"SoloAlas"

Y no soy para nada un... ángel. Aun sigo viva.

miércoles, 21 de octubre de 2015

"SoloAlas" El arte del erotismo. 10



Una vez más, debíamos seleccionar a musas y a un muso, por primera vez, para esta sala.

Lo hicimos de una forma original, nos adentramos por locales en los que se practicaban o se celebraban fiestas de este tipo, hicimos un recorrido por toda España. Seleccionando cuidadosamente, a veces con respuestas negativas.
Conseguimos dos musas sumisas… Clara y Bernabé.
Nuestro gran muso amo… un griego que quitaba el hipo… Aeneas, su chica también griega… Aldora. Curiosamente, hacía las veces de ama, avivando entre ellos grandes conflictos, disputas que llenaron nuestro “SoloAlas” de gritos y discusiones en su idioma nativo, provocando la risa de todos. Porque siempre las terminaban a besos, alguna lágrima y... σ 'αγαπώ, te quiero.
Y nuestra bella… Melody.

Recuerdo exactamente el día que descubrimos a Melody…
Se celebraba una fiesta Sado, en una de las salas eróticas más famosas de Barcelona, para asistir, debíamos transformarnos, llevábamos semanas haciéndolo. Nos divertía, que digo divertía, nos entusiasmaba. Usar aquellos corsés y ligueros de cuero, y medias de rejilla. Maquillarnos con lágrimas negras, botas de enormes tacones de aguja, atadas o cubiertas hasta cubrir las rodillas.


Llevábamos más de dos horas en aquella fiesta abarrotada, nuestras miradas eran profundas, analizábamos cada detalle, cada gesto, análisis que concluía con la negativa de nuestras cabezas mientras nos mirábamos.
Pero no quería irme de allí, sentía un fuerte presentimiento, mis pies solos, me llavaron hasta ella...

Melody, sentada en los escalones de una de las salidas de emergencia, llevaba un corsé ajustado en rojo intenso, un tutú del mismo tono, medias de rejilla en negro y tacones altísimos.
Parecía haber estado llorando, con todo el rímel corrido y totalmente despeinada. Mi mirada fue instantánea, no pude evitarlo. El color de su pelo y ojos… eran fuego dorado, destacando completamente en aquel pequeño infierno de rojos y negros… ella en sí, llamas y lava.

Con un poco de corte, porque estaba sentada sujetándose las rodillas, con una mirada tan triste que me caló, me acerqué a ella.
Le pregunté cómo se llamaba, me miró directamente a los ojos y bajó la mirada sin contestarme, rechazando ningún tipo de acercamiento o contacto.
Pero no iba a permitirlo, la intuí, estaba segura de mi Melody, era ella…



Mis dedos se acercaron a su mano, con muchas dudas, pero completamente segura de que era ella. Sorprendiéndome, acepto mi mano. Me senté a su lado, y como una niña pequeña, con un profundo dolor, se abrazó a mí, lloraba sin consuelo, desgarrada, tan desgarrada que me llevó a los días en los que... yo me desgarré tumbada en el suelo del baño, abrazada a mi sobrina.

Melody estaba rota, sumergida en el lodo, tocando un fondo, tan profundo que se adentraba traspasando el mismo infierno... ese sótano. Pero aun no había perdido el miedo.
No se cuanto tiempo estuvimos así, abrazadas, mi hombro mojado por sus lágrimas y mis oídos taladrados por sus lamentos. Con la respiración ahogada de la desesperación.
Pudo calmarse un poco, pero no tanto como para contestar a mis preguntas, no aquel día, ni en ese momento, le dije.- Vámonos de aquí. Y abrazada a mí, con la cara oculta en mi cuello, salimos de allí.
Patricia nos siguió, sin preguntar, daba tanta pena verla, que sin acordarlo, nos apiadamos de ella.
La llevamos al hotel, en el camino, paró de llorar, se quedó en silencio, intentando pronunciar palabras que no podían salir de su boca, tenía el pecho completamente cerrado… y bajando la mirada a sus manos retorcidas… se dejó llevar.
Desnudándola con suavidad, llenándola de abrazos tiernos, conseguimos llevarla a la cama, intentamos que tomara una infusión caliente, nos dió la espalda y se acurrucó completamente desnuda, en posición fetal…
Lloró y lloró en silencio, el resto de aquella noche y todo el día siguiente.

