"SoloAlas"

Y no soy para nada un... ángel. Aun sigo viva.

domingo, 1 de noviembre de 2015

"SoloAlas" El arte del erotismo. 21

Un aplauso y el final de las notas musicales, me rescataron de su cara.
Brindamos por aquella sala, alzando las copas, por el "SoloAlas" porque los sueños se hacen realidad... a veces.
Terminamos de ver las salas, en cada una, una sorpresa, suspiros, sonrisas y risas, encanto.
Ya en el recibidor, despidiendo a todos, me sentí cansada, con ganas de irme a dormir con mis niños, de verlos, de pedirles perdón una vez más, por el tiempo robado.
Eso hice, llegué a casa, con la cara pegajosa de las lágrimas, me quité la ropa y los tacones y me metí en la cama con mi Alan, le abracé muy fuerte, y me dormí oliéndole el pelo... sonriendo.
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Comenzaron los días de trabajo verdadero, sin saber cuánto iba a costarnos remontar esas alas. Cuantos pasos teníamos que dejarnos en las calles, la famosa actividad comercial, que encima debía ser discreta.
Tuve la suerte de contar con mi luchador, lleno de energía que no sé de donde coño le venía. Pero yo tras él, aunque me costara, seguía sus pasos, recibía órdenes de él, sin rechistar, me dejé en sus manos, porque sabía que era la única forma. Curiosamente, el decía lo mismo de mi.
Pero cuanto nos gustaba meternos en el despacho, sacar ideas de la nada, alistarlas por orden de relevancia e ir tachando una a una, en cuanto se cumplían o veíamos la imposibilidad de realizarlas.
Lo que nos supuso un verdadero reto y para lograrlo, nos dejamos los sesos, fue idear una fórmula, un sistema complejo y a su vez, eficiente, que garantizara y protegiera las identidades de nuestros placientes y que el "SoloAlas", no fuera objeto de prensa rosa o de cualquier color.
Teníamos una base de datos interna, cumpliendo minuciosamente la ley que la protege y un compromiso de confidencialidad mutuo. Las identidades verdaderas, jamás salían de las paredes de la recepción oculta y administración.
Para las entidades fiscales, nuestros placientes, eran números y las facturaciones que presentábamos iban enumeradas correlativamente, sin permitir ningún salto en ellas.
Todos sabemos que en este mundo, hay una gran economía sumergida, yo no consentiría eso, no quería problemas legales, mucho menos después de empeñar... hasta el alma.
Nuestro primer placiente, el número uno... El señor Cortés.
Para las musas y la mayoría del personal, no existían los nombres reales, eran innecesarios y curiosamente en este mundo, hay muchos Rafas.
El señor Cortés, es un tío correcto, respetuoso. Con los ojos ensombrecidos por la falta de amor, hombre de pocas palabras, físicamente un hombre normal, de cuerpo uniforme.
Antes de alguna caricia, antes de algún suspiro, incluso antes de correrse... el Señor Cortés, te pide permiso... con la mirada.
Por ser nuestro primer placiente, quise enseñarle todo, entre nosotros había mucha confianza, le presté las alas muchas veces. Mi cercanía con él, era tal, que íbamos de sala en sala , agarrados por el brazo. El sacudía la cabeza.- Increíble, precioso, no sé dónde empezar... jajajaja, reíamos.
Patricia siente debilidad por el señor Cortés, fue su primer placiente. En cuanto se enteró de que estaba, fue corriendo a reunirse con nosotros, le agarró del brazo contrario. Reímos los tres divertidos.
Un paseo tranquilo, sin presentarle a las musas, en el "SoloAlas" eso era sorpresa, se elegían salas y rituales, pero nunca musas.
Patricia, le decía.- Yo escogería esta... en todas las salas que entrabamos, jajajaja.- Yo te doy el masaje. Cosa que yo no admitía, la miraba y ella de pronto... callaba.
La mirada le cambió en la sala Universo, yo lo sabía. Intuí que esa era su sala, si él no estaba en las alas de otra, se sentía perdido, tan perdido como en aquel universo.
Os tengo que contar, lo necesito...
A las personas hay que respetarlas, hay que llegar al límite que ellos ponen, nunca más allá. Aunque... muchas personas necesitan que traspases esos límites y no saben cómo pedirlo, no encuentran las palabras justas para rogarte el rescate de su alma. Se sienten inferiores, piensan que no tienen derecho a pedir, a no ser que paguen por ello y en el caso del Señor Cortés... ni por esas.
Le pregunté.- ¿Quieres esta sala?, su sonrisa me contestó.
Miré a Patricia, ella salió a dar las instrucciones necesarias. Le pedí sentarse, le ofrecí alguna bebida, pidió agua, le indiqué el baño.
.- Cuando salgas del baño, ¿ves ese mando, al lado de mi libro?, dale al botón rojo.
Hubiera pagado millones por estar allí, ver su cara en cada segundo, comerme sus sensaciones, oír sus gemidos...
Sin embargo tuve que volver enseguida a recepción, sonaba el teléfono sin parar, necesitaban mi ayuda, eso no lo hubiera esperado en la vida.
Una mañana llena de carreras, de reservas de salas. A pesar de tener todo controlado al milímetro, llegar a momentos en los que dudabas de que algo saliera bien.
David me miraba desencajado, desde su despacho, desencajado y sonriente, esa mirada me llevaba a los tiempos en que juntos habíamos logrado cosas, retos que para nosotros eran muy importantes.

