Antes de seguir describiendo cada sala, quiero contaros algo
que creo que, es verdaderamente importante, para que logréis entenderme, para
que podáis colocaros en mí.
Sufrí, lloré y crecí… aprendí. Mi alma, mi equilibrio
emocional, estuvo muy dañado, pero cuando quise darme cuenta, había crecido
tanto como ser humano, como persona, que mi forma de ver el mundo, a las
personas, era distinta a la del resto, jamás me atreví a juzgar por debilidad,
ya que yo era la primera persona débil a la que me enfrentaba a diario.
No creía en mi, nada, me castigaba y soportaba el peso de mi
conciencia continuamente.
Perdí al hombre que más amaba, lo perdí consciente de que
estaba ocurriendo en cada segundo y no moví ni un solo dedo para evitarlo, ni
por mí, ni por mis hijos. Cuando ocurrió lo inevitable, no fui capaz de
perdonármelo... me costó años hacerlo, a él le perdoné mucho antes.
No era capaz de volverme a enamorar, desarrollé un octavo o
noveno sentido, que hacía que huyera, que buscara defectos. A pesar de desear
volver a sentir la magnífica sensación de estar enamorada, de añorarla, cuando
ocurría algo parecido, lo mataba o moría. La intuición o el miedo, siempre
estaban ahí, para encender las alarmas.
En el principio del proyecto, en su nacimiento, me sentí así,
enamorada, con él, fue con quien compartí mi primer masaje, mi sueño, mis
ganas.
El día después de nuestra primera cita a solas...
Os voy a contar un cuento, una historia breve, que trata de unas pocas
horas, en cualquier playa del mundo, con música de fondo, con calor y dolor en
la entrepierna, con mucha dulzura, mucha más de la que se podría resistir, con
sabor... si, sabor a sus besos...
No importan los protagonistas, no importa el tiempo, ni sus
circunstancias, no importa como llegaron hasta ahí, pero si importa la
sensación, lo que sintieron... como pueden derretirse dos cuerpos, con el
simple fuego de sus besos.
Ellos decidieron que lo que pensara el mundo les importaba un bledo...
querían descubrirse y comenzaron a hacerlo. Ella se rindió sin remedio, aun
sabiendo que no debía, aun sabiendo que estaba muerta de miedo...
Abrió su boca, busco su lengua y perdió su guerra... ni siquiera pidió
tregua, tuvo que ser el quien parara las flechas, el que controlara las tropas,
el que dirigiera la táctica... porque ella cayó al primer ataque a besos.
Pero como una Juana de arcos cualquiera, levantó su cuerpo, extendió
sus alas, y aun sabiendo que había perdido, desplegó sus armas...
Justo en ese instante, ya no sintió miedo, ya no temía sufrir, ni
morir, no temió el dolor, porque estaba demasiado acostumbrada a el... se quitó
uno a uno, cada escudo, se desprendió de su armadura y se quedó completamente
desnuda.
Retándole, mirándole de frente, sacando valor del mismo sitio en que
sentía dolor, arrancándole ilusiones al tiempo...
Firmaron tratado de paz, solo el tiempo suficiente como para morirse de
ganas, de luchar otra vez, de lanzarse hasta caer muertos.
Cuando esa batalla se de, si conocéis el resultado... es que habré
sobrevivido al encuentro, si no, quizá es que me costó demasiado el riesgo...
Y la batalla se dio y
el resultado...
Comerse era poco... devorarse, destruir cada
gemido, con mordisco en la piel. Notar como tu cuerpo se abre... para
recibirle, aceptando la derrota.
Obligada por la pasión, arrastrada por el deseo,
sabiéndome perdida. Con las alas extendidas y sin intención alguna de volar...
Querer morir allí mismo, ese lugar y en ese justo instante.
La dignidad tapando, lo que la ropa tirada en el
suelo, había cubierto, instantes antes...
No voy a olvidarte, entre otras cosas no tengo porqué
hacerlo, lucharé hasta que podamos mirarnos de frente, como mi amor o como mi
amigo. Para eso, tengo que dejar que el tiempo y el viento... hablen.
Y llegó de nuevo el adiós... y en pocas horas, cuando lo reconoces,
abres la puerta y dejas volar, tomando impulso tú, para volar en dirección
contraria.
Cuando al batir las alas... no hay rabia, solo un gracias. Se te ilumina la cara pensando en la nueva aventura, te traerá el destino... sin querer, sonreirás.
Cuando al batir las alas... no hay rabia, solo un gracias. Se te ilumina la cara pensando en la nueva aventura, te traerá el destino... sin querer, sonreirás.
Porque hay cosas que hay que dejar que se las lleve el viento
y el tiempo... Sobre todo, las batallas que mantenemos por tener razón, aun
sabiendo que ambos la tenemos, por ese respeto.
