A
Eli, no la encontramos por casualidad. Nos costó varias semanas, deambulando
por clubs nocturnos, donde se ofrecían espectáculos de este tipo, anunciando
bailarinas insinuantes, magistrales, pero siempre salíamos de allí con los
hombros bajados, no encontrábamos a nuestra Eli.
Alguna
podía acercarse, alguna podía parecérsele, pero yo tenía a mi Eli en la cabeza,
ya la conocía, ya la intuía, pero no la adivinaba en ninguna mujer de las que vimos.
A mi cabeza venia una y otra vez, mi amiga Sofía, aquella que me descubrió este
mundo, que me lo enseñó y que me dio la oportunidad, primero de soñarlo, luego
de disfrutarlo y por último, hacerlo realidad. No podía ser distinta a ella y
porque ella ya había abandonado el mundo de los masajes, si no, se lo habría
propuesto.
Eso
hizo que ninguna me pareciera bien, que me negara a escoger a cualquiera.
Y
cuando casi me había rendido, la vi.
Danzaba
en el coro, tras la bailarina estrella, apenas se la veía... Todas sonreían y
expresaban sensualidad con su cara, con sus manos, con su contoneo. Eli no,
ella se mantenía seria, con la mirada fija, casi con desgana.
El
contoneo de su cuerpo era el más visible, sus caderas eran azotes a la realidad
y no ofrecía su vientre y sus pechos, regalaba sus alas, derramándolas por el
suelo del escenario.
.-
Quiero que sea esa rubia.
Patricia
que sabía perfectamente lo que buscamos, asintió con la cabeza.- Si nena, es
ella.
Al
mirarla, me di cuenta de que Patricia tampoco podía despegar los ojos de Eli.
Al
terminar la actuación, Patricia se levantó y fue directamente hacía ella, un
seguridad le impidió el paso a camerinos
y ella con su desparpajo, sacó un billete de cien euros y le dijo.- Solo
será un minuto, guapo.
Lo
dejó con la boca abierta, sonriéndole, igual que ella a él y la dejó pasar a
buscar directamente a Eli.
Al
tenerla de frente, le preguntó el nombre, ella dijo.- Eli. Sin más, sin
apellidos. Patricia le entregó una tarjeta, explicándole que queríamos verla al
día siguiente, que le interesaría la propuesta.- Solo tienes que decirnos lo
que quieras de ti. No preguntaremos más.
Salimos
de aquel sitio locas de contentas y directamente a emborracharnos con un par de
cervezas, porque no necesitábamos más, en nuestro sofá, para después dormirnos
agustito.
Al
día siguiente y a primera hora, sin esperar que fuera tan pronto, Eli estaba en
la puerta del "SoloAlas".
Aparcamos
el coche y la vimos, yo le dije a Patricia.- Abre tú, yo me voy a tomar un café
con ella.
Y
eso hicimos, apenas un saludo cordial, la invité a pasear hasta la cafetería y
lo hicimos en completo silencio.
Me
senté frente a ella, le expliqué un poco como era nuestro "SoloAlas"
sin entrar en detalles, de que se trataba el trabajo y lo que quería de ella.
Como
casi todas las musas que habíamos contratado, me dejó perpleja, asegurándome
con más intensidad que nunca, que tenía que ser ella. Yo no aceptaría un no, de
nuestra Eli.
No hicieron falta palabras, me llevé a mi Eli, al
"SoloAlas", le di la mano, agarrándola, fuerte, mientras regresábamos
por la calle paseando.
Le enseñé su casa, le presenté a su familia y por primera
vez, la vi sonreír...
El
"SoloAlas" estaba listo para su inauguración, por el tipo de servicio
que ofrecíamos, por los placientes, teníamos que ser muy discretos. A pesar de
que mis ganas y mi entusiasmo, quisieran gritarlo a los cuatro vientos. No
podía, hubiera espantado a los placientes. Sobre todo porque la gran mayoría
serían hombres de negocios, con una posición respetable y casados...
Así
que... solo breves anuncios en la red, con la página web del
"SoloAlas" y poco más.
No
esperábamos una avalancha de clientes, lo primero que expliqué a todos, era lo
difícil del comienzo de los nuevos retos. Lo que cuestan las cosas, el valor
que hay que darle a cada gesto, a cada mirada. Lo único que pedí fue
honestidad, siempre, por mucho miedo que nos diera enfrentarnos a la verdad. Si
veía un gesto forzado, si no me transmitían naturalidad, ni a mí, ni a los
placientes, no dudaría en sacarlos de aquel barco.
Lo
mismo que ofrecí mi mano, para ayudarles, para que acudieran a mi directamente,
en cuanto se sintieran atacados, heridos o lastimados, de cualquier forma,
sobre todo en su propia dignidad. Y si eso ocurría y el placiente no
retrocedía, jamás volvería a poner un pie en nuestro "SoloAlas".
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