Me parecieron minutos, cuando tuve al Señor Cortés delante, con los ojos brillantes, con una chispa de picardía, sonriéndome, aun un poco... entre esas estrellas.- He flipado...


Pasé del teléfono, corrí a ver a Zaira y Andrea, quería saberlo todo, no podía aguantar.
Zaira, charlatana, divertida, sonriente, pegando saltitos incluso. Narró.
.- Ha sido fabuloso, maravilloso, es todo un señor. Nos ha dejado quererle, amarle, mimarle, bailarle, siempre a nuestro ritmo, al ritmo de nuestro... baile para él.
.- Yo he entrado algo nerviosa... imaginando que en uno de los giros, iba a caer redonda al suelo.
.- El estaba al fondo, sentado, con una toalla en la cintura, mirándonos expectante. Nos hemos presentado, con dos besos. Le hemos pedido permiso para sujetarle a las cadenas, se ha dejado llevar... sin ni una sola pregunta.
Se quedó atado de manos, mirándolas de frente, fijándose en cada detalle.
Aquel mono, ajustado, de media, le ponía cachondo. Sobre todo porque la costura central, de la entrepierna, se ajustaba tanto al clítoris y al culo, tanto que parecía partirlas en dos, justamente por ahí. Los pechos enormes de Andrea, presionados, deseando romper la media, justo por el pezón. Que piernas...
Nunca unas zapatillas de ballet, le habían parecido tan excitantes, tan sensuales...
El cabello de Zaira, se lo imaginó, arrastrando por su torso, cayéndole como una cascada, acariciándole el pecho, mientras bajaba a su pene, para comérselo con la boca.
Y las vio bailar la barra, cuando Zaira enterró la cabeza en la entrepierna de Andrea, sus ojos fueron directos a aquel punto, percibió una lengua sonrosada, larga y fina, lamer aquella media, con lentitud, de abajo arriba, parando para mirar a los ojos de él directamente. Morder suavemente uno de los labios vaginales... unos dientes blancos perfectos.
La reacción de Andrea al contacto: se le encogió el estomago elevando las piernas, formando una perfecta escuadra. Los picos de una de las estrella de aquel universo...
Su mirada viajó del clítoris, a la cara y brazos de Andrea, estaba gozando tanto...
Empalmarse, fue natural, despertarse de ganas de poseer a las dos, allí mismo, de hacerlas suyas, comérselas enteras.
Quería ser la boca de Zaira, las manos. Sintió la misma flexión muscular de Andrea, en las piernas.
La tensión de tantos años, de tanto dolor, desapareció. Notó perfectamente, como su espalda crujía, como la piel se le abría. La sensación de las orugas al descubrir de pronto, después de romper el capullo, que algo les pesa en la espalda. Se sacudió fuertemente, se retorció y... sus alas nacieron.
El señor Cortés, esperó que ellas se comieran la una a la otra, acariciando con los ojos, atravesándolas con el deseo, sin un atisbo de impaciencia.
Cuando las vio acercarse a él, con pasos lentos, arrastrando las puntas de los pies, acariciando el suelo con los dedos. Se supo la mariposa bella, el amor se apoderó de él, se amó tanto a si mismo... que quiso regalarles su belleza.
El tacto de las manos, le quemo la piel, solo el instante suficiente como para acostumbrarse al calor.
Y se dejó guiar, se dejó tumbar, se dejó amar.
En cada parada para restregar los pechos contra él, la suavidad de la piel, saber sin ver, lo duros de aquellos pezones, lo perfecto. Incluso pudo saborearlos con los poros de la piel... esponjosos.
