Se sentó y cumpliendo con el ritual, comenzó a desnudarse,
mientras nosotras, nos denudamos la una a la otra, sin poder evitar rozarnos
los pechos, mirándonos de frente, absortas la una en la otra. Deseándonos con
el cuerpo, con los ojos y con el alma.
Neiko, derrotó mi miedo cubriéndome el cuerpo con el pequeño
camisón de lino, dejándolo caer, deslizando por mi piel. La imité con la misma
adoración.
En el baño, las miradas que mantuvieron ellos, se
convirtieron en miradas a tres, me invitaron a su mundo y participe de ello,
con los mismos deseos de ambos, los míos regalados, hacía ella y hacía él, los
de Neiko, hacia Daniel y hacia mí. Los de Daniel, hacia una mujer dragón alada.
Fue un baño lento, en el que nos sumergimos los tres, nos
restregamos las pieles, limpiándonos con mimos, con dulzura, unos a otros. Daniel
no se quedó quieto, el quiso lavar nuestros cuerpos... también. Y lo hizo por
encima del lino adherido, con las manos, con pequeños besos a nuestros pezones,
algún que otro mordisco, suave... lleno de deseo.
Aquel hombre, no sentía ya, el miedo del primer ritual, no le
importó mostrarse tal cual era, con la valentía de ser dulce, de ser humilde,
ser sensual.
Nos besaba en la cara, con besos llenos de ternura.
Cuando su cuerpo se elevó por encima del agua, para que le laváramos
los pies, vimos a un hombre que resurgía de sus propias cenizas, que elevaba el
cuerpo al cielo entregándose, totalmente erecto, sin importarle algún tipo de crítica,
de juicio, se declaró culpable y el mismo se condenó... al deseo.
Salimos de aquel baño, costándonos la misma vida, sin querer,
necesitando más, pero sabiendo que íbamos a cumplir el pacto, el ritual.
Para secarle, me situé tras él y giró para tenerme de frente,
me miró directamente a los ojos, ahora me raptaba a mi...
Dejó que Neiko le secara la espalda, mientras a mi me
sujetaba del codo, para obligarme a mirarle, no quería que yo le secara, quiso
que yo notara otra cosa...
Su erección en mi estomago, amenazándome con ella,
directamente, sin presión. Y llegaba a mí, rozándome sin promesas, sin
pretensiones. Convirtiéndose en un simple acto para demostrar que estaba
entregado.
Si él estaba entregado, yo...rendida.
Lo llevamos al flutón, mojadas, caladas y no solo por culpa
del camisón, chorreante.
Le invitamos a tumbarse, no quiso hacerlo de espaldas, él
quería ser partícipe de cada uno de nuestros movimientos. No íbamos a poder con
él y lo mostró con absoluto descaro. Sentándose en el flutón para observar cómo
nos quitábamos aquel camisón mojado, la una a la otra. Cerca, muy cerca, a
nuestros pies.
Y mi adoración al cuerpo de Neiko, a sus ojos y a su sonrisa,
porque me sonreía... me traicionó, nos traicionó.
Nos besamos intensamente, Neiko y yo, nos derretimos la una a
la otra, nos acariciamos olvidando por instantes que teníamos un hombre a
nuestros pies, deseándonos con ganas, ambas nos habíamos probado y estábamos
condenadas y entregadas.
Su cuerpo y su piel mojada, sus pezones, no pude evitar
acariciarlos con la lengua, y ella me recorrió el cuerpo con la boca, de arriba
abajo, deteniéndose en mi estomago, agarrándome el culo, con ganas, para
enterrar su cara por encima de mi entrepierna.
Y Daniel sentado, nos acariciaba hasta donde llegaban sus
manos, rogando un poco de aquello.
Se lo dimos. Le tumbamos ambas a la vez y comenzamos el
ritual, un ritual del silencio, lleno de gemidos, de susurros. Neiko y yo,
haciéndonos el amor, posadas en el cuerpo de Daniel, nuestras caricias fueron de
él. Porque al acariciarnos, sosteniéndonos él, como lecho, se convirtió en
testigo directo, los roces de nuestros besos y nuestros cuerpos, le
acariciaban, le hacían participe sin serlo, un masaje distinto, que nunca
habíamos practicado. Entre otras cosas, porque aquello no era un masaje...
Hasta que mi boca sin querer, buscó la de Daniel. Los besos
con lenguas, son actos de deseo. Dependiendo únicamente de la musa, de sus
ganas y su deseo. Solo ella decide si darlos y asume el riesgo, con todas sus
consecuencias. Lo asumí.
Nos fundimos en un beso, me temblaron hasta las alas, su
lengua era tan dulce, su boca sabía tan bien, que me morí por ella en ese mismo
instante. Me dieron ganas de sacar de allí a Neiko y hacerlo mío, únicamente
mío.
Me dejé llevar, como solo cuando sé que estoy perdida, lo
hago. Cuando me rindo ante lo evidente, ante lo que me arrasa, hasta dejarme
sin fuerzas para luchar contra ello.
