Una
vez más, debíamos seleccionar a musas y a un muso, por primera vez, para esta
sala.
Lo
hicimos de una forma original, nos adentramos por locales en los que se
practicaban o se celebraban fiestas de este tipo, hicimos un recorrido por toda
España. Seleccionando cuidadosamente, a veces con respuestas negativas.
Conseguimos
dos musas sumisas… Clara y Bernabé.
Nuestro
gran muso amo… un griego que quitaba el hipo… Aeneas, su chica también griega…
Aldora. Curiosamente, hacía las veces de ama, avivando entre ellos grandes
conflictos, disputas que llenaron nuestro “SoloAlas” de gritos y discusiones en
su idioma nativo, provocando la risa de todos. Porque siempre las terminaban a
besos, alguna lágrima y... σ 'αγαπώ, te quiero.
Y
nuestra bella… Melody.
Recuerdo
exactamente el día que descubrimos a Melody…
Se
celebraba una fiesta Sado, en una de las salas eróticas más famosas de
Barcelona, para asistir, debíamos transformarnos, llevábamos semanas haciéndolo.
Nos divertía, que digo divertía, nos entusiasmaba. Usar aquellos corsés y
ligueros de cuero, y medias de rejilla. Maquillarnos con lágrimas negras, botas
de enormes tacones de aguja, atadas o cubiertas hasta cubrir las rodillas.
Llevábamos
más de dos horas en aquella fiesta abarrotada, nuestras miradas eran profundas,
analizábamos cada detalle, cada gesto, análisis que concluía con la negativa de
nuestras cabezas mientras nos mirábamos.
Pero
no quería irme de allí, sentía un fuerte presentimiento, mis pies solos, me
llavaron hasta ella...
Melody,
sentada en los escalones de una de las salidas de emergencia, llevaba un corsé
ajustado en rojo intenso, un tutú del mismo tono, medias de rejilla en negro y
tacones altísimos.
Parecía
haber estado llorando, con todo el rímel corrido y totalmente despeinada. Mi
mirada fue instantánea, no pude evitarlo. El color de su pelo y ojos… eran
fuego dorado, destacando completamente en aquel pequeño infierno de rojos y
negros… ella en sí, llamas y lava.
Con
un poco de corte, porque estaba sentada sujetándose las rodillas, con una
mirada tan triste que me caló, me acerqué a ella.
Le
pregunté cómo se llamaba, me miró directamente a los ojos y bajó la mirada sin
contestarme, rechazando ningún tipo de acercamiento o contacto.
Pero
no iba a permitirlo, la intuí, estaba segura de mi Melody, era ella…
Mis
dedos se acercaron a su mano, con muchas dudas, pero completamente segura de
que era ella. Sorprendiéndome, acepto mi mano. Me senté a su lado, y como una
niña pequeña, con un profundo dolor, se abrazó a mí, lloraba sin consuelo,
desgarrada, tan desgarrada que me llevó a los días en los que... yo me desgarré
tumbada en el suelo del baño, abrazada a mi sobrina.
Melody
estaba rota, sumergida en el lodo, tocando un fondo, tan profundo que se
adentraba traspasando el mismo infierno... ese sótano. Pero aun no había
perdido el miedo.
No
se cuanto tiempo estuvimos así, abrazadas, mi hombro mojado por sus lágrimas y
mis oídos taladrados por sus lamentos. Con la respiración ahogada de la
desesperación.
Pudo
calmarse un poco, pero no tanto como para contestar a mis preguntas, no aquel
día, ni en ese momento, le dije.- Vámonos de aquí. Y abrazada a mí, con la cara
oculta en mi cuello, salimos de allí.
Patricia
nos siguió, sin preguntar, daba tanta pena verla, que sin acordarlo, nos
apiadamos de ella.
La
llevamos al hotel, en el camino, paró de llorar, se quedó en silencio,
intentando pronunciar palabras que no podían salir de su boca, tenía el pecho
completamente cerrado… y bajando la mirada a sus manos retorcidas… se dejó
llevar.
Desnudándola
con suavidad, llenándola de abrazos tiernos, conseguimos llevarla a la cama, intentamos
que tomara una infusión caliente, nos dió la espalda y se acurrucó
completamente desnuda, en posición fetal…
Lloró
y lloró en silencio, el resto de aquella noche y todo el día siguiente.
