Luis Royo
En cada sala, además de practicarse los masajes habituales,
ofrecíamos un especial. Normalmente eran los que más éxitos tenían. Los masajes
tienen que estar en continuo cambio, hay que crear constantemente, para no
aburrir y sorprender. Nuestro primer especial...
Chinmoku no gishiki : 沈黙の儀式: Ritual del
silencio...
Comenzaba con el
recibimiento de nuestras musas:
Vestidas con kimonos
cortos, de seda gris, con los perfiles en raso negro. Con el cabello recogido
con grandes alfileres de bronce, alfileres que desprenderían en mitad de
ritual, para dejar caer el cabello.
Manteniendo las cabezas
y las miradas bajas, leve saludo respetuoso. Inclinando sus cuerpos, para
despojar al placiente del calzado, con una delicadeza extrema. Los japoneses
tienen la idea de que al llegar a una casa, traen malas vibraciones en los
zapatos, del exterior.
Extendiendo los brazos
para ofrecer el Cha-no-yu.
Mientras Neiko,
preparaba y ofrecía el té. Naimie adecuaba el jacuzzi, mezclando ambas, las
hojas de té y flores, con el agua.
Una vez servido y
bebido, en completo silencio, ambas ofrecían sus alas, para dirigirlo al
jacuzzi.
Ya sentado en el
asiento exterior del mismo. Comenzaban a desnudarse completamente. Dejando caer
los kimonos al suelo. Y sin dirigir sus miradas directamente.
Nosotros explicábamos al placiente, el ritual que debía
seguir, para no quedarse perplejo, mientras las musas se desnudaban. El debía
despojarse de sus ropas.
Una musa, jamás desnuda.
Debía esperar sentado y en silencio. Ellas, tomaban unos
batines cortos de lino blanco, los camisones del baño y se los ponían,
dejándolos caer sobre el mar de piel. Cubriendo su desnudez.
Cada una cogida de la mano del placiente, situadas a cada
lado, él desnudo, se adentraban en el jacuzzi. Lo hacían lentamente, hasta
llevarlo al asiento interno, allí lo acomodaban y se sumergían hasta el cuello,
haciendo que el lino se adhiriera a los perfectos cuerpos, una segunda piel,
mostrando claramente, los pezones sonrosados y despiertos... invitando a
comérselos.
El agua caliente, el perfume que desprendía, la suavidad que
ellas mantenían al lavarle, comenzando por los brazos, limpiando entre los
dedos y una vez lavados, dejarlos pasear un poco y con fingida timidez por los
pezones. Lamer cada dedo, uno a uno y esta vez sí, ambas mirándole directamente
a los ojos.
Rozar con tanta dulzura y lentitud, aquellas esponjas naturales
por todo el torso y espalda. Para luego levantar al placiente, mantenerlo de
pie, allí en medio del jacuzzi y lavar el resto del cuerpo, todo menos los
pies.
Con caricias llenas de sensualidad, de ternura y con dulce
cuidado...
El lavado de pies, era todo un ritual. Las esponjas naturales
frotaban con sumo cuidado, cada dedo, cada recodo, el puente, talones y de
vuelta a los dedos.
Por último, lamerlos con lentitud y de ahí acariciar con ellos,
el canal de los pechos, con el empeine... los pezones y bajar hasta enterrarlos
en las entrepiernas.
A la salida del baño, extendían sus alas, secaban al
placiente, con pequeños toques de toalla. Una de frente, la otra en la espalda.
Se desnudaban completamente, sin llegar a secar sus cuerpos.
Le invitaban a tumbarse en el flutón. Se situaban a la cabeza
y a los pies, dejaban caer el aceite de argán, templado, en forma de lluvia
sobre el cuerpo del placiente y comenzaba el ritual...
Veinte minutos tumbado boca abajo. Deslizando y parando, en
las zonas erógenas. Estimulando con dedos, manos y antebrazos. Dedicando cada
caricia, cada flexión a la relajación de la piel y de los músculos en tensión.
Una vez relajado, llegaba la provocación de sensaciones.
Primero Naimie, de abajo arriba, arrastraba y deslizaba, el
cuerpo. Aliento, hombros y pechos, rotándolos en el trasero del placiente, en
la espalda. Luego la parte interna de las piernas, utilizando las rodillas para
derrotar a cualquier pequeño resto de tensión y por último los pies. Utilizaban
estos, para conectarse y fundirse con el placiente.
El cuerpo era masajeado hasta conseguir la fusión, hasta
derretirse, para poder entrar en un estado sensitivo absoluto.
Mientras su hermana había estado navegando sobre el mar de
piel, Neiko, trabajaba la cabeza del placiente, con alguna palabra susurrada al
oído, con las manos sobre el cabello, algún beso tierno...
Llegaba el turno de Neiko, ahora ella surcaba ese mar, de arriba
abajo.
Después con la parte trasera, se repetía, pero esta vez se
deslizaban, solo con el culo, manteniéndose en perfecto equilibrio, para no
afirmar el peso de los mismos, sobre el cuerpo yaciente.
Acababan sentando al placiente, para regalarle las alas en
aquella posición, los placientes sedientos, besaban y bebían de sus pechos...
Lo tumbaban sin dejar de separar las pieles, él veía la
imagen en el espejo del techo. Con eso, se conseguía la estimulación visual,
provocando la reacción inmediata y demostrándola con la excitación del pene.
Volvían al ritual del masaje, primero deslizando, manos,
antebrazos, pechos, piernas, muslos y pie,
rozando el pene erecto... sutilmente. Esta vez, las dos a la vez,
uniendo sus manos, enterrando el cuerpo, sumergiéndolo, hasta encontrarse la
una con la otra, en el centro del cuerpo... Allí, una frente a la otra, manteniéndose
misteriosamente, casi en el aire, se elevaban completamente, a la altura de las
caderas, acariciaban sus cuerpos y acababan con un beso en la comisura de los
labios.
Para colocarse tumbadas, a los laterales del placiente.
Siendo este el cuerpo central.
Arrullando, besando, susurrando y emitiendo pequeños gemidos,
hurgaban cualquier resto de piel, que no hubiera sido estimulado. Finalizando
en el pene, alternando las manos, frotando, exprimiendo con los dedos,
masturbando hasta conseguir el clímax del placiente.
Limpiaban con mimo restos del orgasmo, saludaban con la
cabeza, y extendían el brazo indicando que debía volver a bañarse, pero esta
vez… solo. Podía elegir el jacuzzi, o la ducha del baño, ellas salían de allí,
recogiendo restos de ropas y toallas, en silencio… y de espaldas.
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