Fotografía de Miriam Franco perez.
El caballero se hizo esperar. En la pequeña antesala de
espera, hasta ver la luz verde, más de cinco minutos, recordando, enumerando,
saluda como una cortesana, llévale al baño, prepara el dosel, súbete al
piano... sin braguitas. Temblaba de nervios. Ni siquiera la primera vez, había
temblado.
Por fin la luz verde, entrada en la sala, el biombo de frente
y tras el biombo, Daniel sentado, cogiendo una uva. Intenté sonreírle,
extenderle mis dedos, para que los besara.
Desde abajo, mirándome con detenimiento, tanto... que tuve
miedo que se diera cuenta de que los zapatos eran dos tallas menos. Me acarició
con la mirada, hasta erizar mi piel, se enfrentó a mi corsé, sin perder la
postura, se detuvo en las braguitas, viendo su transparencia con total descaro.
Sus ojos llegaron a los míos, a mi mano, a mis dedos, mucho
más tarde de lo que mis pies podían aguantar, allí en pie, parada, los sentía
bombear, bum, bum, bum, la sangre ya no se aguantaba en aquellas venas.
Por fin, me sonrió.- Perfecta, una princesa... Y besó mis
dedos.
Daniel:
"Cuando
Patricia, besándome amigablemente y con una sonrisa, me dejó allí, en el
recibidor de la sala, me entró un poco de miedo. Me estaba volviendo loco,
aburrido de todo y sin alicientes, ya ni trabajar veinte horas al día me
servían. Me pregunté, que haces aquí, majara.
La textura de los
asientos, el color exagerado de las princesas de Disney, me recordó a cuando
Teresa, mi hija, era pequeña. Tuve que comprarle hasta la tostadora de las
princesas dichosas...
Pero aquello tenía su
encanto, te transmitía sensualidad. Por lo menos lo poco que había visto hasta
ahora, el biombo, los asientos, el tapiz del suelo, jerez, fruta, uhm uvas...
Unos pies en sandalias
de dos tallas menos, de cristal. Unas piernas, con la piel tirante a pesar de
la seda de las medias rosas, a media altura del muslo. Piel suave, seguro,
definidas, marcadas. Esas braguitas, transparentes, en rosa, todo en ella era
rosa, podía ver que estaba totalmente depilada, me dieron ganas de comerme ese
pastel, nada más verlo.
Ese corsé, que
debería estar prohibido, en seda labrada, con ballestas hasta los pechos, del
que colgaban cintas finísimas de lazo de raso rosa. Que rozaban sutilmente la
parte del muslo desnudo, que yo quería, comer, lamer... disfrutar. Y allí
mismo, con mis ojos fijados en el canal de su pecho, verlo subir y bajar por la
respiración, allí mismo, juré comérmela entera, no parar hasta conseguirlo.
Su cara, los ojos de
una niña, con la misma inocencia, pero con heridas en forma de estrellas dentro
del iris. El cabello negro lleno de bucles desordenados con exquisita
sensualidad, con los mismos lazos entrelazados entre los bucles, con una
longitud mayor que el largo de su cabello. La belleza de una mujer madura,
dulce, tierna, pero eso es lo de menos...
Su mano, sus dedos,
esperando ser besados. Hazlo, bésala."
.- Daniel, dije bajando los ojos. Acompáñame al baño, por
favor.
Y traspasamos el biombo, sus ojos analizaron cada rincón,
sonreía divertido. Y yo hecha un flan que no sabía si iba a poder soltar toda
la parafernalia de...- Aquí tienes las zapatillas, las toallas y geles, cuando
acabes con la ducha, sal por esta misma puerta. Lo hice... salió y pareció
natural y sereno.
Me han dado ganas de ducharme con el... uis quítate los
tacones y corre, prepara la cama con dosel, sabana de un solo uso, extiende,
baja la luz, enciende velas, prepara la música, coge el mando del equipo,
quítate las braguitas, sube al piano con los zapatos en la mano y allí encima
del piano rosa, ponte los malditos zapatos, que se negaban a entrar, no había
manera, se me hincharon tanto los pies, que era imposible. Y me pilló, yo que
pensaba ponerme en una postura sensual, colocarme los pétalos de rosa en el pubis
y dar a la música...
Me pilló luchando con el tacón, encima de un piano y sin
bragas. Por tercera vez hacia el ridículo frente a él, estaba destinada a
convertirme en su payasa... Su carcajada de sorpresa lo delató.- Vuelve a
entrar por favor, dame un minuto. A la mierda los tacones, los tiré con una
mala leche hacia la pared, que me cargué uno de los tacones que imitaban al
cristal.
Buf, me olí las axilas, tenía la sensación de que iban a oler
a la transpiración de los nervios, no, menos mal...
Me coloqué de lado, le di al play, un pequeño pétalo en el
pubis y...- Entra ya, Daniel.
Hizo su entrada con la música... Contigo en la distancia.
Llevaba la toalla anudada a la cintura, se quedó allí en
medio parado, mirándome, le indique que se sentara en el sillón dorado. Y solté
mis alas.
Se acabaron los miedos, los nervios se deslizaron con las
medias, lentamente, mientras mis manos acariciaban mis muslos, se detenían
provocadoras en el interior de estos. Con las medias en la manos y ya de
rodillas, encima de aquel piano, me dejé abandonar por la música, contoneando
mis caderas y rodeando las medias al cuello.
Mi mano bajo el sendero del corsé, hasta llegar al interior
de mi pelvis, solo unos segundos, necesitaba las dos para desabotonarme el
corsé. Bailando los hombros y contoneando los pechos, quité uno a uno, aquellos
botones. Dejando mi cuerpo completamente desnudo, adornado con mi SoloAlas
tatuado, y los lazos del cabello, que me hacían cosquillas... erizándome la
piel.
