Porque... no te das cuenta, nuestros cuerpos se aman,
nuestras bocas se desean y nuestros ojos se llaman. Tu cabeza manda, pero... si
te doy un palazo, seguro que al conseguir acallarla, no habrá nada ni nadie que
nos separe.
Solo hay una cosa con lo que puedo derrotarte, es con la
picardía, acercando mis caderas a las tuyas. Gimiéndote en los labios y sacando
mucho la lengua, para saborear tu boca. Entregarte mi culo y los pechos.
Y eso hice... hasta volverte loco de deseo. Te comí el
cuello, con las ganas de una fiera, de una fiera en celo...
Levante mi pierna para rodear tu cintura con ella y acercarte
mi sexo lo máximo posible... al tuyo, restregarlo contra tu pantalón,
haciéndome daño incluso con la cremallera.
A la vez que echaba mi cabeza hacia atrás para acercarte lo
máximo posible los pechos a la boca, me encanta como me comes las tetas. Y el
kimono cayó con los restos de dignidad.
Adentrabas tu mano en mi culo, para llegar desde ahí, hasta
mi vagina... con los dedos.
.- Quítate la chaqueta por Dios. Desnúdate, lo pensé,
mientras iba quitándotela yo a tirones.
Me lubricas con solo mirarte, imagínate cuando me tocas.
Siempre me has dicho que no te has sentido tan deseado con
ninguna mujer, como conmigo y es que... me despiertas las ganas de devorarte
entero y hasta que no lo cumplo, me duele la piel, se me quiebran todos los
huesos y me resquebrajo como un cristal golpeado.
Aquel pasillo estrecho, el panel de la pared caliente en un
lado, en el otro el cristal del jardín helado... una mano en cada uno y
elevarme para rodearte con mis piernas, a la altura de tu pelvis.
Me recordó al día que hicimos el amor con el hielo y el calor
de tu pene, dentro de mí.
No podía más, no podíamos, demasiado tiempo para andarnos con
preámbulos. Y eso hiciste, bajaste la cremallera del pantalón, en esa misma
posición y me penetraste...
Con impaciencia, con rabia, con dolor, con agonía, pura
agonía, entrabas y salías de mí. Cada salida, me provocaba un espasmo, una
sacudida tan intensa, que no podía permitir que te fueras durante esas
milésimas de segundos, que a mí, se me hacían eternas, te quería otra vez
dentro, muy dentro de mí.
Cuando los dos nos corrimos la primera vez, a la vez, fue
rápido, muy rápido, demasiado, pero no importaba, continuaste dentro de mí, sin
sacarla, mientras me besabas. Cambiaste la posición y aplastaste mi espalda,
contra ese cristal. Mi espalda se retorció, es imposible describir la sensación
de quemarte por dentro, tus entrañas y el hielo en la espalda.
Bajé las piernas, se me hizo eterno encontrar el suelo, me
temblaban, no podía mantenerme en pie, era imposible.
La sala más cercana, era la sala infierno y en tus brazos, a
través del baño, me llevaste a ella. Encendiste la luz roja, con el codo y
bajaste la escalera del sótano, directamente...- ¿Como coño sabias lo del
sótano?.
Me besabas en los ojos, en la frente, en los labios, te
bebiste mis lágrimas, las del orgasmo, antes de que se secaran.
Y en plena penumbra, en el fondo de ese sótano, a oscuras, me
tumbaste en el sofá de mi penuria y me hiciste el amor... muy lento.
Me depositaste en ese sofá, como cuando cae la hoja de una
flor en la tierra, con tanta dulzura, con amor. Sí, amor...
Una pierna por encima del respaldo, la otra rozaba el suelo
con la punta de los dedos y tu mirándome desde arriba, con la poca luz rojiza
de testigo. Completamente abierta para ti, mirándote, muerta de ganas, mientras
te desnudabas...
Bajaste la cabeza para recorrerme la piel a besos, desde el
tobillo elevado, hasta mi pelvis y ahí mordiste suavemente, no fue dolor, fue
dulce, fue una caricia con los dientes, para luego torturarme con la lengua,
jugando con mi clítoris y adentrándola en la vagina, lengua y dedos.
Me torturaste, me regañaste y me castigaste, con caricias
provocadas con la boca, por mi estomago, en los pechos, en el cuello, hasta
situarte encima de mí, de frente, a la misma altura.
Dejaste caer tu peso sobre el mí, lo suficiente como para no
aplastarme y allí, mientras nos comíamos la boca, te sentí entrar en mi...
lentamente.
Nos derretimos en aquel sofá, levantaste mi cuerpo, pasando
un brazo bajo el culo, para penetrarme lo más profundo posible. Juro que sentí
la daga atravesarme entera, pero fue tan dulce que apenas sentí la herida.
Nuestro segundo orgasmo, primero yo, segundos después tú.
Y quise comérmelo, quise beber de él, acariciarte con mi
lengua ahí, hasta borrar cualquier rastro. Lo hice, me lo bebí, me lo tragué, a
la vez que tragaba, lamia, besaba, aquella misma daga, una y otra vez.
No nos quedamos saciados, pero necesitábamos abrazarnos, por
lo menos yo lo necesitaba. Te hice un hueco en el sofá y te abrazaste a mí. Y
así nos dormimos...
