Al
ritual estrella, lo llamábamos... Batalla a besos.
Comenzaba
con la entrada de la pareja a la estancia, los acomodábamos en el sofá y con
nuestra retirada, se producía la entrada de María, por las cortinas de cristal.
Entre sus manos, una bandeja con champan y chocolates.
Vestida
de blanco puro, con un minúsculo batín transparente, en seda blanca, sin
sujetador y las braguitas a juego. Realzando el moreno de la piel, moreno con
brillantina...
Su
melena castaña rojiza, en perfecto juego con el rojo de la sala, llena de
tirabuzones grandes, entre ellos, pequeñas florecillas blancas, enredadas.
Sus
zapatos, sandalias de tacón alto, engarzadas con pequeños cristales y atadas al
tobillo.
Perfectamente
maquillada, nadie podía jurar su edad. Con una sonrisa, tierna y amigable.
Depositaba
sobre la mesita, la bandeja y se presentaba cordialmente. Les explicaba.- Voy a
enseñaros a tocaros sin barreras, a descubrir cada detalle del otro, a llenaros
con tu piel en su piel y a su piel, con tu piel.
Acogía
las manos de ambos, formando un circulo de unión y recitaba...
La
voz profunda y serena de María, terminaba por tranquilizarles.
El amor llegará a mí como llegan los pájaros a las mañanas, inundando
el cielo, me arrasará la piel y los huesos, me vestirá de dama de noche, con
perfume de azahar, y taconeará canciones flamencas para mí.
El amor llegará montado en notas de música, cabalgando caminos de
esperanzas, tejiendo y retejiendo abrazos para mí.
Palabras que me sabrán a dulce de chocolate, besos a algodón de azúcar
y caricias a miel.
No habrá ni una nota de amargura, no existirá el dolor. El miedo será
un mal sueño, olvidado...
Pienso tocarle las palmas a ese amor, cantarle bajito al oído,
agradecerle a diario su visita y amarle con todas mis ganas y fuerzas, hasta
quedarme sin aliento, seca...
Porque la vida me ha enseñado que... o amas con toda tu pasión y tu
furia, con todas tus fuerzas, con la ilusión de un niño... o pierdes la
batalla.
Y les acompañaba al
baño, les daba indicaciones sobre el mismo y salía sonriente susurrando un… no
tardéis mucho.
Cuando oía que ya
estaban en la estancia, normalmente con las toallas anudadas a la cintura,
volvía hacer su reaparición en escena, por la misma cortina de cristal, servía
tres copas de champan, brindaban y les indicaba…- Por favor, ¿Quién quiere ser
el primero en recibir?, una vez decidido...- Túmbate boca abajo y denudo, en el
flutón.
María, se desnudaba a
los pies del placiente tendido, he indicaba a su cómplice que hiciera lo mismo.
Las ropas caían al suelo, compartía el aceite de romero. Mirando directamente a
los ojos, jurándole con ellos, compartir únicamente ese momento.
En muchos casos, las
parejas, temían que la musa pudiera gustarle más que ellos mismos, a sus
compañeros.
Extendían el aceite de
una manera un poco menos provocativa, por sus cuerpos, luego por el cuerpo del placiente tendido.
Dos pases de presión de
arriba abajo, haciendo que sus alas se detuvieran en el culo, dos pases de
rotación, en los que los nudillos sirven de relajante y los mismos de fricción…
Llegaba el desliz, se deslizaban
con el cuerpo bañado en aceite de romero y se transformaban en cuerpos
resbaladizos, cuerpos que debían amarrar al suelo con la presión de los pies. Esos
pases a las piernas, culminaban con el roce, la frotación circular, de los
pechos, por el culo y el perineo. Sintiendo como el placiente tumbado se
encogía de puro placer, para luego extenderse de pura excitación.
Casi bailando y al
mismo compás, de las manos, invitaba a arrodillarse al lado contrario de la
espalda, en el que ella se situaba, al placiente cómplice. Y así, de frente,
entrelazaban los brazos, elevándolos por encima de la espalda.
Bailaban antebrazos y
manos en conjunto, en rotaciones abiertas y cerradas, con una sintonía
perfecta. Unían sus alas por las manos y haciendo la presión exacta, bajaban
del cuello a los pies, masajeando, trabajando y derritiendo, cada músculo,
dedicando mayor mimo a la zona del trasero.
María, se disponía
encima del placiente tumbado, de frente
al espejo. En él se reflejaba su cuerpo, sentado encima de las caderas, con las
piernas arrodilladas y abiertas, sus pechos... sabiéndose observada por ambos,
los acariciaba.
Con las manos, dibujaba
perfectamente la silueta de unas alas, sobre la espalda, acabando entrelazando
sus dedos con los del placiente. Completamente adheridas las pieles. Asentía
retirándose a un lado discretamente, para que su secuaz le imitara.
Se tumbaban de lado,
manteniéndose entrelazados, los tres, frente al espejo lateral. María siempre atrás
y navegaban las manos por aquel oleaje de piel, acabando en el cuello y
susurrando dulcemente.- Ahora colócate bocarriba, por favor. Ayudando con un
abrazo para conseguir la postura.
Bocarriba, siempre, es
mucho más peligroso para las musas. Costaba mantener al placiente alejado, para
no introducir en cualquier postura descuidada, eso en el caso de ser hombre. En
el caso de ser mujer, las frotaciones en el clítoris, provocaban más de un
orgasmo temprano, pero era el riesgo. María, sabía mantener las distancias…
Llegaba la batalla a
besos, los placientes se besaban íntimamente, a veces con locura de puro amor,
sin importarles la presencia de nadie. Y así, con besos y caricias entre ellos,
María llevaba con sus manos, al orgasmo del placiente.
Repetían el ritual con
el contrario…
Los últimos minutos
eran para los placientes a solas, mientras María, se retiraba. La gran mayoría
de las veces, ellos ni lo notaban.
Hasta que María, de
nuevo, ya vestida y perfectamente maquillada, reaparecía para agradecerles y
sonreírles…
Sus despedidas siempre
eran cercanas, no tenía miedo al contacto humano, besaba a ambos, con un beso
en los labios, con mucha naturalidad.
Cuando recibíamos a las
parejas de vuelta en recepción, me encantaba verlos de las manos, a veces,
incluso besándose tímidamente y llenos de amor.
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