"SoloAlas"

Y no soy para nada un... ángel. Aun sigo viva.

domingo, 7 de abril de 2013

Bailar para ti... 3.








Bailar para ti... 3.

Sentada en la orilla, admirando como poco a poco, el cielo se iba vistiendo de gala, para recibir a la luna.
Con el rugido suave de las olas, que rompían sus gotas de mar, en la arena.
Mis pies ya notaban la humedad de esa tierra, enterré los dedos un poco, para rescatar calor. Unos milímetros y la tierra caliente, estaba aun allí. Gesto que me trajo de nuevo tu recuerdo, el mismo ardor suave que sentí al abrazarte.
Oí de nuevo mi nombre en tus labios y cerré los ojos para atraerte a mí. Quería que compartieras conmigo aquella visión maravillosa...
Abrazándome por la espalda, justo el lugar donde sentía más el frío. Mi columna, cubierta con tu pecho y tu barbilla reposada en mi hombro, mi hombro tatuado con una de las frases más reveladoras sobre mí y también escrita por mí...
Abrí mi boca, busqué tu lengua y perdí mi guerra...
Te imaginé mirando las estrellas, señalándome las más brillante, soplándome el pelo. Y te juro que sin apenas conocerte... sin haber estado en mi vida, tan solo unos minutos, te eché de menos más que a nadie, en toda mi vida.
¿Quién eras?, un brujo, seguro, me habías embrujado con tus ojos, robando mis deseos, mis sueños, mis pensamientos, sin miramientos, tiraste de ellos, de la misma forma en la que muchos le arrancan la piel a los animales, sin tan siquiera temblarte el pulso, sin conciencia.
No te merecías otra cosa, no merecías más que el olvido, enterrarte sin piedad en ese baúl que llamamos... una anécdota más. Y me levanté de aquella orilla, decidida a ello, sacudiendo el resto de la arena de mi pantalón, cayendo con sus iguales al suelo y con ellas mis miedos.
Tres semanas, tres, la primera el rechazo absoluto, la segunda, un poco más debilitada, con menos ansias, con más ganas de vivir y la tercera, ya estaba asumido...
Primeros días de Julio.
Julio en mi tierra es un mes agitado. Para mí, un poco más tranquilo, ya que no había clases para las niñas, aunque siempre acababa echándolas tanto de menos, que no podía evitar ir al estudio donde impartía las clases. Ordenar y re-ordenar  aquellas pequeñas zapatillas rosas, colocar sus lacitos dentro, situarlas de mayor a menor, de menor a mayor. Retintar sus nombres en las suelas, Paulita... :), a Paula le encantaba que dibujara la sonrisa tras su nombre. Poner la música e imaginarlas con sus bracitos al cielo, con sus alas extendidas, esplendidas y soñadoras, a puntito de volar decididas como las mariposas monarcas, en su gran viaje de migración. Tres mil kilómetros de regreso, para morir nada más lograr alcanzar su meta.
Por las noches era un caos, bailábamos a diario en la discoteca, con turnos más largos, con coreografías distintas, para no aburrir con la misma del día anterior. A veces, sobre todo los fines de semana, nos daban la siete de la mañana y salíamos de allí, con el día.
No puedes aguantar ese desenfreno sin una alimentación sana, sin dormir lo suficiente, hacer un poco de ejercicio y yoga, para meditar y escapar. Todo eso hacía yo, entre actuación y actuación. Provocando aun más, el distanciamiento de todos los que trabajaban conmigo, porque nunca me sentaba a charlar con ellos, no me bebía copas, solo agua, mucha agua, no reía con sus chistes, no salía a fumarme porros con mis compañeras. Era la rara de cojones...
Cuando subían gritándose unas a otras, te tocaaaaa, y se paraban en seco, mirando como yo estaba sentada en posición de meditación, sin inmutarme, en mitad de los camerinos, sobre una vieja alfombrilla. Podía leer sus mentes...- Ya está la loca esta otra vez... y no las culpo, cualquiera que no sea sociable, resulta o un loco o un bicho raro.
Lo curioso era que yo era la persona más sociable del mundo, la gente de mi pueblo lo sabía, alguna compañera también, pero me mantenía hermética para muchos.