Se repetía la frase que llevo tatuada en mi hombro. La
misma que adornaba la sala Alas.
Abrí mi boca, busqué su lengua y perdí mi guerra...
Neiko no me había dejado marchar, yo le debía lo mismo.
Y giré con mis manos la cara de Daniel, para que la mirara a
ella. Lo hizo, pero sin dejar de abandonarme completamente. Su brazo se apoderó
de mi cintura y me atrajo hacía ellos, no quería dejarme, no. Era a mí a quien
quería a su lado y lo demostró, presionando fuerte su abrazo, para hacerme
sentir, asegurarme, de que me quería a su lado... incluso estando con otra.
La besó, pero en la comisura de los labios y descansó la
cabeza en el cojín, cerrando los ojos, para abandonarse, para sentirnos
totalmente, sin que su mirada le traicionara.
Y viajamos, nadamos, nos sumergimos en Daniel. Siendo una
sola, al llegar al centro de su cuerpo, yo por la cabeza, Neiko por los pies,
nos elevamos, besándonos. Puedo jurar sin mentir, que yo llegué a subir
volando, flotando. Aquella mujer Dragón usó sus alas.
Nos situamos a los lados de Daniel, que cerraba y abría los
ojos, con los brazos extendidos, erecto, impresionante, bello como él solo, un
hombre.
Y nuestras caricias al pene, fueron alternativas, con
dulzura, el aceite hacia que las frotaciones, los ocho anillos, las rotaciones
en el glande...se convirtieran en el dragón serpenteando por su pene erecto. Su
orgasmo fue instantáneo, haciendo que se retorciera, que su estomago se
doblara, elevando las piernas y emitiendo un gemido ronco, casi un grito. Un
orgasmo que le arrebató, segundos de vida.
Acariciamos y limpiamos, unos minutos más.
Aunque os parezca un acto de frialdad, en los masajes se está
atenta al reloj, por cumplir rigurosamente lo pactado y por los placientes que
esperan. En todas las salas hay un reloj adosado a la pared, que debes mirar
con disimulo, al que debes prestar atención, estando o no abandonadas y
cumplido el tiempo, te levantas y sales.
En aquel masaje, no se miró ni una sola vez.
Salimos de la mano, hechizadas, sonrientes y dejándonos
tumbadas al lado de Daniel, las ganas de más...
Cuando pasas la puerta de la pequeña antesala, llegan las carreras,
bajas al mundo real, quieras o no. Tienes a una Patricia dando instrucciones,
atenta a los placientes que esperan, rogando y exigiendo que desconectes, que
te duches, que te maquilles y otra cosa mariposa.
.- Nena, hay uno dentro de cinco minutos, tenemos que sacar a
Daniel de ahí... miró a Neiko, vete a prepararte, ya!, Naimie, está lista, el
equipo de limpieza esperando, el placiente en el parking. Te mato, hora y
media...
¿Hora y media?... no podía creérmelo.
Yo misma debía sacar a Daniel lo antes posible, entré, pero
el ya estaba en la ducha.
Di instrucciones a pesar de que Daniel estuviera en el baño,
de que el equipo de limpieza entrara.
Esa sala es complicada de preparar. La parte del jacuzzi, la
del té, el flutón, el baño...
Golpee la puerta de papel, estaba hecha una facha, llena de
aceite, el pelo, la cara, el cuerpo, con el kimono aceitado incluso.
El no me oía, claro... bajo el agua y atontadillo, al igual
que yo.
Así que entré directamente, no había tiempo para reparos. Me
paré en seco, me recordó a mí misma Con un brazo apoyado en la pared, mirando
hacia el suelo, dejando que el agua le cayera, le borrara los sentimientos...
parecía derrotado. Tan bello, hermoso, tan humilde...
Las puertas de las correderas abiertas, sin darse cuenta de que
estaba empapando la alfombra del suelo. Tuve que sujetarme las piernas, para no
correr a ducharme con él. Aun estaba consumida por el deseo.
No sé quién es, ni de qué pasta está hecho, no sé qué cosas
le mueven en la vida. Pero nunca me había sentido con tantas ganas de rescatar
a nadie de sí mismo, de sacarle de la angustia, que con tan solo mirarle,
estaba segura que le consumía.
.- Daniel, sus ojos casi entrecerrados, me buscaron.- Debes
salir, lo siento, si quieres continuas con tu ducha, arriba. ¿Por qué coño
había dicho aquello?, ningún placiente podía subir arriba.
.- No, está bien, salgo ya. Susurraba, las ganas de
consolarle me podían, no sé que vi en aquel instante, no sé qué hombre se
descubrió ante mí, pero me necesitaba y yo a él y lo supe en cuanto volvió a
bajar la cabeza y por vergüenza se tapó.
Salí de allí, decidida, convencida, ese hombre carecía de
maldad, de crueldad, había algo mucho más hermoso y más intenso que su cuerpo y
sus ojos... su alma.
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