Fotografía de: Miriam Franco Perez.
La
parte alta del "SoloAlas", nuestra segunda planta, una zona con
acceso restringido. A la que accedías, por una escalera de subida desde el
pasillo interno que bordeaba la cristalera del Jardín.
Con
la misma amplitud que la parte baja, con varias habitaciones muy amplias y una
habitación pequeña, la habitación de los recuerdos que se cuelgan del techo,
donde almacenábamos restos de decoración y aderezo.
El
ropero...
Un
verdadero caos, percheros con ropa colgada que había que ordenar y organizar
continuamente, con la ropa llena de etiquetas cogidas con agujas.
Varias
lavadoras y secadoras a un lado, con una zona de planchado, en la que siempre
habían toallas amontonadas, formaban montículos, daban ganas de abrir los
brazos encima de ellos, dejarte caer y tumbarte en ellos. Bueno alguna vez lo
hicimos...
Máquinas
de coser, cestas con ropa doblada, con letreros... Baño 1, baño 2, kimonos Zen,
etc.
Baños
y camerinos...
Filas
de tocadores donde maquillarse, perfectamente clasificados, con taquilla
personal incluida.
Tuvimos
que adaptarlo para tener un pequeño gimnasio, un par de máquinas de
entrenamiento y un par de barras de baile, allí ensayaban y se entrenaban.
Y
un par de baños, con platos de ducha.
La
salita...
A
veces los musos pasaban alguna hora sin hacer nada, en aquella habitación había
colchonetas de descanso, donde dormían o practicaban ejercicio y yoga. Algún
sofá donde relajarse y varias mesas donde poder disfrutar con los portátiles.
Todo sin orden, en penumbras, solo iluminado con pequeñas lamparillas de pie,
que se podían trasladar. Allí el respeto a quien descansa era imprescindible,
solo lo rompía el telefonillo de recepción, para avisar de algún improvisto.
El
comedor...
La
habitación más iluminada, el frontal, era parte de la cristalera de entrada del
"SoloAlas". Una única mesa en el centro, inmensa, si podíamos,
comíamos o cenábamos todos juntos, o al menos los máximos posibles. Allí
discutíamos imprevistos, exponíamos ideas, relatábamos anécdotas, algunas nos
hacían escupir la comida de la risa.
La
cocina a un lado, microondas, neveras, muebles de almacenamiento de alimentos,
cada uno con los nombres etiquetados, regla imprescindible, no coger nada de
otro, sin su permiso.
Al
otro lado una mesa pequeña, una mesa donde aclarar dudas, donde exponer los
miedos, donde zanjar discusiones, no se admitía levantarse de ella, hasta no
haber solucionado lo que provocaba que te sentarás e invitaras a otro a
hacerlo, allí.
Y
allí me senté, nos sentamos, durante tres días seguidos, Andrea y yo, a solas,
mirándonos a los ojos, escuchándonos con respeto, con interés, "el
verdadero interés".
Andrea:
La Morenaza... así la llamaban los placientes.
No
pregunté, no me gustan las preguntas, me gusta lo que la gente quiere que sepas
de el mismo, sin más. Pueden o no engañarte, pueden incluso adornarse, a mi eso
no me importa, me importaba lo que ella quisiera regalarme de sí misma y si no
quería regalarme nada, no iba ser yo quién la obligara.
Así
que para romper el hielo, comencé yo... Había contado tantas veces la historia
de mi vida, que ya estaba un poco harta de hacerlo. Ni de coña le iba a contar
la historia de la abandonada...
Le
hablé de las sensaciones que estaba teniendo, de lo que estaba disfrutando con
nuestro sueño. Lo poco que me importaba que me juzgaran y lo segura que estaba
de que los míos me apoyaban en todo, fuera lo que fuera, sabían perfectamente
que lo que hiciese, lo haría con el corazón, sin eso, no habría dado ni un
paso.
Le
conté que cuando vi mis fotos por primera vez, medio desnuda, en la página Web,
como musa. Justo el día después de cumplir cuarenta y tres años, se las enseñé
a los míos y juro que me dieron ganas de colgarlas en Facebook.
Soñaba
con tener aquellas fotos en el salón de casa y mirarlas ya anciana, para ver lo
hermosa que se me veía, todavía con esa edad.
Ella
reía, que ojos más bonitos, cuanta pureza transmite... Una luz interna la
ilumina, estoy segura de ello.
Cuando
ella quiso, cuando le surgieron las palabras naturalmente, me habló de lo que
ella creía más importante que yo supiera.
.-
Desde pequeña mi pasión ha sido bailar... sonreí pensando, una casualidad
más... Por desgracia, no todo el mundo triunfa en ese mundo. Estudié Ballet
clásico, flamenco y funki... de nuevo sonreí.
.-
He trabajado como gogó, como strippers y... ahí, hizo una pequeña parada,
parada que borró su sonrisa.
Continuó...-
Me he prostituido, no sé porque lo hice,
no sé como llegué hasta ese día, estaba sumida en un mundo de drogas y alcohol,
mundo que hace muy poco que intento dejar, aquí creo que seré menos puta...
Mi
contestación, todo el mundo se prostituye de alguna manera, en alguna forma,
pero tienes razón, aquí somos un poco menos putas, aunque si hay que serlo, lo
seremos, seremos las más putas, por lo menos yo...
Eso
provocó una carcajada en Andrea...
.-
No tienes que preocuparte Andrea, yo he follado por un pequeño gesto de amor,
por un plato de comida y palmaditas en los hombros, durante años, con el mismo
hombre, bueno yo le amaba... me excusé.- Pero él a mí, hacía mucho que no me
hacía el amor... ósea que también he sido puta y de las baratas. Me siento
orgullosa de ello.
Continuamos
nuestras conversaciones, hasta el tercer día, yo estaba segura de mi Andrea, me
enamoré de ella, de su persona, de su valentía, una niña más... La quise y
quiero conmigo, en mi "SoloAlas".
La
historia de Andrea me conmovió en cuanto a lo que se refería a la dependencia,
al valor que estaba mostrando, por querer dejarlas, no probaba ni una sola gota
de alcohol.
Eso
hizo que en la parte alta del "SoloAlas" prohibiéramos hasta las
cervezas, por respeto a ella...
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