"SoloAlas"

Y no soy para nada un... ángel. Aun sigo viva.

domingo, 25 de octubre de 2015

"SoloAlas" El arte del erotismo. 14


Nunca he podido con mis emociones, me cuesta tanto controlarlas, dominarlas... imposible. A veces, necesitaba escribirme, contarme, explicarme a mí misma, y si no lo hacía, por falta de tiempo o cualquier otro motivo. Mi pecho hervía a fuego lento, hasta ahogarme completamente.
En el único sitio en el que no sentí aquella necesidad, era mi "SoloAlas", pero alguna vez, había pequeños síntomas de que iba a ocurrir. Mi jardín y mi Neiko, borraban los rastros.
Todo pasó sin buscarlo, ni siquiera lo había intuido, llevaba ya meses y meses que no veía bien de cerca y estaba claro que necesitaba gafas, la única solución, ponérmelas, porque lentillas ni se me ocurría.
Salí de la óptica con las gafas en la mano, esperando llegar a casa para ponérmelas delante del espejo.
Me quedé parada, inmóvil, descubrí arrugas que no había visto antes, mis ojos ya no tenían aquel brillo de la inocencia, mis labios... ya no eran tan carnosos, la barbilla colgaba. Me enfrenté a mis años y en vez de agradecer el haberlos vivido, lloré por mi juventud, añorándola, preguntándome porque se la entregué... Porqué le di mis sueños, porque los cambié por los suyos...
Llegué al "SoloAlas" en silencio, cosa de la que no estaban acostumbrados, en silencio y llena de tristeza. Quería volver al abrazo de mi madre, aquel que era lo único que quería el resto de mi vida, aquel calor humano, el amor infinito a ella, me sentí la niña que olía su pelo. No podía ni hablar.
Me duché y agarré uno de los kimonos negros, me vestí únicamente con él y dejé las gafas enterradas en el bolso.
En aquel momento yo me sentí en el sótano de la sala Infierno.
Caminé directa al jardín, no quería sentir aquello, no quería adornar el techo de mi "SoloAlas" con esa sensación, con sentimientos raidos.
Abrí la puerta de cristal, mis ojos se inundaron del color de la madre y tuve que cerrarlos, caminé a ciegas, no sé como lo hice, pero llegué al fondo. Recogí la manta, la extendí, me desnudé, olvidando si las cortinas estaban echadas o no. Y me tumbé extendiendo los brazos, intentando desplegar mis alas, pero me las había dejado en casa, delante de aquel espejo...
Mis ojos llegaron al cielo, traspasé la capa de ozono con ellos, crucé el universo sin mirar el entorno y allí, donde no existe el fin, pero no hay absolutamente nada... me quedé. Juro que no sé el tiempo, que no pensé en nada, que no sentí absolutamente nada, hasta notar la piel de Neiko...
Hasta tenerla completamente encima de mí, desnuda, con los brazos extendidos, pegados a los míos y los dedos entrelazados. Mirándome de cerca, sonriendo, tan de cerca yo no veía casi, así que mejor cerrar los ojos. Y eso hice.
Acercó sus labios entreabiertos a los míos, aspiró lentamente hasta comerse mi aliento. Su piel estaba ardiendo, la mía helada...
Y con esa voz tan suave, me dijo una y otra vez, guapa... bella... dulce... nos besamos lentamente, exploramos nuestras lenguas, jugamos a acariciarnos únicamente con ellas. El mismo calor de su piel, jamás había probado una lengua tan sabrosa, unos labios me habían quemado tanto.
Me rescató del infinito, me atrajo hasta ella, hasta su cuerpo. Ya no pude parar, nos hicimos un ritual mutuo, sin reglas, besando, comiendo, traspasando los límites de la piel.
Su besos bajaron por el cuello, mientras yo suspiré, lamió lentamente el recorrido hasta uno de mis pezones, allí mordió, torturó, besó, hasta arquearnos ambas al unísono.
Se deslizo sin despegarnos ni un milímetro de piel, enredó mi pelo entre sus dedos, mis piernas se abrieron por intuición y en aquel jardín fui acariciada con unas alas en forma de lengua, húmeda y caliente.
No fue comer, ella no me comió, me saboreó, tan lentamente, tan dulcemente. Me di cuenta de lo poco que saben los hombres, comparándolo con una mujer. Ella no mordía, ella acariciaba con los dientes y su lengua parecía eterna, no tener fin cuando lamía de abajo arriba... y se transformaba en una lengua de serpiente, llegando al clítoris, esa lengua tenía pequeñas plumas.
Mi orgasmo fue intenso, tan intenso que perdí la conciencia segundos. Y se lo bebió, aspiró de la misma forma que lo hizo en mi boca y con el sabor todavía en los labios, subió hasta los míos para que yo me probara, en ella.
Mis ganas aumentaron, quise devolver el regalo y en aquella posición, boca arriba, tiré de sus alas, hasta sentarla encima de mi boca.
Arrodillada, completamente dispuesta para mi, frente a los cristales, rotando su pelvis, la disfruté en la misma forma que ella lo hizo conmigo. Lamiendo con mis alas en forma de lengua, pequeñas plumas, incluso terciopelo, mis dientes... mordían con muchísima suavidad.
Ella también se derramó para mi, he inundó la boca de caramelo líquido, fue tal placer, que obtuve... mi segundo orgasmo.
Abrí los ojos, ella me miraba sonriente desde arriba, con la cara desdibujada por la pérdida de la cordura.
Sus pechos preciosos, su piel trasparente con el tacto del terciopelo, acaricié y acaricié, nos llevamos al orgasmo una y otra vez, con los dedos, con la lengua, hasta quedarnos exhaustas.
Mirando el cielo, me besó en la cara.- No estés triste Cris. En ese momento me enamoré profundamente, de la vida.
Y se levantó de allí, se marchó desnuda, en silencio, yo no podía ni moverme, estaba alucinada.
Alucinada, hasta que una entrada apresurada, la voz de Patricia, riendo, medio gritando.- Menudo espectáculo nena, no estaban cerradas las cortinas y cuando me he dado cuenta, placientes y musas tenían pegadas las narices al cristal, completamente en silencio. Te juro que he intentado cerrar, pero no he podido, me he quedado inmóvil, admirando como dos pájaros hacían el amor en pleno cielo.
Juro que me importó un bledo.
No quedaba ni rastro de aquella sensación que me llevó al jardín, me levante y completamente desnuda, le di la mano a mi Patricia, nos abrazamos y salimos de allí, ella no paraba de darme besos en la cara, diciendo.- Que te quiero, leches.

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