... a veces unos que pesan tanto que te rompen
los tobillos y otras, zapatillas de ballet, que hacen que te eleves danzando al
cielo.
Pero muy pocas veces, muy poquitas, tan poquitas que apenas
la recuerdas...
Paseas completamente desnudo, al antojo de los vientos...
Ellos decidieron pasear
por la vida, desnudos de mentiras, mostrando ser quienes eran, puesto que no
dañaban a nadie, no mataban, no herían. Y eso, para mí no solo es un acto de
valentía, es un honor a la verdad. Los verdaderos derechos del ser humano.
La hubiera sacrificado sin dudas, en el aquel
instante. Si me pides mis sueños, en aquel momento, te los hubiera dado todos,
no me hubiera quedado ni uno, tan solo el de... amarnos.
Cualquier cosa que me hubiera alejado de ti, la
hubiera matado... menos a ti.
Te tuve en aquella azotea, mirándome en
silencio, embelesado, con la luz de las velas reflejadas en tus ojos.
Con la timidez del niño, que aun habitaba en
ti. Temblabas acariciando mi cuerpo, con miedo, con sorpresa y fuiste más tú
mismo, que jamás en toda tu vida.
No te avergonzaste de ti, ni mucho menos de mí.
No te importó que, el ángel del amor, nuestro ángel, estuviera allí con
nosotros aquella noche, espiando desde ese inmenso cielo, nuestras caricias, enseñándonos
a explorarnos y acariciándonos a la vez... a ambos.
Y aquella noche, rozando el límite de lo que
muchos consideran impuro, fuimos más puros que nunca.
Como el dulce de leche, sabía tu piel...
Mi lengua pionera de mis caricias, paseó tu
cuerpo, de arriba abajo y de abajo arriba, parando a deleitarse en tu pene, que
me encantaba. Sí, me gustaba comerte, no podía evitarlo, me sabias a gloria.
Y con ganas me tragaba una y otra vez, esa
gloria. Si eso es pecado, iré al infierno mil veces, porque mil veces me la tragué,
comí y bebí, llena de ganas, tantas, que nunca se saciaban.
Mi cerebro se evaporó, no habían guerras en el
mundo, no existía el hambre, ni el dolor de las madres, que pierden a sus hijos.
Las palabras... miseria, pena, llanto amargo, angustia, egoísmo, invasión,
manipulación y sobre todo, sobre todas, la palabra mentira, desaparecieron del
vocabulario mundial, para convertirla en una única palabra, en negrita y
subrayada, mayúscula... AMOR.
No sé si fue el aire fresco de la noche o tus
manos, pero sentí perfectamente como, cada poro de mi piel se erizaba, lentamente,
a tu paso, adormeciendo mis dolores, mis penas. Entregándome lánguidamente y
por entera, a la paz, al placer, al olvido de los millones de años que tiene
este planeta.
Fuimos Adan y Eva, en el momento en que se hicieron
el amor por primera vez.
Tu pecho fue mi néctar y tu cuello, la puerta
del cielo, el cielo... tu boca.
Besarte y comerte el aliento, mientras nuestras
pieles se entretenían, centímetro con centímetro. Nuestras manos, dedo con dedo.
Incluso entre nuestras alas, se acariciaban la una a la otra, confundiéndose,
sin saber cuáles eran del uno y del otro. Besarte era morir, morir, morir en
paz y con la satisfacción de la plenitud de la vida.
Y hasta mis pechos, florecieron, porque toda mi
piel, quería salir a tu encuentro, recibirte antes de adentrarte en mi. Y mis
pezones atrevidos, fueron más duros, más punzantes, perfectos en las caricias,
la dureza acariciando con infinita ternura... como jamás en mi vida los había
sentido.
Me subí a ti, porque no podía frenar a mi
cuerpo, no me podía, ni podías dominar.
Y te cabalgué, a la vez que te sentí entrar en
mi, lentamente, suave y dulce, con el ritmo perfecto que me marcaba tu cuerpo,
sin palabras, sin gestos, solo una mirada intensa a tus ojos.
Una mirada infinita, de esas que no saben, que
no pueden mentir, de esas que no conocen el miedo, que son atrevidas hasta
morir, la misma que comparte una madre con su hijo, la primera vez que se ven. Esas
miradas, son más honestas, que la vida misma.
