"SoloAlas"

Y no soy para nada un... ángel. Aun sigo viva.

domingo, 21 de abril de 2013

Bailar para ti...20.




Bailar para ti...20.

Aquel sábado, fue de día para mi pueblo, por la tarde para mi, comprarme ropa, velas perfumadas y disfrutar de mi ternura interior. La noche te la había prometido...
Me sentía tan bella por dentro, como por fuera, no tenía ni una sola duda de ello. Me lo decían tus manos cada vez que, me acariciaban y tus ojos cada vez que, me mirabas.
Te esperé, nerviosa e inquieta, porque sabía que se me notaba demasiado y estaba muerta de miedo, no quería decirte... te quiero, con palabras, pero era idiota, todo mi cuerpo y mis ojos, lo gritaban y hasta mi pelo, se le notaba.
La casa, iluminada entera hasta la azotea, con velas. Subir hasta allí, el equipo de música no me costó nada, comparado con el colchón. Que lo extendí allí, en mitad del suelo de cemento, cubierto con sabanas blancas de lino, pétalos de rosas rojas y estrellas de la noche.
Como compañía, una botella de cava y el aire fresco de la noche.
Pegaste a la puerta, con la misma suavidad que, me besaste al abrirte. Tus ojos, estaban tan brillantes como aquel cielo negro.
Tu beso, solo, ya me hizo estremecer de por entero.
Suave, tu boca, que me quemaba viva, lenta tu lengua, que me curaba las heridas.
Tu mano en mi cuello, deslizando lentamente tus dedos, la otra en mi cintura, apretando fuerte contra ti, tanto que, tu calor, traspasó nuestras pieles y me llegó hasta las entrañas.
Tuviste que sujetarme fuerte, porque volaba, me elevaba y me iba a esa azotea antes que nuestros cuerpos.
No había creído jamás en las fronteras, aquel día, le hice juramento de lealtad a la frontera de tu abrazo. No quería estar en ningún lugar distinto, no quería otra tierra, no podía, ni creía, que sería capaz de vivir en otros brazos, durante el resto de mis días.
El mundo entero dejó de existir... en aquel instante.
Hubiera jurado, lo hubiera apostado, aunque a día de hoy, tenga que tragarme todas esas promesas y juramentos, que tú tampoco querías estar en otro lugar, jamás...
Te tapé los ojos, para llevarte hasta la mesa, esa noche íbamos a cenar antes... Y viste la mesa y sonreíste, una simple ensalada...
Una ensalada, encima de un mantel de plástico, sin adornos, sin flores, tan natural como un cuerpo desnudo. Tan simple como la piel. Pero con el amor como ingrediente principal y con ese ingrediente, el éxito, estaba asegurado.
Cenamos, mirándonos, con sonrisas cómplices, charlas amenas, sin prisas y sin risas.
Observando uno a uno, cada uno de nuestros movimientos, el miedo volvía a mi continuamente, cada palabra la medía y la controlaba, para que no se me escapara, para que no se colora el... te quiero, entre ellas.
Y cuando recogimos la mesa, ayudándonos mutuamente, besándonos en cada visita a la cocina, con el miedo de ser sorprendidos por Anastasia, que, cada vez que venía a vernos, nos pillaba y se marchaba con la cabeza gacha, sin saber que ladrar, incluso desistió de movernos la colita, se iba derecha a su cama, se tumbaba triste, pensando que me había perdido para siempre y hacía un uhmm perruno, en el que demostraba que intentar seducirnos, era inútil.
Y cuando ya no quedaban más excusas, te di la mano, subimos los escalones de la azotea, en cada escalón una vela y salimos a la noche, para encontrarnos de frente con la belleza de las luces de las velas y las de mi pueblo iluminado, en mitad del negro profundo de la sierra.
Te mantuviste quieto e inmóvil, mientras yo dejé caer el vestido de lino blanco, al suelo, resbalando lentamente por mi piel, el tejido imitó el recorrido de tus ojos, acariciando mi piel lentamente.
No había nada más, mi piel entera, mi cuerpo completo, sin perfumes si quiera, mi cuerpo y mi alma, sin más, para ti, aquella noche y todas las que tú quisieras...
"SoloAlas"...


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