En el sótano del infierno también duerme el amor, hay almas
buenas que quedaron condenadas en la eternidad, pecaron de locura de amor...
En ese sótano hay generosidad, almas entregadas y
sacrificadas, que perdieron la batalla a la vida rindiéndose y quitándose la
vida, ellos mismos... por amor.
Suele pasar, cuando te despiertas en los brazos de quien
amas, te quedas mirándole dormir. Pero en aquel puñetero sótano no se veía
nada... Y estábamos helados, le toqué y su piel estaba tan fría.
Subí a coger el cubrecama, bajé a cubrirle con él y al
mirarle, fue cuando sentí el verdadero pánico, otra vez en mi vida... al
parecer no había tenido suficiente.
Darte cuenta de eso, sin el champan y la lujuria como ayuda,
reconocer en silencio, que de nuevo estabas destinada a perderte, perderte en
sus ojos, hace que tu cuerpo y tu corazón se transformen en ese sótano.
Salí de allí corriendo, cogí las cervezas, el móvil y el
kimono y subí las escaleras a la planta de arriba, como alma que lleva el
diablo.
Creo que estuve en la ducha más de una hora, dejando caer el
agua sobre mi piel, intentando ocultar con el chorro de agua caliente, mi
llanto, mis lagrimas y borrando tus caricias y el olor, hasta escurrirse por el
desagüe junto con el agua.
Me vestí, mi "SoloAlas" tenía que abrir sus
puertas. Era sábado pero teníamos un día de trabajo ajetreado, recogí los restos
de la noche anterior, sin querer pensar.
Cuando era casi la hora, bajé al sótano... Y a oscuras,
llorando, te pedí, te rogué pero sonó como una orden.- Vete de aquí, deja las
llaves en la recepción y vete.
Estabas sentado a medio vestir, te levantaste, acabaste de
vestirte sin pronunciar ni una sola palabra, yo la esperaba...
Te acercaste, me besaste en la mejilla, subiste la escalera
de ese sótano, sin mirar atrás y una vez arriba, te giraste y me lanzaste el
brazo.- Ven. Y subí con el miedo de volver a oír las mismas palabras de
siempre.
Si estando enamorados, amando a una persona, oís un cuento de
sus propios labios, uno que habla de...
Del amor profundo que os procesan, del respeto y el
reconocimiento que os tienen, de lo buena persona que eres, de lo que te admira
por tu integridad... pero como amigo, un amigo de verdad.
Explicando que mantiene una lucha interna por sentir más
allá, pero que no logra sentir las famosas mariposas en el estomago. Cuando tú,
por el contrario, estando a su lado, las sientes revolotear en tu estomago y
por todas partes, de mil colores, volando agitadas y cubriendo completamente el
cielo y las nubes.
La sensación de querer matar una a una esas mariposas, nace
de una manera espontanea y llorar sus muertes, sin ser capaz de acabar con ni
una sola de ellas.
La banda sonora de tu corazón en ese instante es... Deliver
Us.
Mi sol, nada puedo hacer por ti, solo así podrás vivir, al
cielo pediré, ven señor... Libéranos.
El sentimiento de derrota se hace tan profundo que se te enmaraña
en las tripas, que se transforma en una enredadera, retorciéndose,
extendiéndose a través de cada una de las venas, capilares, músculos y huesos,
hasta cubrirte por completo el pecho, el corazón y de ahí hasta la cabeza.
Cuando lo sientes en la sien, hace que tu espalda se yerga,
se estire y eleves la barbilla de puro orgullo, esperando morir con dignidad.
Al coger tu mano, lo hice temblorosa, aceptando de nuevo la
derrota. Estaba dispuesta a escucharlo de nuevo...
.- Vamos a recepción, tienes que abrir. Devuélvele a David
las llaves. ¿David?, había sido David. Ellos eran amigos desde hacía mucho...
Claro...
Llegamos a recepción sin darme cuenta, sumida en mis
pensamientos, todavía de la mano.
Me besaste de nuevo en la mejilla y una vez la misma promesa
de siempre...- Me voy, pero te aseguro, te juro que... nuestra historia no
acaba aquí ni ahora.
La había oído tantas veces que... ya si me la creía, vamos,
estaba convencidísima de que era cierta.
Y saliste de allí, sonriéndome y giñando el ojo, en ese
momento desapareció el miedo y volvieron las ganas de partirte la cara. pero
esta vez no me las aguanté.
Corrí hasta las escaleras de entrada, tú en el primer escalón
de bajada y yo encima, a la misma altura, dispuesta a lanzarte el puño y que
estampara contra tu boca.
Sonreíste, negando con la cabeza.- No cambias, señorita
"SoloAlas", y te alejaste divertido y feliz... Serás cabrón...
Cuando una mujer es despedida con el silencio y una sola mirada,
sin importar a quien se enfrenta, los sentimientos que se lleva arrastrando del
cuello. Sentimientos que se tejen como una capa, de tela pesada, más aun que
los pesos del alma, metros y metros de esperanza. Esa mujer, se da la vuelta
sonríe y... arranca la capa, para viajar desnuda, que no le adorne ni sin tan
siquiera, el recuerdo de esa mirada.
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