Que
orgullosa me sentía de mi misma, creo que aquella sensación no la había sentido
nunca. Mi "Soloalas", nuestro, era una verdadera pasada. Entrar, ver
el ambiente que había, que se mascaba en el aire, las sonrisas regaladas por
todas partes, el lujo de ser atendido como el mismísimo Dios, un trato
exquisito. Un lugar donde poder ser tu
mismo, sin tener que mentir, solo jugar con el erotismo y el deseo.
Nos
quedaba una sala, la última, la sala Árabe. En Marbella esta sala no podía
faltar y tenía que ser un pequeño oasis con olor a incienso y té.
La
sala Kasmijá: أجنحة: Alas en Árabe...
La
sala estaba llena de color, amarillos, azules y morados en todas sus
tonalidades.
Al
fondo, ilustrada, una bailarina de la danza del vientre:
Una
lámpara andalusí gigante, central, de cobre labrado y calado, con cristales de
colores, colgaba del techo. De ella nacían grandes tiras de velos, en azules
celestes, que colgaban hasta las paredes laterales, el velo caía deslizado hasta arrastrar por el
suelo. Imitando la unión del cielo y el río, que muere en la tierra en forma de
cascada.
El
agua, estaba representada, con gotitas de cristal brillante, pegadas a los
velos y a las paredes.
Esparcidos
por el suelo, pétalos de flores y frente al dibujo, un pequeño círculo de
cuatro grandes cojines, con una cachimba central.
El
ritual estrella... Beledi.
El
Beledi es una danza sofisticada y muy sensual, que se baila principalmente en
el Cairo.
El
placiente ataviado con chilaba, era transportado a oriente, recibido por varias
musas que hacían las veces de anfitriones y ofrecían té y dulces típicos y le
invitaban a sentarse en el habitáculo, acompañándole.
Las
musas usaban como atuendo el bedlah "uniforme", pequeños sujetadores
y "caderin "cinturón ajustado a la cadera, adornados con cuentas o
monedas" y pantalones estilo harem, de gasa transparente, en colores
vivos.
Mientras
el placiente tomaba el té, ellas situadas a los lados, le acariciaban y besaban
sin desnudarle. Los besos eran superficiales, besaban por encima de la chilaba
de seda, acariciaban de la misma manera, no rozaban la piel. Si entrelazaban
los dedos del placiente, para mantener sus manos ocupadas... sutilmente.
Alternaban
besos y caricias, mezclando bocas y manos, hasta transportar al placiente a ese
estado de locura consciente, que solo te ocurre cuando te entregas al destino.
Sonaba
el tintineo de unas caderas, provocando la reacción del grupo, parando y
dirigiendo la mirada al centro de la sala. En penumbras, rodeada de magia, un
aurea sensual... Eli.
Eli,
era la musa de los siete velos, espectacular, no solo por su físico, por sus
movimientos, por la intensidad de su mirada, por la perfección de sus alas.
Rubia
de curvas pronunciadas, con un vientre insinuante, las caderas y el culo para
perder el juicio.
Con
los dedos finísimos, al chasquearlos, golpeaba con la cadera al lado, con tanta
intensidad, que jurabas que había herido al aire.
Y
comenzaba a danzar el bedlah, acercándose, contoneándose, con posturas
imposibles para el resto de la humanidad.
Ataviada
con un sujetador blanco, adornado con cuentas de plata, del que colgaba el
símbolo de la fertilidad femenina, hasta casi rozar su ombligo. El caderin, de
gasa transparente, en rosa con las mismas cuentas, que tintineaban como
pequeños cascabeles... Del que nacían capas de velos, rosas y blancos. A pesar
de llevar encima más de veinte velos, por la finísima tela se descubría el
entorno de su piel... Descalza. Una serpiente en mitad del oasis.
Iba
desprendiéndose uno a uno de sus velos, cada vez más cerca del placiente, a la
vez que el resto de las musas iban retirándose... una a una. Sin llegar a darse
cuenta... se había quedado solo, solo frente a Eli. Ella con el último velo, le
rodeaba el cuello y lo arrastraba hasta su boca. Sin llegar a besarle, se
quedaba ahí, parada en el tiempo, mirando directamente el infinito de los ojos
del placiente, con la boca entreabierta... en silencio jadeante. Si el
placiente intentaba besarle, Eli paraba su boca, con un dedo y siseaba...
Sin
dejar de soltarle el cuello, lo llevaba al futón, le pedía que se tumbara, terminaba
de desnudarse, en pie y sin dejar de contonearse.
Con
ese mismo vaivén de caderas, se arrodillaba, y esparcía el aceite, aceite de
almendras dulces...
La
serpiente, se retorcía, envolvía, contraía, hasta rodear el cuerpo del
placiente, para acabar con su presa por constricción.
Encima
del placiente, en posición contraria, con las piernas abiertas, las manos y
boca, muy pegadas al pene, retorcía, contraía y exprimía con los dedos, hasta
acabar con su presa, derrotándolo con el más placentero de los orgasmos.
Limpiaba
dulcemente y desde la misma posición, arrastraba su cuerpo hasta el fin del
mundo de aquel futón y se marchaba sin mirarle, recogiendo uno solo de sus
velos, y rodeándose el cuello con él.
Las
musas acompañantes, se reencontraban con el placiente para llevarle al baño
árabe, la habitación contigua.
Allí
se bañaban con él, desnudas, esta vez sí acariciaban y besaban piel. Y como la
vez anterior, lo abandonaban una a una, hasta dejarle solo y en silencio...
No hay comentarios:
Publicar un comentario