En
la sala Universo, Andrea y Zaira, nos dedicaron una coreografía sin desnudarse,
que nos dejó a todos, a mi la primera, con las bocas abiertas... No nos
cansamos de aplaudirles.
Bailaron
I will survive, de Gloria Gaynor, girando y girando, meticulosamente a la vez,
en sus barras de baile. Acabando con un giro, que adivinábamos mortal, colgadas
boca abajo, con las melenas extendidas, rozando el suelo. Maravilloso.
En
la sala infierno, Aeneas y Aldora, bailaron el Tango de Roxanne, intoxicándonos
con la sensualidad y la magia que había entre ellos, con pasos perfectos, pasos
de amor y de desamor, de odio, de puro deseo. Con la sensación de que sus almas
estaban desgarradas, destinadas a morir, a morirse de ganas el uno por el otro.
Ella
con su mirada y sus gestos en el baile, le contaba...
Y la pena me arrastra, he tocado con notas de dolor, las más bellas
melodías, sueño con soltarle las manos a la desgarrada noche.
Mientras me mancho de sangre los labios, pronunciando tu nombre, y
maldigo, dibujo, digo y desdigo...
Con el alma enferma, con el sueño herido y con el nombre torcido, de
angustia, llanto, dolor y rabia, que me coman los diablos...
Y no puedo dejar de retorcerme, dolor...
Ven a quitarme la agonía que provoca el no tenerte, ven a matarme si ya
no me amas, no me dejes torturándome en esta guerra... duele.
Que me pesan los pies, que mi espalda se ha encorvado sin tus abrazos,
que ya no existen las mañanas, ya no cantan los pájaros, y el aire me duele
respirarlo...
Pena, mátame, y piensa que así me liberas... agonía de tu piel, lloro
por no poder comerte a besos....
Mi traje es el desgarro, mi maquillaje consumido, es la tragedia, mis
zapatos, la carne viva, y mi sonrisa, una lágrima...
Desgarrada....
El
a ella...
Prometo:
No dar de mi más de lo necesario, a no ser que... vea en tus ojos
gratitud.
No soñarte demasiado, a no ser que... me cumplas algunos de esos
sueños.
No ser tan dulce que pueda empalagarte, a no ser que... te vea
saborearme a diario.
No regalarte abrazos cada noche, a no ser que... cada mañana me
despiertes rodeado de tus brazos.
Prometo no amarte con toda el alma, a no ser que... te mueras sin mí.
No llorarte las ausencias, a no ser que... vea que no quieres
despegarte de mí, ni un segundo.
No mirarte desde abajo, eso nunca, mirémonos a la misma altura.
Prometo que si te vas, algún día, voy a recordarte el resto de mis
días, pero sin amargura, sin dolor.
No sentirme encarcelado, por mucho que me ahoguen tus besos, a no ser
que... sean forzados.
No hacerte la dama de mis cuentos, sí, la protagonista de mis relatos
eróticos.
Prometo...
Fue
tan directo, que nos quedamos en silencio, esperando que se mataran a besos el
uno al otro.
Del
infierno, y por la puerta trasera del baño, pasamos a ver la cristalera del
jardín.
El
Jardín... mi jardín y mi Neiko, como enseñarles a todos algo que para mí era
único. Rogué que se quitaran los zapatos y absoluto silencio al entrar.
Yo
iba delante, no podía verles las caras, y no quería hacerlo.
La
luces de las velas bordeaban todo el camino, habían colgado del inmenso techo
de cristal, algunos farolillos de papel, que parecían flotar en el aire. Al
fondo la luna y alguna estrella.
El
pequeño estanque iluminado, desde el interior, con los pececillos, era un
broche de rubíes, en medio de algo neutro y natural.
El
mar de arena casi inapreciable, las pequeñas islas de musgo, oscurecidas...
Y
mi Neiko, debajo de uno de los sauces, completamente desnuda, de espaldas. Su
piel, más transparente que nunca... en perfecta sintonía con la naturaleza. El
dragón tatuado, parecía vivo.
Neiko
esa noche, fue la Eva oriental que creó Dios.
No
pude evitarlo, me acerqué a ella, acaricié sus alas y besé dulcemente su
hombro. Ella permaneció inmóvil, como una figura, es más, creo que los que no
lo sabían, salieron de allí... totalmente convencidos de que era... una estatua,
una estatua...tatuada.
Ya
fuera, les invité a bordear el jardín, por sus cristaleras, lo recorrimos en
silencio, maravillados por la belleza de la simplicidad.