Dábamos vueltas por aquella suite, sin saber que hacer, preguntándonos si tenía familia, si la estarían buscando, si no nos habíamos metido, en un gran lío.

Decidí dejarla a solas con Patricia mientras parecía estar dormida y busqué una comisaria. Juro que al llegar no sabía que decir, no tenía ni idea de cómo exponer el asunto. le dije al policía de la puerta.- Necesito ayuda, es sobre una chica que nos hemos encontrado, no sabemos cómo se llama... No me dejó continuar, me indicó a la sala que debía pasar.- Coja un número y espere que la llamen.
Horas de espera, intentando ordenar la historia en mi cabeza, para poder contarle a quien me atendiera, que aquella chica estaba muriéndose de pena.
Cuando me tocó el turno, me encontré con un señor con la mirada baja, que ni tan siquiera alzo la vista para saludarme.- Siéntese ¿Que le ocurre?.
No sé si habéis estado en una gran comisaría, es un sitio frío o a mi me lo pareció, lleno de mesas donde eres atendido, separadas por paneles, sin intimidad alguna, incluso pude oír algunas de las historias, mientras esperaba.
Mi voz sonó contundente, estaba enfadada, molesta por el tiempo de espera, por el saludo bajo de aquel tío, que ni se digno a mirarme.
.-Vengo aquí, porque no tengo ni idea de que hacer. Anoche, en una discoteca, nos encontramos con una chica... Y continué con mi relato, hasta el último detalle.
Mientras yo narraba lo ocurrido, me miraba, pero sin hacerlo a los ojos, le noté en el intercambio de miradas hacía mi y el teclado del ordenador, las pocas ganas que tenía de escribir algo que para él no tenía importancia alguna.
Al finalizar, si me miró directamente a los ojos, lo hizo con cinismo, con prepotencia, con una descarada sonrisa y...- Vamos a ver, usted viene aquí, nos cuenta de la borrachera de una chica, que ni siquiera sabe cómo se llama y pretende que organicemos una búsqueda, una investigación o ¿qué es lo que quiere que hagamos con esto?. Deme los rasgos físicos de la chica, un teléfono para localizarla y si denuncian la desaparición de alguna chica con las mismas características, le avisaremos. Cuando se le pase la borrachera, ella sola, sabrá cómo se llama y donde vive.
Lo hice, armándome de paciencia, tragándome una enorme bocanada de aire, que había cogido para gritarle, pero opté por resistir, haciéndome polvo el estomago con ella.
Salí de allí totalmente convencida de que lo único que había conseguido, era perder un poco de mi valioso tiempo.

Llegando la noche, entré a la habitación, le llevaba una bandeja con un poco de comida y agua. Encendí la lamparilla y me vi en ella. Vi aquella Cristina, frente al espejo, desesperada, perdida, muerta de miedo, al borde del precipicio, sin saber si lanzarse al vacío o agarrarse con las uñas de los pies al borde.
Recordé lo que me sacó de aquello, la única persona que me salvó, mi hijo Alan que con solo tres años, me pidió que durmiera con el, que no llorara más, me aseguró que el estaba allí, que me quería, que no tuviera miedo… porque los fantasmas no existen.

Con reacción inmediata, sin quitarme la ropa, solo lo zapatos, levanté el cubrecama y me arrope con ella, la abracé y consolé, como si fuera mi niña. Besé sus lágrimas y la envolví tan fuerte y con tanta compasión, que por primera vez se quedó dormida, con la cara completamente salada, acaricié su pelo y me dormí a su lado, llorando en silencio por ella.

Entraba la luz por la habitación, cegándome de frente. Cuando pude mirar sin cerrar los ojos, tener conciencia de donde estaba, me encontré con aquellos ojos dorados, mirándome esperanzados, abiertos de par en par. Solo pronunció, un gracias, tan bajito que me costó oírlo, a pesar de estar completamente abrazada a ella.

Le dije.- Se acabó, mira el día, mira la luz que entra por la ventana. Eso, se llama…vida.    

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