Caricia de alientos. Allí donde le quemaba, aquellas caricias, terminaban por consumirlo en llamas.
Con cada desliz, pudo percibir perfectamente, como se le estiraba la piel, como sus huesos crecían, haciéndose inmenso.
Tan inmenso que ya no cabía en aquel universo.
Al dar la vuelta, verlas comerse entre ellas, besarse con lenguas húmedas, retorcidas... y el sediento, no pudo evitar querer beber de allí mismo. Se sentó instantáneamente, para unirse a ellas, entregándoles el pecho, las manos y la boca.
El ángel dejó de serlo, sus dedos, inquietos buscaban, recorrían senderos de piel, quería introducirlos, pidiendo y rogando. Cada trozo de piel de aquellas chicas, le pertenecían y los quería allí y ahora.
Alguna mano rozaba sin querer el pene y este despertaba como una fiera, doliéndole incluso, de lo inmensa, de lo imponente.
Nunca se había dado cuenta del arma tan dura que tenía, de lo poderosa, de que con ella era capaz de partir un cuerpo, incluso dos... aquellos dos.
Que tetas, como sabían mezcladas con el aceite, como resbalaba su lengua por los pezones, queriendo morderlas para arráncaselos, pero apretando lo justo, porque más, le hubiera hecho morirse allí mismo.
Que bocas... frescas, dulces. Que lenguas... no podría elegir, no sabría, lo que una tenia de... increíblemente tierna, la otra de... irresistiblemente agresiva.
Se vio arrastrando las manos, llevándolas al clítoris de ambas, a la vez. Ahora bailaban sus manos, sus dedos resbaladizos. Estaban húmedas, tan calientes como él. Tan deseosas.
En aquel circulo de piel, cerrado, un perfecto circulo, un planeta más, sus dedos rozaron los clítoris, la yema de los dedos jugaban y lo hacían con maestría. Descubrió como Zaira se derramó, en su mano. Provocando un gemido intenso, que murió en sus bocas. La miró a los ojos, brillaban... con ganas de más.
Una vez más, se vio alzado, elevado, ambas tiraban de él.- Llevadme donde queráis, soy tan vuestro, como vosotras mías.
Otra vez en aquellas cadenas. Mientras que una se alejaba...- ¿Dónde vas?, quédate con nosotros, no nos abandones...
La otra con un beso, le hizo olvidar el abandono. Restregó su cuerpo, sus pechos. allí de pie, elevando una pierna, casi invitándole a penetrarla allí mismo.
Y ahora sí, su cabello bajo el torso, quedando algunos mechones pegados a la piel, por el aceite.
Miró abajo... ella agarro su pene con ambas manos, la boca entreabierta. El, rogó... cométela, cométela entera. Y petición cumplida...
El calor y la humedad de aquella boca, la lengua juguetona, cada lamido, era un trocito de aquel universo. No podía evitar cerrar los ojos, al abrirlos... una mujer desnuda, girando sensual por una barra, se estaba muriendo allí mismo.
Tragaba lentamente, él deseaba más y más. El ritmo lo marcaban los giros de aquella mujer en la barra. Cuando ella comenzó a girar rápido, la boca de la otra, tragaba una y otra vez.
El universo se le metió en el pecho, en el cerebro... comenzó a girar con aquella chica, hasta que... de locura grito. Eyaculó... y el universo volvía a ser externo.

Don Cortés frente a mí, agradeciendo con la mirada, satisfecho, creo que mucho más, segura de que mucho más.
No faltaba, ni una sola semana, probó todas las salas y sus ojos cada día me resultaban más bellos. Es más, más de una vez salió de allí, olvidándose de que aun llevaba las alas puestas...

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