Pararnos
en seco, frente a Neiko. La mirada baja, el cabello hacía un lado, la
perfección de sus pequeños pechos, su estomago plano, su sexo, pequeño,
minúsculo, pero nadie mejor que yo, sabia lo divino de su sabor.
Cuando
quise darme cuenta, estaba bordeando su contorno, con uno de mis dedos sobre el
cristal. Nadie dijo nada, todos miraban inquietados por mi silencio absoluto,
por el abandono de mi mirada y de mi alma. Yo estaba flotando en el jardín,
junto a los farolillos.
Patricia,
notable... en despertarte de los sueños. Toco un par de palmas.- Señores, aun
nos queda mucho, continuemos... Gritando tan alto, que caí en picado desde
aquel techo.
Y
nos llevó a la sala Kasmijá...
Abrió
las puertas y entró aplaudiendo, contagiando alegría a la vez que llamaba a las
musas para que hicieran su entrada.
Entraron
en la sala, inundándola de color y calor, de chillidos y silbidos, imitando a
los gritos de batallas en pleno desierto, moviendo caderas y pechos, a la vez
que invitaban al aplauso.
Animados
todos, bailamos con ellas, agarrados a sus velos, intentando imitar aquellos
movimientos imposibles de caderas y vientre.
Fue
tan divertido, que nos animamos y reímos, unos con otros y unos de otros.
La
chicas tenían en sus dedos crótalos, unos pequeños platillos de bronce, que
tintinearon, haciéndolos sonar para anunciar la entrada de Eli.
Parando
en mitad de la sala, formando un camino de velos y tules de colores vivos.
Eli,
hizo su entrada, bailando las caderas. Beledi, sensual, lento, sutil.
En
sus ojos la tristeza, todos teníamos a alguien allí, Eli... no.
Mi
reacción.- Parad la música.
Salí
corriendo a su lado, la abracé, le cogí la mano.- Tu siempre con, mamá.
Y
sonrió tan abiertamente que nos enamoró a todos, bailó como nunca. Riendo, con
la mirada al cielo. Mientras su cuello y su cuerpo se ondeaban, elevaba las
alas para volver a bajarlas, dibujando flores en el aire, con los dedos.
Se
acercaba a todos, invitando provocadora, para luego rechazarlos con golpes de
caderas.
Fue
tan mágico, estuvimos tan cerca del Cairo, del desierto, que creo que todos nos
sentimos protagonistas de la mil y una noches...
Mi
princesa, mi amiga a mi lado...
Habíamos
pactado que ella descubriría su sala, aun sabiendo que muchos de los suyos, aun
no lo sabían... Que sería... descubrirse ella y a su princesa, aun así, tuvo
todo el valor del mundo. Lo hizo.
Lo
hizo dedicando unas palabras en la puerta, antes de abrir, agradeciendo el amor
de su niña. Pidiendo perdón sin tener porque hacerlo, porque ella era tan
bella, es tan bella, por dentro y por fuera, que quien no la quiera por eso, es
un miserable. Quien no la entienda ahora, entenderá con el tiempo. Porque el
amor no tiene sexo.
El
amor se siente o no, nace de una simple mirada, nace de la calidad y de la
calidez...
Mi
niña, pasó el momento más duro, mirando los ojos de su madre, no pude evitar
llorar. La quiero tanto que no quiero verla sufrir, ni un poquito.
Su
madre la consoló, se llevó un dedo a los labios, haciendo el gesto del
silencio.- No tienes que explicarme nada, te quiero y nada más.
Dio
media vuelta y con ambas manos, abrió la puerta de golpe, nos invitó al dulce
rosa... a la belleza de las flores, con aroma a fresas, el aire se mascaba con
sabor a pastel.
Y
las notas que salían de aquel piano...
La
pianista tocaba una de mis canciones favoritas... - Ves, de Sin bandera.
Sorprendentemente,
cantaban Anna y su hermana pequeña... Luda.
Había
viajado a España para estar con su hermana, unos días. Ella no la había
abandonado.
Y
aquellas voces, esa canción en la voz de dos mujeres con acento ruso,
preciosas.
Llevaban
unos vestidos palabras de honor, largos, llenos de capas de tul, abombados,
arrastraban por el suelo, en rosa chicle. Y el suelo estaba lleno de pétalos de
rosas.
Anna
me pareció más alta, más bella y como dice la canción... puedo hacerte temblar
cuando escuchas mi voz... todos temblamos.
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