Por el amor, por esas ganas locas y entender que hay parejas
que buscan más, que necesitan más, parejas que con solo mirarles, adivinas la
complicidad mutua. Tenía que crear una sala, una sala con alas, solo por y para
ellos.
La habitación contigua a la sala Sode, la misma oscuridad, el
mismo olor, el polvo que me ahogaba, me ocurrió con todas las salas y no podía
solucionarlo de la misma forma...
Solo con entrar, me entraron unas ganas locas de pintarla de
blanco, blanco nítido, de colgarle alas y eso hizo Oscar...
Frases del texto
anterior:
Abrió su boca, busco su lengua y perdió su guerra...
Tiempo suficiente como para morirse de ganas…
Levantó su cuerpo, extendió sus alas, y aun sabiendo que había perdido,
desplegó sus armas.
La dignidad tapando, lo que la ropa tirada en el suelo, había cubierto,
instantes antes...
El
suelo enmoquetado en rojo, el rojo de los besos, del vino viejo, de la sangre
derramada, derramada por amor...
A
la derecha de la sala, el rinconcito de la intimidad, recogido con cortinas de
gasas, cortinas que podías soltar, cuando quisieras. En él, un sofá con el
tacto del algodón de azúcar y una mesa baja, todo en blanco, todo menos los
porta velas de encima de la mesita, en cristal rojo oscuro y la gasa de fondo
que cubría el blanco de la pared, en el mismo rojo.
Por
el suelo, esparcidos, indicando el camino del flutón, pétalos de rosas blancas.
De
banda sonora… canciones románticas de boys II men y Blackstreet.
El
fluton extendido, en el lado izquierdo, cubierto con seda blanca y cojines de
distintas formas, corazones, labios, flores.
Espejo
a la cabeza y lateral del flutón, otro enorme en el techo...Todos con forma de
alas al viento.
Al
fondo de la estancia, a la izquierda, el baño, la pared central, adornada con
las alas de Oscar y una cortina de cristales, por donde salía la musa a recibir
a las parejas.
Al
principio, decidí ser yo misma la musa de aquellas parejas, me encanta este trabajo, me siento tan llena.
Siento la magia que trasmito y me trasmiten, tanto... que siento como mi piel
se abre para que traspasen una a una todas las sensaciones despiertas.
Pero
viendo el ritmo y el rumbo que llevaban las cosas, tuve que descartarlo en
seguida, aunque alguna vez... tengo que confesarlo, le he quitado el puesto a
María...
Porque
así llamaba nuestra musa, la musa de la sala alas.
A
María, la conocía desde hacía muchos años, pero como se suele decir de lejos.
Habíamos llevado durante años, a nuestros hijos al mismo colegio. Cuando
recogía a Alan del comedor y me cruzaba con ella, nunca un saludo, nada. Pero
siempre me llamó la atención su forma de vestir, lo maquillada y arreglada que
iba. A veces la acompañaba su marido, cogidos de las manos y a mí, se me hacía
un nudo en la garganta.
Ni
se me hubiera ocurrido preguntarle, ni tan siquiera se me había cruzado por la
cabeza, que ella podría trabajar en "esto".
Y
una vez más el destino, me lo puso en bandeja. Comentando con Eva, amiga,
vecina y madre, lo que estaba haciendo, riéndonos por la locura, pero con la
ilusión en mis ojos, le pregunté a Eva.- ¿Quieres trabajar con nosotros?,
necesito una musa. Iba a continuar con mi propuesta, a pesar de la negativa de
Eva con la cabeza y sonriendo, con un.- Tú estás loca!.
Ella
de pie, al lado nuestra, sin poder evitar oírnos, me miró y directamente.-
¿Puedo hablar contigo? A solas.
Fue
algo rápido, me dijo.- Necesito el trabajo, yo tengo experiencia. Yo con la
boca abierta, como se suele decir en mi tierra, cuajada... continuó.- ¿Importa
la edad?, hago una prueba, si no valgo, no me pagas.
Superó
la prueba, nos hizo un masaje a mí y a Patricia. El ritual estrella que había
creado para la sala. Tuvimos que pagarle y contratarla. Magnifica.
María...
fue ella quien dedicó sus alas a aquella sala, con una belleza absoluta, con
madurez, con dulzura y sobre todo con un gran respeto y pasión por su trabajo.
Con
un cuerpo cuidado, con la piel llena de años, pero con un físico que muchas de
veinte envidiaban.
Sus
pechos naturales, sus curvas moldeadas, por el hecho de ser madre. Observarla
completamente desnuda, era asentir y reconocer la belleza de una verdadera
mujer.
María,
jamás fingía, no gemía, ella no susurraba te quieros, porque entre otras cosas,
sus te quieros, ya tenían dueño.
Dedicaba
la misma dulzura y pasión a ambos, sin importar el sexo. En esa sala, eso era
lo de menos. Recibíamos a parejas de distinto sexo y a parejas del mismo sexo,
incluso la utilizamos para placientes sin acompañante, pero entonces era otro
el ritual.
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