Justo a las tres semanas de nuestro encuentro, yo estaba así, en esa posición, en mitad del camerino, no había nadie más, pues era una hora tope, las que bailaban, bailaban, las que no, se relacionaban entre ellas o con algunos tíos buenos que habían visto, mientras bailaban, lo normal.
Había conseguido dejar de oír la música, el barullo, apoyando mi espalda a la pared, cerrando los ojos, recogiendo mis piernas en cruz. No sabéis lo difícil que es esta postura, con unas botas altas hasta el muslo, acordonadas, de charol. Se te clavan cada arruga y cada pliegue del charol, en la piel, marcando justo el mismo dibujo. Ya ni la sentía...
El sujetador de lentejuelas, también es un pequeño impedimento, negro, con aros sujetos, presionando para elevar, con encaje, adornando los pechos, que salían por encima, queriendo escapar.
La falda cortita, sujeta a la cadera, negra, tan corta que era pecaminosa, también había dejado de molestarme. Y el culote negro, del mismo encaje picante que el sujetador, ya ni me sobraba.
Me había recogido el pelo, con pequeños mechones sueltos, me encantaba el efecto que producía en mí, que se soltara, extendiéndose, lloviendo sobre mis hombros y cara, mientras giraba en la barra de baile, extenuada y transformada.
La piel cubierta de brillantina, que resaltaba aun más, gracias a el tono morenito de verano. Mis uñas y pestañas, no iban a ser menos, eran estrellitas, que adornaban y embellecían, igual que las de la noche.
Tan elevada estaba, tan desaparecida en mi propio silencio, que no te sentí llegar...
No pude notar tu presencia, no percibí que te arrodillabas ante mí, muy cerca, tan cerca que cualquiera que, no hubiera estado en su propio universo, lo hubiera notado claramente.
Fuiste mi cazamariposas, me bajaste del cielo, paseando tu lengua húmeda, por el canal de mi pecho.
Sin dejar de estar aun en ese cielo, sin abrir mis ojos, ya supe que eras tú, tan solo por el calor de tu cuerpo, me había recubierto por completo.
Abrí los ojos de golpe, no podía ser un sueño y tu pelo estaba allí, tú, arrodillado ante mí. Mis ojos miraban tu cabeza que, ascendía lentamente, obligándome a elevar el cuello y con ello, los ojos, al techo, para que lamieras mi nuez, mi barbilla y cuando llegaste a la boca, ya me importó un carajo el mundo entero.
Mi espina dorsal se había erizado. No sentía miedo, solo quería más y tú, puñetero idiota e injusto, separaste tu cara, para mirar mis ojos y pedir autorización ¿Que más autorización querías?, si estaba jadeante, rogándote con los ojos la lengua, mordiendo mis labios. Y tú allí, serio, firme, no pude evitarlo...- Dámela, por favor... tu lengua, la quería, la buscaba... mi guerra estaba perdida...
Te acercaste lentamente, demasiado... estaba tan enfadada contigo, que no tuve miramientos, quise hacerte sentir, la misma tortura que tu habías creado en mí. Provocarte sin entregarte, entregarme sin darme y, tu beso...
Lento, suave, intimo, sin prisas. Me ganó la batalla en el primer segundo, derrotando toda mi rabia, con amor... con dulzura.
Sin rozar apenas nuestros labios...
Nuestras lenguas jugaron a presentarse tímidamente, a enroscarse para conocerse, a descubrir el tacto de la una con la otra, tan suaves... Nos probamos el sabor, el uno del otro, sabias a melón, mi fruta favorita. Yo, a menta fresca, enjuague bucal...
Tus manos estaban alzadas por encima de mí, apoyadas en la pared, sin rozar con ellas ni un milímetro de piel y yo ya estaba tan húmeda. Fíjate, si llegas a tocarme, me derrito.
Creo que si me hubieras hecho el amor allí mismo, ni siquiera hubiera titubeado, no me hubiera intimidado una mirada sorprendiéndonos, porque una cosa estaba clara, yo ya era tuya, ya te pertenecía...
El fuego de mi entrepierna, se estaba convirtiendo en casi insoportable, el de la tuya, no lo sujetaba ni aquel pantalón. Abultaba descarada. Me castigaste por aquello, besándome con furia, descontrolado. Tu brazo se colocó tras mi cintura y tirabas de mi cuerpo hacía el tuyo, tuve que parar la furia con mis manos, craso error, porqué toqué tu pecho.
El latido de tu corazón era tan fuerte como el mío, traspasaba claramente tu carne, la piel y el tejido de esa camisa, que ya te estaba sobrando. No pude evitar apiadarme de ti e intentar calmarte con mis caricias en ese pecho. Una equivocación más, ese gesto, provocó el arqueo de mi espalda, querer acercar mis tetas prisioneras, a él. Que nos arrancáramos las ropas, y calmar esa agonía, restregando nuestras pieles a la altura del corazón...

"SoloAlas"



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