E hicimos el amor, entregados al destino,
rendidos, sonriendo tímidamente al placer de vivir y sabiendo perfectamente que
podía finalizar, pero aquella noche, nada ni nadie, en el mundo, en todo el
universo, ni siquiera las brujas malas de los cuentos, pueden robárnosla, ni a
ti, ni a mí, ni a nuestro ángel testigo, del amor.
Dormimos al raso del cielo, desnudos, abiertos
al mundo, con nuestros cuerpos entrelazados para protegernos el uno al otro,
hasta que el día nos cegó y despertó.
Aquel sábado, fue de día para mi pueblo, por la
tarde para mi, comprarme ropa, velas perfumadas y disfrutar de mi ternura
interior. La noche te la había prometido...
Me sentía tan bella por dentro, como por fuera,
no tenía ni una sola duda de ello. Me lo decían tus manos cada vez que, me
acariciaban y tus ojos cada vez que, me mirabas.
Te esperé, nerviosa e inquieta, porque sabía
que se me notaba demasiado y estaba muerta de miedo, no quería decirte... te
quiero, con palabras, pero era idiota, todo mi cuerpo y mis ojos, lo gritaban y
hasta mi pelo, se le notaba.
La casa, iluminada entera hasta la azotea, con
velas. Subir hasta allí, el equipo de música no me costó nada, comparado con el
colchón. Que lo extendí allí, en mitad del suelo de cemento, cubierto con
sabanas blancas de lino, pétalos de rosas rojas y estrellas de la noche.
Como compañía, una botella de cava y el aire
fresco de la noche.
Pegaste a la puerta, con la misma suavidad que,
me besaste al abrirte. Tus ojos, estaban tan brillantes como aquel cielo negro.
Tu beso, solo, ya me hizo estremecer de por
entero.
Suave, tu boca, que me quemaba viva, lenta tu
lengua, que me curaba las heridas.
Tu mano en mi cuello, deslizando lentamente tus
dedos, la otra en mi cintura, apretando fuerte contra ti, tanto que, tu calor,
traspasó nuestras pieles y me llegó hasta las entrañas.
Tuviste que sujetarme fuerte, porque volaba, me
elevaba y me iba a esa azotea antes que nuestros cuerpos.
No había creído jamás en las fronteras, aquel
día, le hice juramento de lealtad a la frontera de tu abrazo. No quería estar
en ningún lugar distinto, no quería otra tierra, no podía, ni creía, que sería
capaz de vivir en otros brazos, durante el resto de mis días.
El mundo entero dejó de existir... en aquel
instante.
Hubiera jurado, lo hubiera apostado, aunque a
día de hoy, tenga que tragarme todas esas promesas y juramentos, que tú tampoco
querías estar en otro lugar, jamás...
Te tapé los ojos, para llevarte hasta la mesa,
esa noche íbamos a cenar antes... Y viste la mesa y sonreíste, una simple
ensalada...
Una ensalada, encima de un mantel de plástico,
sin adornos, sin flores, tan natural como un cuerpo desnudo. Tan simple como la
piel. Pero con el amor como ingrediente principal y con ese ingrediente, el éxito,
estaba asegurado.
Cenamos, mirándonos, con sonrisas cómplices,
charlas amenas, sin prisas y sin risas.
Observando uno a uno, cada uno de nuestros
movimientos, el miedo volvía a mi continuamente, cada palabra la medía y la
controlaba, para que no se me escapara, para que no se colora el... te quiero,
entre ellas.
Y cuando recogimos la mesa, ayudándonos
mutuamente, besándonos en cada visita a la cocina, con el miedo de ser
sorprendidos por Anastasia, que, cada vez que venía a vernos, nos pillaba y se
marchaba con la cabeza gacha, sin saber que ladrar, incluso desistió de
movernos la colita, se iba derecha a su cama, se tumbaba triste, pensando que
me había perdido para siempre y hacía un uhmm perruno, en el que demostraba que
intentar seducirnos, era inútil.
Y cuando ya no quedaban más excusas, te di la
mano, subimos los escalones de la azotea, en cada escalón una vela y salimos a
la noche, para encontrarnos de frente con la belleza de las luces de las velas
y las de mi pueblo iluminado, en mitad del negro profundo de la sierra.
Te mantuviste quieto e inmóvil, mientras yo
dejé caer el vestido de lino blanco, al suelo, resbalando lentamente por mi
piel, el tejido imitó el recorrido de tus ojos, acariciando mi piel lentamente.
No había nada más, mi piel entera, mi cuerpo
completo, sin perfumes si quiera, mi cuerpo y mi alma, sin más, para ti,
aquella noche y todas las que tú quisieras...