El
ritual estrella de nuestra sala Infierno… Placer de oro…
Las
reglas principales, el respeto al dolor, al ser humano. Se trataba solo de
jugar, jugar a ser malos, jugar a dejarse dominar, solo representarlo.
La
melodía acompañante… Gótica y tangos, el tango de Roxanne
Se
recibían a los placientes, después de su baño, baño al que dirigíamos por una
puerta trasera, y al que indicábamos por donde debían salir cuando acabaran… la
puerta al infierno.
Los
musos, vestidos en cuero negro y metal, ellas con faldas de tul y botas
acordonadas bajas, medias de rejilla, rotas, las sumisas con collares de
castigo, las amas con látigos en mano. Él con pantalón ajustado, pecho
descubierto y capucha de verdugo.
Melody
de diablesa, rojo intenso, con mono ajustado, abotonado hasta la cintura, dejando
descubiertos sus pechos y aberturas en el culo, dejando ver sus cachetes.
Arrodillada
en el flutón, mientras el resto bailaba, besándose, simulando dolor físico al
hacerlo.
Cuando
el tango de Roxanne finalizaba, Aeneas se dirigía al placiente, ofreciéndole en
una mano látigo, en la otra… collar de castigo, ahí, en ese momento justo, el
placiente debía decidir escogiendo uno de los dos objetos.
Si
escogía látigo...
Sonaba...
Santa María- Del buen ayre.
Las
sumisas arrodilladas, se desnudaban lentamente, ofreciendo su carne, su piel,
para ser torturadas, Aeneas y Aldora… amos, abandonaban la estancia.
Melody
nunca dejaba…
Las
musas sumisas, Clara y Bernabé, arrodilladas, caminaban hacía el placiente y
rogaban tirando de la toalla, extendían por su cuerpo aceite, dejando caer con
esponjas… cada una de un lado del placiente, subían y bajaban deslizando el
cuerpo, pegando bien la pelvis a su cadera, masajeando en forma de caricias.
Manteniendo
la mirada baja, se dirigían al flutón donde Melody seguía arrodillada. Ella
ordenaba que le comieran las tetas, una cada una, mientras el placiente podía
acompañarlas o simplemente mirar.
Melody
se levantaba empujándolas a cada lado, y se dirigía reinante al placiente…- Son
tuyas, haz con ellas lo que quieras, menos penetrarlas, eso lo haré yo... al
final.
El
placiente ya en el flutón, compartía la magia del roce de la piel con ellas,
algunos mordían suavemente, otros pellizcaban pezones, las chicas se dejaban
dominar, sin dejar de acariciar, sin despegar la piel de su amo momentaneo.
Melody
observaba desde arriba, a veces excitándose tanto, que con el mango del látigo
rozaba por encima del cuero, su clítoris, hasta correrse.
Otras
debía intervenir si el placiente iba más allá y con el mismo mango, levantando
la cara del placiente, gritaba un…- No, rotundo.
Cuando
acababan el desliz, se retiraban a un lado del flutón, acurrucadas,
observantes, Melody sin quitarse los tacones, ni la ropa, masturbaba al
placiente, mientras ordenaba a una y a otra…- Tú bésale. Tú dale un pecho…
Y
finalizaba en la piel de una de las musas
sumisas, ellas limpiaban sumisamente. Melody se dirigía a la bañera de
champan, helada, se desnudaba, y se sumergía en ella, hasta ordenar. Marcharos…
Ya
casi en la puerta, ordenaba.- Quietos. A
las musas.- Arrodillaros... y caían lentamente, hasta quedar arrodilladas a
cuatro patas.
Salía
del champan, sin secarse… se dirigía a ellas, les sujetaba el collar de castigo
con cadenas que descolgaba del techo, he introducía los mangos de los látigos
en sus vaginas.
Abandonaban
la sala, las musas sumisas como fieras totalmente dominadas…
Melody
agarraba tras ellas, las cadenas y látigos. Y bajando la cabeza a modo de
saludo y aceptación, se despedía del placiente amo.
Si
por el contrario elegía ser sumiso… pobre…
Las
musas sumisas abandonaban la estancia, de espaldas, con la mirada baja, casi
arrodilladas, picaras y sonrientes.
Aeneas,
colocaba el collar de castigo, sonaba Eros, de Einaudi.
Mientras
la musa ama Aldora… lamía los pezones de Melody, mordía, mirando con odio al
placiente…
El
amo, desenganchaba una cadena, sujetando al placiente a ella, ordenaba al
placiente situado frente la bañera, introdúcete en ella…
Musos
amos, de pie, frente a Melody, se desnudaban uno a otro, besándose,
acariciándose pechos, caderas, untando aceite uno a otro, hasta que Aldora se
arrodillaba, he introducía en su boca el pene erecto.
Melody
no dejaba de acariciarse los pechos, levantándose lentamente, dirigiéndose al
placiente. Se desnudaba, delante de el, dejando ver a sus cómplices. Hacían el
amor, se deslizaban uno a otro.
Se
introducía en la bañera, agarraba la cadena sumergida y obligaba a salir al
placiente.
Los
musos amos, ya encima del flutón, esperaban ansiosos, la llegada, arrastrado
por la cadena, del placiente.
Encima
de la piel de este y una vez tumbado boca arriba, esparcían aceite sin miramiento,
se besaban y acariciaban, obligándole a mantenerse inmóvil y observante.
Extendían el aceite por el cuerpo del placiente, sin caricias, con movimientos
bruscos, agarrando el pene… tirando de el.
Melody
observaba, de pie, frente el, completamente desnuda, retando con la mirada, si
eres capaz… muévete.
Cada
uno a un lado, colocaban un preservativo al placiente y sujetaban sus brazos
para inmovilizarle.
Melody
recorría el cuerpo del placiente de pie, hasta situarse en la cabeza, obligaba
al placiente a mirar hacia arriba, bajaba lentamente hasta quedarse en
cuclillas, dejando su vagina, a escasos centímetros de la boca del placiente.
Se
arrodillaba apoyando el peso de su pelvis en el cuello del placiente y
comenzaba el desliz de espaldas, desde el cuello del placiente hasta los pies,
haciendo rotaciones con el culo, para luego volver a subir, ya de frente y
rotando con las tetas.
Restregando
mientras gemía, arañando, mordiendo incluso, cada centímetro de piel del
placiente. Al llegar al pene, se lo tragaba, pero solo los segundos suficientes
que bastaban para torturar al placiente, sin dejarle eyacular.
Una
vez terminado el masaje, lo dirigían los tres a la camilla de tortura, lo
sujetaban a ella y deslizaban sus cuerpos por la piel del torturado sumiso.
Masturbaban
turnándose, parando cuando querían para azotar levemente, con manos o con tiras
de castigo.
Aeneas
arrodillaba a Aldora, para penetrarla a cuatro patas. Mientras lo hacía, Melody
acababa con el sufrimiento del placiente.
Llegado
el clímax, todos paraban, desataban al placiente y abandonaban la estancia,
señalando la salida… la misma puerta por la que había accedido.
Melody
por desgracia, era en el único mundo en el que se sentía segura, en aquella
sala infierno y entre nosotros, fuera de las paredes del “SoloAlas”… no tenía
vida propia. Aunque si, identidad.
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