Dábamos
vueltas por aquella suite, sin saber que hacer, preguntándonos si tenía
familia, si la estarían buscando, si no nos habíamos metido, en un gran lío.
Decidí
dejarla a solas con Patricia mientras parecía estar dormida y busqué una
comisaria. Juro que al llegar no sabía que decir, no tenía ni idea de cómo exponer
el asunto. le dije al policía de la puerta.- Necesito ayuda, es sobre una chica
que nos hemos encontrado, no sabemos cómo se llama... No me dejó continuar, me
indicó a la sala que debía pasar.- Coja un número y espere que la llamen.
Horas
de espera, intentando ordenar la historia en mi cabeza, para poder contarle a
quien me atendiera, que aquella chica estaba muriéndose de pena.
Cuando
me tocó el turno, me encontré con un señor con la mirada baja, que ni tan
siquiera alzo la vista para saludarme.- Siéntese ¿Que le ocurre?.
No
sé si habéis estado en una gran comisaría, es un sitio frío o a mi me lo
pareció, lleno de mesas donde eres atendido, separadas por paneles, sin
intimidad alguna, incluso pude oír algunas de las historias, mientras esperaba.
Mi
voz sonó contundente, estaba enfadada, molesta por el tiempo de espera, por el
saludo bajo de aquel tío, que ni se digno a mirarme.
.-Vengo
aquí, porque no tengo ni idea de que hacer. Anoche, en una discoteca, nos
encontramos con una chica... Y continué con mi relato, hasta el último detalle.
Mientras
yo narraba lo ocurrido, me miraba, pero sin hacerlo a los ojos, le noté en el
intercambio de miradas hacía mi y el teclado del ordenador, las pocas ganas que
tenía de escribir algo que para él no tenía importancia alguna.
Al
finalizar, si me miró directamente a los ojos, lo hizo con cinismo, con
prepotencia, con una descarada sonrisa y...- Vamos a ver, usted viene aquí, nos
cuenta de la borrachera de una chica, que ni siquiera sabe cómo se llama y
pretende que organicemos una búsqueda, una investigación o ¿qué es lo que
quiere que hagamos con esto?. Deme los rasgos físicos de la chica, un teléfono
para localizarla y si denuncian la desaparición de alguna chica con las mismas
características, le avisaremos. Cuando se le pase la borrachera, ella sola,
sabrá cómo se llama y donde vive.
Lo
hice, armándome de paciencia, tragándome una enorme bocanada de aire, que había
cogido para gritarle, pero opté por resistir, haciéndome polvo el estomago con
ella.
Salí
de allí totalmente convencida de que lo único que había conseguido, era perder
un poco de mi valioso tiempo.
Llegando
la noche, entré a la habitación, le llevaba una bandeja con un poco de comida y
agua. Encendí la lamparilla y me vi en ella. Vi aquella Cristina, frente al
espejo, desesperada, perdida, muerta de miedo, al borde del precipicio, sin
saber si lanzarse al vacío o agarrarse con las uñas de los pies al borde.
Recordé
lo que me sacó de aquello, la única persona que me salvó, mi hijo Alan que con
solo tres años, me pidió que durmiera con el, que no llorara más, me aseguró
que el estaba allí, que me quería, que no tuviera miedo… porque los fantasmas
no existen.
Con
reacción inmediata, sin quitarme la ropa, solo lo zapatos, levanté el cubrecama
y me arrope con ella, la abracé y consolé, como si fuera mi niña. Besé sus
lágrimas y la envolví tan fuerte y con tanta compasión, que por primera vez se
quedó dormida, con la cara completamente salada, acaricié su pelo y me dormí a
su lado, llorando en silencio por ella.
Entraba
la luz por la habitación, cegándome de frente. Cuando pude mirar sin cerrar los
ojos, tener conciencia de donde estaba, me encontré con aquellos ojos dorados,
mirándome esperanzados, abiertos de par en par. Solo pronunció, un gracias, tan
bajito que me costó oírlo, a pesar de estar completamente abrazada a ella.
Le
dije.- Se acabó, mira el día, mira la luz que entra por la ventana. Eso, se
llama…vida.
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