"SoloAlas"

Y no soy para nada un... ángel. Aun sigo viva.

miércoles, 28 de octubre de 2015

"SoloAlas" El arte del erotismo. 17



Que orgullosa me sentía de mi misma, creo que aquella sensación no la había sentido nunca. Mi "Soloalas", nuestro, era una verdadera pasada. Entrar, ver el ambiente que había, que se mascaba en el aire, las sonrisas regaladas por todas partes, el lujo de ser atendido como el mismísimo Dios, un trato exquisito. Un lugar donde  poder ser tu mismo, sin tener que mentir, solo jugar con el erotismo y el deseo.
Nos quedaba una sala, la última, la sala Árabe. En Marbella esta sala no podía faltar y tenía que ser un pequeño oasis con olor a incienso y té.
La sala Kasmijá:  أجنحة: Alas en Árabe...
La sala estaba llena de color, amarillos, azules y morados en todas sus tonalidades.

Al fondo, ilustrada, una bailarina de la danza del vientre:



Una lámpara andalusí gigante, central, de cobre labrado y calado, con cristales de colores, colgaba del techo. De ella nacían grandes tiras de velos, en azules celestes, que colgaban hasta las paredes laterales,  el velo caía deslizado hasta arrastrar por el suelo. Imitando la unión del cielo y el río, que muere en la tierra en forma de cascada.
El agua, estaba representada, con gotitas de cristal brillante, pegadas a los velos y a las paredes.
Esparcidos por el suelo, pétalos de flores y frente al dibujo, un pequeño círculo de cuatro grandes cojines, con una cachimba central.
El ritual estrella... Beledi.
El Beledi es una danza sofisticada y muy sensual, que se baila principalmente en el Cairo.
El placiente ataviado con chilaba, era transportado a oriente, recibido por varias musas que hacían las veces de anfitriones y ofrecían té y dulces típicos y le invitaban a sentarse en el habitáculo, acompañándole.
Las musas usaban como atuendo el bedlah "uniforme", pequeños sujetadores y "caderin "cinturón ajustado a la cadera, adornados con cuentas o monedas" y pantalones estilo harem, de gasa transparente, en colores vivos.
Mientras el placiente tomaba el té, ellas situadas a los lados, le acariciaban y besaban sin desnudarle. Los besos eran superficiales, besaban por encima de la chilaba de seda, acariciaban de la misma manera, no rozaban la piel. Si entrelazaban los dedos del placiente, para mantener sus manos ocupadas... sutilmente.
Alternaban besos y caricias, mezclando bocas y manos, hasta transportar al placiente a ese estado de locura consciente, que solo te ocurre cuando te entregas al destino.
Sonaba el tintineo de unas caderas, provocando la reacción del grupo, parando y dirigiendo la mirada al centro de la sala. En penumbras, rodeada de magia, un aurea sensual... Eli.
Eli, era la musa de los siete velos, espectacular, no solo por su físico, por sus movimientos, por la intensidad de su mirada, por la perfección de sus alas.
Rubia de curvas pronunciadas, con un vientre insinuante, las caderas y el culo para perder el juicio.
Con los dedos finísimos, al chasquearlos, golpeaba con la cadera al lado, con tanta intensidad, que jurabas que había herido al aire.
Y comenzaba a danzar el bedlah, acercándose, contoneándose, con posturas imposibles para el resto de la humanidad.
Ataviada con un sujetador blanco, adornado con cuentas de plata, del que colgaba el símbolo de la fertilidad femenina, hasta casi rozar su ombligo. El caderin, de gasa transparente, en rosa con las mismas cuentas, que tintineaban como pequeños cascabeles... Del que nacían capas de velos, rosas y blancos. A pesar de llevar encima más de veinte velos, por la finísima tela se descubría el entorno de su piel... Descalza. Una serpiente en mitad del oasis.
Iba desprendiéndose uno a uno de sus velos, cada vez más cerca del placiente, a la vez que el resto de las musas iban retirándose... una a una. Sin llegar a darse cuenta... se había quedado solo, solo frente a Eli. Ella con el último velo, le rodeaba el cuello y lo arrastraba hasta su boca. Sin llegar a besarle, se quedaba ahí, parada en el tiempo, mirando directamente el infinito de los ojos del placiente, con la boca entreabierta... en silencio jadeante. Si el placiente intentaba besarle, Eli paraba su boca, con un dedo y siseaba...
Sin dejar de soltarle el cuello, lo llevaba al futón, le pedía que se tumbara, terminaba de desnudarse, en pie y sin dejar de contonearse.
Con ese mismo vaivén de caderas, se arrodillaba, y esparcía el aceite, aceite de almendras dulces...
La serpiente, se retorcía, envolvía, contraía, hasta rodear el cuerpo del placiente, para acabar con su presa por constricción.
Encima del placiente, en posición contraria, con las piernas abiertas, las manos y boca, muy pegadas al pene, retorcía, contraía y exprimía con los dedos, hasta acabar con su presa, derrotándolo con el más placentero de los orgasmos.
Limpiaba dulcemente y desde la misma posición, arrastraba su cuerpo hasta el fin del mundo de aquel futón y se marchaba sin mirarle, recogiendo uno solo de sus velos, y rodeándose el cuello con él.
Las musas acompañantes, se reencontraban con el placiente para llevarle al baño árabe, la habitación contigua.
Allí se bañaban con él, desnudas, esta vez sí acariciaban y besaban piel. Y como la vez anterior, lo abandonaban una a una, hasta dejarle solo y en silencio...

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