No pude evitar tocarme los pechos mientras miraba aquellos
ojos grises, profundos, ahora totalmente serios. Giré para darme la vuelta y
entregarle mi figura, así, arrodillada, de espaldas. Ahora, mi espalda tatuada,
un verso, un poema sin métrica, una oración...
Soy yo, esta que vez de espaldas y a la que no le da
miedo regalártela.
Apuñala, si quieres, no pienso perder mi tiempo en
venganzas.
Pero... Cuidado si me doy la vuelta, porqué además de
alas, tengo garras.
Segundos jugando con mi culo, me deseaba a mí misma, allí
encima, me gustaba, me seducía con las manos, sin importar quien mirara.
Me di la vuelta para pedirle la mano. Se acercó lentamente,
caía la toalla, imponentemente excitado, venía a recibirme, me entregó su mano
para bajar, yo no quería mirarle, ahí, pero era imposible.
Un cuerpo trabajado, de grandes formas y tan grandes... Con
la piel morena y curtida. Un torso que daban ganas de dormirse eternamente en
el, acariciando los pequeños caracoles de vello. Y unas piernas largas y
fuertes, muy fuertes, reconozco a los jugadores de futbol por las piernas, viví
veinte años con uno...
Su mano agarró fuertemente la mía.- Tranquilo, no pienso
escaparme...
Lo llevé a la cama, le pedí que se tumbara, no pude evitar
extender las gasas del dosel, cubriendo nuestro rincón, ocultándolo a la mirada
de la princesa dibujada en la pared.
Me arrodillé a sus pies, cogí el aceite de rosas y extendí en
mi piel, sabiendo que él... no me quitaba ojo a través del espejo, jamás me
había excitado en el trabajo, ese día sí, culpables, sus ojos.
Lo supe en cuanto me acaricié el pecho con el aceite y mis
pezones estaban tan erectos como su miembro y lo certifiqué cuando baje a la
vagina, ya estaba... muy mojada.
Tocaba rociarlo de aceite a él, no quería acercarme demasiado
pronto, así que lo hice en forma de lluvia. De entre mis manos, nacieron
gotitas y gotitas hasta cubrir sus piernas y el culo. Le toqué por primera vez
el pene, para colocarlo hacia abajo y que el estar empalmado no le incomodara,
Dios.
Extender con las manos, friccionar. Cuando mi mano se
introducía por la abertura del trasero, rozando sutilmente con mis dedos su
pene, al regreso, el encogía los dedos de los pies y su miembro reaccionaba al
contacto, palpitando.
Mis pechos se derritieron en su piel, se hicieron agua, las
caricias con los pezones, me estremecían aun más que a él, deseando traspasar
la piel, quedarme en ella. Mi boca sin poder evitar besarle, pequeños besos
llenos de aceite, quería morderle suavemente, pero no me atrevía, aun no...
El levantaba los dedos de los pies, para rozar mi clítoris
con ellos, cuando tenía recorrido suficiente, si no, incluso se atrevía con el
talón.
Cuando toca el cambio de piernas, tienes que hacerlo con sumo
cuidado, de no aplastar con las rodillas. Sus piernas separadas te dejan actuar
con soltura, paras en el centro de ambas y dejas que tus pechos se recreen en
el culo y perineo, incluso un poquito... la punta de su pene. Luego pasa a la
otra, al pasar a la otra...
El dobló la rodilla atrayéndome hacia él, girando el torso y
colocándose de lado y frente a mí, mirándome a los ojos, creí que en ese
momento me iba a comer la boca, me hubiera dejado... Pero no, retrocedió, se
disculpó con la cabeza y volvió a tumbarse de espaldas. Fueron segundos muy cerca de su boca, mis
pechos casi rozando su torso, me costó la vida, no abalanzarme yo.
Me incorporé y continué con el masaje, ya transportados, no
había quien nos parase, os lo juro, no había nada sobre la tierra más
importante... que aquel instante.
Llegó la parte de la espalda, lo oí maldecir entre dientes,
al sentir mi sexo pegado a ella, restregarme, serpentear. Agachar mis pechos a
su cuello y provocar su boca con ellos, tan cerca que... si saca la lengua, me
dejo.
Respiraba profundamente cuando me coloqué a un lado, bajé y
subí su cuerpo en sentido contrario al de él, dejando ver por el espejo todo de
mi, ningún secreto quedaba ya...
Le pedí en el oído, muy cerca.- Sitúate de lado, amor... ese
amor, en ese instante, era tan real como la vida misma.
Le abracé de espaldas, el frente al espejo, le hice el amor,
restregando deseos y piel, memoricé cada una de sus curvas, las tatué en las
palmas de las manos y en cada rastro de mi piel, piel que lloraba la ausencia
de la suya, cuando nos separábamos milímetros.
Llegó la vuelta, ya no había nada que hacer, solo entregarse,
rendirse y cada poro de mi piel lo hizo, me lo comí con las manos, con las
tetas, y deseando hacerlo con la boca y con la lengua. Acabé tumbada encima de
él, mirando directamente a sus ojos, frente con frente, boca con boca, separadas
pero deseándose hasta dolerte los labios.
Con los brazos extendidos, manos con manos, le miré.- ¿Vamos
por él?, pregunté. Asintió tembloroso.
Y mis manos se apoderaron de su pene, le sentí duro, erecto,
enorme... Y jugué con él, hasta que le oí gritar al correrse.
Yo tumbada a su lado, de lado, intercalando miradas a sus
ojos y a su pene. Cuando ocurrió, os puedo jurar que él murió, subió al cielo y
bajó para regalarme una sonrisa y ducharse, mientras yo recogía y salía de
allí, totalmente aturdida.
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